domingo, 3 de enero de 2010

EVANGELIOS APOCRIFOS Y GNOSTICISMO

Índice

1. Introducción. ...........2

2. El hallazgo en Nag Hammadi....2

3. Evangelios Apócrifos.......3

4. Gnosticismo........4

5. Los Evangelios Apócrifos y el Gnosticismo..5

6. Anexo........8

7. Bibliografía....10

8. Traducción de Todos los Evangelios Apócrifos..10

Evangelios de la infancia de Tomás..10

Redacción latina....15

Protoevangelio de Santiago.......21

Evangelio del Pseudo-Mateo....31

Libro de la Natividad de María...54

Historias de José el Carpintero....59

Redacción árabe....69

Evangelio Arabe de la Infancia.....77

Evangelio Armenio de la Infancia....100

Fragmentos de Evangelio según los Hebreos....177

Citas en la literatura cristiana primitiva..177

Glosas en códices de San Mateo..183

Evangelio de Pedro...184

Fragmento Akhmin.....184

Citas en la literatura cristiana primitiva.187

Evangelio de Bernabé (fragmento italiano)..188

Evangelio de Nicodemo....190

Acta Pilati.......190

Descensus Christi ad infernos.....201

(Primera) Carta de Pilatos a Tiberio....210

Evangelios Gnósticos

Evangelio de Tomás...210

Texto copto de Nag Hammadi.....210

Fragmentos griegos de Oxyrhynchus....220

Evangelio de Felipe....222

Evangelio de María Magdalena......238

Fragmento griego....238

Fragmento copto........238

Evangelio de los Egipcios......241

Evangelio de la Verdad......251

La Sabiduría Fiel (Pistis Sophia).....259

9. (Al final se incluye un artículo sobre los Rollos del Mar Muerto)..329

1. Introducción.

El presente trabajo trata de establecer las eventuales relaciones entre los evangelios llamados "apócrifos" y la tendencia filosófico – religiosa conocida como gnosticismo. En la medida de lo posible, el objetivo es conservar la correspondencia entre ambos temas, para lo cual es necesario primero aclarar sus significados. Sin embargo, antes de hacerlo, no se puede obviar la importancia del descubrimiento en Nag Hammadi de textos gnósticos apócrifos, especialmente los Evangelios de Felipe y Tomás, aunque no se dejan de lado otros documentos de gran valor, como los apócrifos perdidos o los fragmentos papiráceos. La principal fuente de información y referencia es la edición de Los Evangelios Apócrifos preparada por Aurelio de Santos Otero e impresa por la Biblioteca de Autores Cristianos.

Al final, se presenta un anexo con el texto correspondiente a la IV Sesión del Concilio de Trento, celebrada el 8 de abril de 1546, donde se establece la lista definitiva de los evangelios canónicos.

2. El hallazgo en Nag Hammadi

En diciembre de 1945, en un pueblo egipcio llamado Nag Hammadi (en árabe "Pueblo de Alabanza") unos campesinos hallaron cerca de mil páginas en papiro: 53 textos divididos en códices, cuya antigüedad se remonta probablemente hacia el Siglo IV d.C. Estaban enterrados junto al acantilado oriental en el alto valle del Río Nilo. Se tratan de traducciones originales del griego al copto, que contienen evangelios (de Tomás y Felipe), Apocalipsis, tratados teológicos y palabras atribuidas a Jesús, de franca orientación gnóstica y considerados por la Iglesia Católica como apócrifos.

Lo que ahora se conoce como Nag Hammadi, se llamaba antes Xhnobockeion, donde en 320 d.C. San Pacomio había fundado el primer monasterio Cristiano. En 367 d.C., el obispo Atanasios de Alejandría emitió un decreto prohibiendo las escrituras no aprobadas por la Iglesia central. Esto motivó a que algunos monjes locales copiaran unas 45 de esas escrituras, incluyendo las de Tomás, Felipe y Valentín, en 13 volúmenes encuadernados en cuero. Esta biblioteca entera fue sellada en una urna y escondida entre las piedras, por casi 1600 años.

Sin embargo, no se consideran "evangelios" (los de Felipe y Tomás) por varias razones. Por ejemplo, se dice que no fueron inspirados por Dios ni nacieron en comunidades cristianas, que no hablaban la lengua en que están escritos (copta sahídica). Tampoco esas comunidades cristianas tuvieron consenso en considerarlos inspirados. Su origen, a juzgar por su contenido, se da en círculos gnósticos.

En la actualidad, los escritos de Nag Hammadi tienen una gran vigencia que se extiende a varias ramas. No sería extraño que todavía se estén haciendo traducciones o actualizando las ya hechas, pues la importancia de tal descubrimiento lo hace digno de un cuidadoso rigor científico. Por otra parte, ha sido fuente para el desarrollo de numerosas investigaciones y la producción de cantidad de artículos, libros y hasta películas.

3. Evangelios Apócrifos

La Biblia Católica se divide en Nuevo y Antiguo Testamento, el cual a su vez se divide en Libros Protocanónicos (39 libros en lengua hebrea, canonizados primero) y Libros Deuterocanónicos (siete libros en lengua griega, literalmente significa "segundo canon"). El Antiguo Testamento tiene como base el texto masorético, autorizado por eruditos judíos.

Podría decirse que el principal criterio para calificar a un libro de apócrifo es considerar que carece de inspiración divina. El primero en usar ese término fue San Jerónimo, para referirse a los libros que llegaron a ser los deuterocanónicos, cuando tradujo la Vulgata latina. Su origen es griego, generalmente traducido por "escondido" o "secreto".

Cuando algunos apócrifos se incorporaron a la Septuaginta, los israelitas convocaron a un Concilio en Jamnia para analizarlos. Acordaron aceptar los que reunieran ciertas condiciones: concordancia con la ley mosaica, haberse escrito en Palestina y en hebreo, y antes de la muerte de Esdras, quien según los hebreos fijó bajo mandato divino la lista de libros canónicos del Antiguo Testamento. Debido a que esos libros, probablemente escritos entre 150 a.C. y 100 d.C. (por lo menos dos siglos después de que murió Esdras), no reunían las condiciones establecidas, fueron separados de los otros.

Del Nuevo Testamento, el primer intento de agrupar los libros dignos de ser integrados se da a finales del s. II y se conoce como fragmento de Muratori. Data aproximadamente de 170 - 180 d. C. y contenía los cuatro Evangelios, el Apocalipsis de Juan, trece cartas de Pablo y Sabiduría. Faltaba la Epístola a los Hebreos y las Epístolas de Pedro.

Son numerosas las listas de libros considerados como revelados: de Melitón de Sardis (177 d.C.), Orígenes (230 d.C.), Atanasio (326 d.C.), Cirilo (348 d.C.), Hilario de Pointiers (358 d.C.), Concilio de Laodicea (363 d.C., que prohibió leer los libros apócrifos en las iglesias), Epifanio (368 d.C.), Gregorio Nacianceno (370 d.C.), Anfiloquio (380 d.C.), Rufino (395 d.C.) y Jerónimo (395 d.C.). hay quienes dicen que en el Concilio de Hipona, en 393 d.C., convocado por el Papa Dámaso, es la primera afirmación de la lista canónica.

Pero es hasta el año 1546, cuando tuvo lugar el Concilio de Trento, que en su cuarta sesión del 8 de abril de ese año se fijaron definitivamente los libros canónicos y los apócrifos. Se excluyeron de la Vulgata tres de los diez que había agregado: el tercero y el cuarto de Esdras y la Oración de Manasés.

Los llamados Libros Canónicos son, por lo tanto, los que la Iglesia acepta como revelados por Dios. Benedicto P. XV, en su encíclica Spiritus Paraclitus, dice: "Los Libros de la Sagrada Escritura (...) fueron compuestos bajo la inspiración, o la sugestión, o la insinuación, y aún el dictado del Espíritu Santo, más todavía, el mismo Espíritu fue quien los redactó y publicó." Esta misma encíclica, se dice que Jesús afirma la iluminación divina en el escritor, donde Dios mueve su voluntad a escribir lo que ha de transmitirse a la humanidad.

En el Segundo Concilio del Vaticano, en la Constitución Dogmática "Dei Verbum" sobre la Divina Revelación, la Iglesia dice que por un acto de bondad y amor a la humanidad Dios ha decidido revelarse a sí mismo y a su voluntad. Dios se ha manifestado a los Padres de la Iglesia para prometer la salvación. Refiriéndose explícitamente al Nuevo testamento, la Constitución sostiene que sus libros principales son los Cuatro Evangelios y que si origen es indudablemente apostólico, predicado por mandato de Cristo, inspirado por el Espíritu Santo y trasmitido por escrito por los cuatro apóstoles. Acepta la historicidad de los evangelios, pero afirma que son fieles a la vida de Cristo y que obedecen a una tradición oral. Lo reitera la encíclica Divino Afflante Spiritu, de Pío P. XII en 1943.

La Iglesia Católica reitera su condena a los libros apócrifos. Pío P. IX , en la Encíclica Noscitis et nobiscum de 1849 ataca lo que denomina "lecturas emponzoñadas" y privilegia la difusión de libros escritos por "hombres de sana y reconocida doctrina".

4. Gnosticismo

Las raíces del gnosticismo podrían remontarse a la inversión que del sistema platónico hace Filón de Alejandría en función del judaísmo. En su planteamiento, Dios estaría por encima del Logos y del mundo de las ideas. A esto habría de unirse el platonismo medio y la difusión de religiones mistéricas, cuyo resultado sería un movimiento aristocrático (explicable por darse en medios intelectuales) cuyo contenido estaría plagado de imaginería cosmológica y filosofía.

Sus principales líneas son:

La trascendencia indudable de Dios, esto es, separado de toda forma de materia.

La explicación del mundo sensible por una complicada genealogía de seres que se encuentran entre la materia y el Dios del cual han emanado en decadencia. Los eones corresponden al mundo de las ideas platónicas, y se encuentran en un nivel inferior a Dios.

La negatividad al respecto de la materia, que ocupa el menor grado en la sucesión de los seres. Introduce el mal y por eso no es creación divina, al contrario, su origen está en el pecado de algún ser intermedio que viene a ser el Yavé del Antiguo Testamento, el Dios semita. Para esto, el Dios verdadero envió a su hijo Jesús para liberar a quienes creyeran en Él y destruir el mal. Para Basílides, el cuerpo de Jesús fue solamente aparente para manifestarse a los hombres, hubiera sido indigno para su naturaleza un cuerpo material. Basílides, por ejemplo, sostiene que Cristo no sufrió la pasión, el crucificado fue Simón Cireneo (quien le ayudó a llevar la cruz) y luego Jesús tomó su forma y ascendió al cielo. En los apócrifos, por ejemplo en el Protoevangelio de Santiago y en general en los apócrifos de la natividad, se reitera la inmaterialidad de Cristo y abundan las imágenes de un Cristo vengativo y hostil con respecto a lo creado. La posición de la Iglesia es muy clara. En el decreto Ad Gentes Divinus se dice: "...el hijo de Dios siguió los caminos de una verdadera encarnación, para hacer a los hombres partícipes de la naturaleza divina (...) Él tomó la naturaleza humana íntegra, cual se encuentra en nosotros"

La concepción antropológica dualista, es decir, la idea de que el hombre está compuesto de un principio malo, que es la materia, su cuerpo, y otro bueno, que es su espíritu aprisionado en este mundo y que puede regresar a la región superior de donde procede. La salvación consiste en asimilar un conocimiento supuestamente oculto y que es revelado a ciertos ‘escogidos’. Esto es posible, no por Dios, sino por uno de los eones intermedios, es decir, Jesús o Logos.

San Justino, San Ireneo y San Hipólito consideran que el gnosticismo aparece en Samaria con Simón de Gitton (h 40). En Hechos de los Apóstoles aparece: Pero había allí un hombre llamado Simón, que antes había practicado la brujería y que había engañado a la gente de Samaria haciéndose pasar por una persona importante (Hechos, 8, 9). Los versículos del 9 al 24 relatan que lo llamaban "el gran poder de Dios". Se convirtió y quiso comprar la facultad de hacer milagros a San Juan y a San Pedro, este último lo condenó. A Simón se le atribuyen tendencias gnósticas, era considerado como una encarnación divina y a su esposa Elena como la de su pensamiento. Hubo sectas consagradas a Elena, donde se despreciaba el judaísmo y se privilegiaba la magia. Según la explicación de Fraile, tales ideas no pueden ser atribuidas con propiedad a Simón, más bien, se quiso hacer de su figura una justificación de los orígenes del gnosticismo. Tuvo por discípulo a Menandro de Capparetta (h 60 – 80).

El auge del gnosticismo ocurre en el Siglo II. Aparecen en Siria Satornilo (h 98 – 160), Cerdón (s. II), discípulo de Valentín, y Marción, discípulo de Cerdón. En Alejandría, Basílides (h 120 – 161), su hijo Isidoro y Carpócrates (h 130 – 160). En la región itálica, aparece Valentín (s. II) y su pensamiento se difunde por su región y por la oriental, a finales del Siglo II y principios del III. Probablemente, haya sido el gnóstico más influyente. Su pensamiento fue ampliamente difundido, por ejemplo, por Tolomeo (h 140) considerado como el autor de la principal composición gnóstica: Epístola a Flora, y Heracleón (h 145 – 180) quien le dio una exégesis de orientación gnóstica al Evangelio de San Juan.

Tiene un marcado sentido elitista. Por ejemplo, se dice que hasta inventaron un lenguaje propio, resultado de una combinación entre caracteres egipcios y griegos.

En los Evangelios Apócrifos aparece con frecuencia la teoría gnóstica del docetismo, según la cual el cuerpo de Cristo es puramente aparencial. La divinidad de Cristo no le permitiría, por definición, hacerse carne, su cuerpo no pasa de ser aparente. Su principal exponente es Marción, contra quien Melitón, Obispo de Sardes, escribió Sobre la Encarnación de Cristo.

5. Los Evangelios Apócrifos y el Gnosticismo

Durante el surgimiento de las primeras comunidades cristianas, hubo un interés popular por conocer detalles sobre la vida de Jesús, esto motivó la aparición de diversos relatos que no sólo se limitaron a leyendas, sino a la difusión de tendencias gnósticas o maniqueas. Ejemplo de estos relatos son Pistis Sophia y el Libro de Juan. A su vez, escritores ortodoxos emplearon medios similares para defender el dogma.

Fraile menciona a varios libros de carácter gnóstico: Pistis Sophía, de origen copto que relata el esparcimiento de los apóstoles por el mundo; Evangelios de Eva, María, Judas Iscariote, Tomás, Matías, Felipe, Basílides, de los egipcios y de los doce apóstoles (podría agregarse el de Marción y el de Bartolomé); Apocalipsis de Adán, Abraham, Moisés y Nicotea. El Fragmento de Muratori habla de un documento marcionita perdido llamado La carta a los alejandrinos.

Apócrifos perdidos:

Ente los perdidos, el más antiguo que se conoce es el Evangelio de los Egipcios. Data del año 150 y debe el nombre a sus lectores. Revela una concepción gnóstica del alma y condena el matrimonio, en particular la lascivia que despierta la mujer. Clemente Alejandrino, Orígenes y San Epifanio lo consideran herético. Aunque parece no tener relación con este, se sabe de un Evangelio de los Egipcios que forma parte de los 13 volúmenes de Nag Hammadi.

El Evangelio de los Doce es considerado por especialistas como idéntico al Evangelio de los ebionitas, grupo gnóstico que en dicho evangelio manipulan a su conveniencia el Evangelio de San Mateo, así como el relato de la vida de San Pedro. Algo similar ocurre con el Evangelio de Matías, que los seguidores de Basílides (y Clemente agrega a Valentín y Marción), emplearon para respaldar su pensamiento. Por ejemplo, Matías aparece condenando duramente la carne. Según Hipólito, Basílides decía haber escuchado de Matías discursos revelados por Dios.

Epifanio menciona en Adversus haeres el libro gnóstico apócrifo Preguntas de María, y al igual que Filastrio se refiere al Evangelio de la Perfección, quien resalta su carácter fantasioso.

Otros evangelios pertenecientes a grupos menores son el Evangelio de los Cuatro Rincones (gnósticos simonistas, herejes que practicaban la magia); Evangelio de Judas Iscariote (gnósticos "cayanitas", condenados por San Ireneo); Evangelio de Eva (personaje destacado en el pensamiento ofita); Tres clases de frutos de la Vida Cristiana; Nacimiento de María.

Por su parte, Basílides y Marción tienen evangelios propios. El primero, trata principalmente de un compendio de ideas gnósticas del autor. Marción, por su parte, lo que hizo fue eliminar cuanto elemento judío pudo del Nuevo Testamento. Se dice que este evangelio es recreado en el Evangelio de Apeles, su discípulo. Además, Marción influyó en el Evangelio de los Adversarios de la Ley y de los Profetas, que San Agustín lo censura.

Estos son los Evangelios Apócrifos Perdidos de carácter gnóstico.

Fragmentos Papiráceos:

De los fragmentos papiráceos, cabe mencionar especialmente el Fragmento Gnóstico de Oxyrhynchus. Consiste en una supuesta conversación de corte gnóstico de Jesús con sus discípulos.

"el Señor de todo no es el Padre, sino el progenitor. Pues el Padre es principio solamente de las cosas futuras; mas el padre de él es Dios, el progenitor de todas las cosas desde su origen en adelante"

Otro fragmento es el de la Logia de Oxyrhynchus, donde aparece en boca de Jesús la teoría gnóstica de la ubicuidad. También los Fragmentos Evangélicos Coptos tienen relación, por ejemplo con el himno gnóstico de los Hechos de Juan. Entre estos, los Papiros Coptos de Berlín contienen tres evangelios de carácter gnóstico: el Evangelio de María Magdalena, que confirma la tesis de que los textos coptos relacionada con el gnosticismo tiene un origen helénico; el Apócrifo de Juan, que contiene supuestas revelaciones celestiales hacia Juan para que él las haga llegar a sus discípulos; y la Sabiduría de Jesucristo, de relatos cosmológicos cuya posible influencia es de Valentín. Luego, en el Agrapha, libro que contiene diversas sentencias atribuidas a Jesús y no incluidas en los cuatro evangelios, Jesús dice en el Agrapha de origen Musulmán:

"Dijo Jesús (a quien Dios salude): ¿Cómo va a ser contado entre los sabios el que, (después de estar) andando por la senda que conduce a la vida futura, dirige sus pasos hacia la vida de este mundo?"

Apócrifos de la Natividad:

A diferencia de los anteriores, estos evangelios han llegado enteros a nosotros. Su finalidad común es defender el honor de María. Entre ellos cabe destacar el Protoevangelio de Santiago y el Evangelio del Pseudo Mateo, este último se supone que es una reelaboración latina del otro. Tuvieron posteriormente una fuerte influencia. Se caracterizan por un uso de la imaginación que por momentos pareciera excesivo.

Es posible ubicar presencia del gnosticismo ofita, cuando María llega al sexto mes de embarazo y José lo ignora. En este momento, José, angustiado, piensa que al igual que Eva, María fue engañada y seducida por la serpiente.

En el Protoevangelio, hay quienes sostienen influencia docética, considerando el parto de María como medio para la manifestación aparencial del cuerpo de Cristo. En todo caso, el norte de esta clase de libros relativos a la natividad es reiterar el carácter virginal de María, aún después del alumbramiento. Es particularmente dramático el episodio de la partera y Salomé, donde esta última examina la virginidad de María:

"Por vida el Señor, mi Dios, que no creeré tal cosa si no me es dado introducir mi dedo y examinar su naturaleza (...) ¡Ay de mí! ¡Mi maldad y mi incredulidad tienen la culpa! Por tentar al Dios vivo se desprende de mi cuerpo mi mano carbonizada!"

La idea del parto virginal de María está más presente en el Evangelio del Pseudo Mateo, empleado por maniqueos y priscilianistas. Se reitera en III, 3 y IX, 4 de dicho evangelio, y en Liber de Infantia Salvatoris, en los versículos 69, 75 y 76 . Además, se le agrega la fecundación, por intervención divina, de Ana, esposa de Joaquín y madre de María, a pesar de su esterilidad. El Ángel enviado por Dios le dice a Joaquín:

"Sábete, pues, que Ana, tu mujer, va a darte a luz una hija, a quien tú impondrás el nombre de María (...) y ya desde el vientre de su madre se verá llena del Espíritu Santo. No comerá ni beberá cosa alguna impura ni pasará su vida entre el bullicio de la plebe..."

Este párrafo particularmente muestra además la condición austera y aristocrática del gnosticismo.

Evangelio de Tomás:

El segundo de los trece códices hallados en Nag Hammadi contenía en los folios 33 al 51 el Evangelio según Tomás, en lengua copta sahídica. Su origen probablemente se remonta al s. II. Actualmente, se encuentra en el Museo Copto del Antiguo Cairo. Otras partes de la biblioteca descubierta se encuentran en el Instituto Jung de Zürich. Más que evangelio, se trata de una compilación de enseñanzas atribuidas a Cristo y reveladas a Dídimo Judas Tomás, quien las escribió dirigidas, a juzgar por su introducción, a un sector docto capaz de darles la correcta interpretación (esto es, a un sector gnóstico). San Agustín afirma, en Contra epistulam quam vocant Fundamenti, que este escrito fue conocido por el gnóstico Mani y posteriormente empleado por la secta maniquea, según los relatos de Timoteo de Constantinopla (De receptione haereticorum) y Teodoro de Raithu (De Sectis), que también mencionan el Evangelio de Felipe. Se considera a Tomás como autor de otros dos escritos gnósticos: Pistis Sophia y Actas Apócrifas de Tomás.

El sentido gnóstico de este evangelio se ubica en la ambivalencia de ciertas expresiones, como las parábolas e imágenes:

Dijo Jesús: "Los fariseos y los escribas recibieron las llaves del conocimiento y las han escondido: ni ellos entraron, ni dejaron entrar a los que querían. Pero vosotros sed cautos como las serpientes y sencillos como las palomas. (Tomás, 39)

Evangelio de Felipe:

Es un evangelio que la complejidad de su contenido lo hace ver dirigido a medios gnósticos capaces de interpretarlo. Su orientación es valentiniana , pues reproduce la teoría de la unión de principios a nivel cósmico y cuyos resultados van degradando. Se distingue, además, entre hombres poseedores y carentes de gnosis. Hay una curiosa aprobación a ciertos tipos de sacramentos, por ejemplo, el de la redención y el bautismo tienen un claro trasfondo gnóstico.

Sirven de base para este evangelio los libros canónicos de Mateo y Juan y sus epístolas. En línea con el gnosticismo, afirma su subordinación con respecto a Dios y niega la corporeidad de Cristo.

Jesús los llevó a todos a escondidas, pues no se manifestó como era (de verdad), sino de manera que pudiera ser visto (...) por ello su Logos se mantuvo oculto a todos. (Felipe, 26)

Evangelios de la Pasión y la Resurrección:

El Evangelio Apócrifo de Bartolomé contiene relatos fantásticos y misteriosos, de influencia egipcio, y se preocupa de temas comunes a los gnósticos: descenso al infierno, encarnación, etc.

Los Evangelios Apócrifos han inspirado tradiciones e iconografías alrededor del tema de la Natividad. Por ejemplo, fue la base de La Roldana para "El descanso en la huida a Egipto" de 1691, que muestra la huida de la Sagrada Familia a Egipto. Pero atendiendo a la tradición, la celebración de la Navidad en diciembre se dice que los canónicos tomaron gran parte de información de los apócrifos. Detallan hechos específicos acerca del nacimiento de Cristo y factores que lo rodean. Por ejemplo, la llegada de los Tres Reyes Magos. Para esto, es fuente principal el Protoevangelio de Santiago.

Actualmente, en Valencia, España, se celebra La Festa o Misteri d'Elx, un drama cantado en valenciano, excepto algunos versos en latín, único en el mundo y celebrado en la Basílica de Santa María y basado en los Evangelios Apócrifos. Tratan sobre la muerte, asunción y coronación de la Virgen María, y defiende su virginidad. Se compone de piezas medievales, renacentistas y barrocas. Surgió en el área mediterránea de Europa. Después del Concilio de Trento las representaciones teatrales realizadas dentro de templos fueron prohibidas. El Misteri fue lo único que quedó gracias a una Bula emitida en la primera mitad del s. XVII. Tiene lugar los días 14 y 15 de agosto de cada año, y al finalizar se reparten entre los asistentes hojas de palma bendita.

6. Anexo

Concilio de trento

Las sagradas escrituras

Celebrada en 8 de abril de 1546

Decreto sobre las escrituras canónicas

El sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo y presidido de los mismos tres Legados de la Sede Apostólica, proponiéndose siempre por objeto, que exterminados los errores, se conserve en la Iglesia la misma pureza del Evangelio, que prometido antes en la divina Escritura por los Profetas, promulgó primeramente por su propia boca. Jesucristo, hijo de Dios, y Señor nuestro, y mandó después a sus Apóstoles que lo predicasen a toda criatura, como fuente de toda verdad conducente a nuestra salvación, y regla de costumbres; considerando que esta verdad y disciplina están contenidas en los libros escritos, y en las tradiciones no escritas, que recibidas de boca del mismo Cristo por los Apóstoles, o enseñadas por los mismos Apóstoles inspirados por el Espíritu Santo, han llegado como de mano en mano hasta nosotros; siguiendo los ejemplos de los Padres católicos, recibe y venera con igual afecto de piedad y reverencia, todos los libros del viejo y nuevo Testamento, pues Dios es el único autor de ambos, así como las mencionadas tradiciones pertenecientes a la fe y a las costumbres, como que fueron dictadas verbalmente por Jesucristo, o por el Espíritu Santo, y conservadas perpetuamente sin interrupción en la Iglesia católica. Resolvió además unir a este decreto el índice de los libros Canónicos, para que nadie pueda dudar cuales son los que reconoce este sagrado Concilio.

Son pues los siguientes:

Del Antiguo Testamento: cinco de Moisés: es a saber, el Génesis, el Exodo, el Levítico, los Números, y el Deuteronomio; el de Josué; el de los Jueces; el de Ruth; los cuatro de los Reyes; dos del Paralipómenon; el primero de Esdras, y el segundo que llaman Nehemías; el de Tobías; Judith; Esther; Job; el Salterio de David de 150 salmos; los Proverbios; el Eclesiastés; el Cántico de los cánticos; el de la Sabiduría; el Eclesiástico; Isaías; Jeremías con Baruch; Ezequiel; Daniel; los doce Profetas menores, que son; Oseas; Joel; Amos; Abdías; Jonás; Micheas; Nahum; Habacuc; Sofonías; Aggeo; Zacharías, y Malachías, y los dos de los Macabeos, que son primero y segundo.

Del Testamento Nuevo: los cuatro Evangelios; es a saber, según san Mateo, san Marcos, san Lucas y san Juan; los hechos de los Apóstoles, escritos por san Lucas Evangelista; catorce Epístolas escritas por san Pablo Apóstol; a los Romanos; dos a los Corintios; a los Gálatas; a los Efesios; a los Filipenses; a los Colosenses; dos a los de Tesalónica; dos a Timoteo; a Tito; a Philemon, y a los Hebreos; dos de san Pedro Apóstol; tres de san Juan Apóstol; una del Apóstol Santiago; una del Apóstol san Judas; y el Apocalipsis del Apóstol san Juan. Si alguno, pues, no reconociere por sagrados y canónicos estos libros, enteros, con todas sus partes, como ha sido costumbre leerlos en la Iglesia católica, y se hallan en la antigua versión latina llamada Vulgata; y despreciare a sabiendas y con ánimo deliberado las mencionadas tradiciones, sea excomulgado. Queden, pues, todos entendidos del orden y método con que después de haber establecido la confesión de fe, ha de proceder el sagrado Concilio, y de que testimonios y auxilios se ha de servir principalmente para comprobar los dogmas y restablecer las costumbres en la Iglesia.

Decreto sobre la edición y uso de la sagrada escritura

Considerando además de esto el mismo sacrosanto Concilio, que se podrá seguir mucha utilidad a la Iglesia de Dios, si se declara qué edición de la sagrada Escritura se ha de tener por auténtica entre todas las ediciones latinas que corren; establece y declara, que se tenga por tal en las lecciones públicas, disputas, sermones y exposiciones, esta misma antigua edición Vulgata, aprobada en la Iglesia por el largo uso de tantos siglos; y que ninguno, por ningún pretexto, se atreva o presuma desecharla. Decreta además, con el fin de contener los ingenios insolentes, que ninguno fiado en su propia sabiduría, se atreva a interpretar la misma sagrada Escritura en cosas pertenecientes a la fe, y a las costumbres que miran a la propagación de la doctrina cristiana, violentando la sagrada Escritura para apoyar sus dictámenes, contra el sentido que le ha dado y da la santa madre Iglesia, a la que privativamente toca determinar el verdadero sentido, e interpretación de las sagradas letras; ni tampoco contra el unánime consentimiento de los santos Padres, aunque en ningún tiempo se hayan de dar a luz estas interpretaciones. Los Ordinarios declaren los contraventores, y castíguenlos con las pensas establecidas por el derecho. Y queriendo también, como es justo, poner freno en esta parte a los impresores, que ya sin moderación alguna, y persuadidos a que les es permitido cuanto se les antoja, imprimen sin licencia de los superiores eclesiásticos la sagrada Escritura, notas sobre ella, y exposiciones indiferentemente de cualquiera autor, omitiendo muchas veces el lugar de la impresión, muchas fingiéndolo, y lo que es de mayor consecuencia, sin nombre de autor; y además de esto, tienen de venta sin discernimiento y temerariamente semejantes libros impresos en otras partes; decreta y establece, que en adelante se imprima con la mayor enmienda que sea posible la sagrada Escritura, principalmente esta misma antigua edición Vulgata; y que a nadie sea lícito imprimir ni procurar se imprima libro alguno de cosas sagradas, o pertenecientes a la religión, sin nombre de autor; ni venderlos en adelante, ni aun retenerlos en su casa, si primero no los examina y aprueba el Ordinario; so pena de excomunión, y de la multa establecida en el canon del último concilio de Letran. Si los autores fueren Regulares, deberán además del examen y aprobación mencionada, obtener licencia de sus superiores, después que estos hayan revisto sus libros según los estatutos prescritos en sus constituciones. Los que los comunican, o los publican manuscritos, sin que antes sean examinados y aprobados, queden sujetos a las mismas penas que los impresores. Y los que los tuvieren o leyeren, sean tenidos por autores, si no declaran los que lo hayan sido. Dese también por escrito la aprobación de semejantes libros, y parezca esta autorizada al principio de ellos, sean manuscritos o sean impresos; y todo esto, es a saber, el examen y aprobación se ha de hacer de gracia, para que así se apruebe lo que sea digno de aprobación, y se repruebe lo que no la merezca. Además de esto, queriendo el sagrado Concilio reprimir la temeridad con que se aplican y tuercen a cualquier asunto profano las palabras y sentencias de la sagrada Escritura; es a saber, a bufonadas, fábulas, vanidades, adulaciones, murmuraciones, supersticiones, impíos y diabólicos encantos, adivinaciones, suertes y libelos infamatorios; ordena y manda para extirpar esta irreverencia y menosprecio, que ninguno en adelante se atreva a valerse de modo alguno de palabras de la sagrada Escritura, para estos, ni semejantes abusos; que todas las personas que profanen y violenten de este modo la palabra divina, sean reprimidas por los Obispos con las penas de derecho, y a su arbitrio.

Asignación de la sesión siguiente

Item establece y decreta este sacrosanto Concilio, que la próxima futura Sesión se ha de tener y celebrar en la feria quinta después de la próxima sacratísima solemnidad de Pentecostés.

7. Bibliografía

Altaner, Berthold. Patrología. Espasa – Calpe, Madrid, 1962.

La Biblia. Sociedades Bíblicas Unidas, 1979.

Colección completa de Encíclicas Pontificias 1830 – 1950. Preparada por las Facultades de Filosofía y Teología de San Miguel, República Argentina. Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1952.

Documentos Completos del Vaticano II. Editorial Mensajero, Bilbao, 1974.

Fraile, Guillermo. Historia de la Filosofía II. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1960.

Puech, Henri – Charles. En Torno a la Gnosis. Taurus Ediciones, Madrid, 1982.

De Santos Otero, Aurelio. Los Evangelios Apócrifos. Décima Edición. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1999.

Zernov, Nicolas. Cristianismo Oriental. Ediciones Guadarrama, Madrid, 1962.

EL EVANGELIO DE SANTO TOMÁS

(Redacción griega)

Preámbulo

I 1.Yo, Tomás Israelita, vengo a anunciaros a todos vosotros, mis hermanos entre los gentiles, para que los conozcáis, los actos de la infancia y los prodigios de Nuestro Señor Jesucristo, cumplidos por él después de su nacimiento en nuestro país.

2.Y he aquí cuál fue su comienzo.

Gorriones hechos con barro

II 1.El niño Jesús, de cinco años de edad, jugaba en el vado de un arroyo, y traía las aguas corrientes a posar, y las tornaba puras en seguida, y con una simple palabra las mandaba.

2. Y, amasando barro, formó doce gorriones, e hizo esto un día de sábado. Y había allí otros muchos niños, que jugaban con él.

3. Y un judío, que había notado lo que hacía Jesús, fue acto seguido, a comunicárselo a su padre José, diciéndole: He aquí que tu hijo está cerca del arroyo, y, habiendo cogido barro, ha compuesto con él doce gorriones, y ha profanado el sábado.

4. Y José se dirigió al lugar que estaba Jesús, lo vio, y le gritó: ¿Por qué haces, en día de sábado, lo que no está permitido hacer? Pero Jesús, dando una palmada, y dirigiéndose a los gorriones, exclamó: Volad. Y los pájaros abrieron sus alas, y volaron, piando con estruendo.

5.Y los judíos quedaron atónitos ante este espectáculo, y fueron a contar a sus jefes lo que habían visto hacer a Jesús.

Muerte del hijo de Anás

III 1.Y el hijo de Anás el escriba se encontraba allí, y, con una rama de sauce, dispersaba las aguas que Jesús había reunido.

2. Y Jesús, viendo lo que ocurría, se encolerizó, y le dijo: Insensato, injusto e impío, ¿qué mal te han hecho estas fosas y estas aguas? He aquí que ahora te secarás como un árbol, y no tendrás ni raíz, ni hojas, ni fruto.

3. E inmediatamente aquel niño se secó por entero. Y Jesús se fue de allí, y volvió a la casa de José. Pero los padres del muchacho muerto lo tomaron en sus brazos, llorando su juventud, y lo llevaron a José, a quien reprocharon tener un hijo que hacía tales cosas.

Castigo infligido por Jesús a un niño

IV 1.Otra vez, Jesús atravesaba la aldea, y un niño que corría, chocó en su espalda. Y Jesús, irritado, exclamó: No continuarás tu camino. Y, acto seguido, el niño cayó muerto. Y algunas personas, que habían visto lo ocurrido, se preguntaron: ¿De dónde procede este niño, que cada una de sus palabras se realiza tan pronto?

2. Y los padres del niño muerto fueron a encontrar a José, y se le quejaron, diciendo: Con semejante hijo no puedes habitar con nosotros en la aldea, donde debes enseñarle a bendecir, y no a maldecir, porque mata a nuestros hijos.

José reprende a Jesús

V 1.Y José tomó a su hijo aparte, y lo reprendió, diciendo: ¿Por qué obras así? Estas gentes sufren, y nos odian, y nos persiguen. Y Jesús respondió: Sé que las palabras que pronuncias no son tuyas. Sin embargo, me callaré a causa de ti. Pero ellos sufrirán su castigo. Y, sin demora, los que lo acusaban, quedaron ciegos.

2. Y los que vieron esto, vacilantes y atónitos, decían de Jesús que toda palabra que pronunciaba, buena o mala, se cumplía, y producía un milagro. Y, cuando hubieron visto que Jesús hacía cosas semejantes, José se levantó, lo agarró por la oreja, y se la estiró con fuerza.

3. Pero el niño se enfadó, y le dijo: Bien fácil te es buscar sin encontrar, y acabas de obrar como un insensato. ¿Ignoras que te pertenezco? No me hagas daño.

Exposición del alfabeto

VI 1. Y un maestro de escuela, llamado Zaqueo, que se encontraba allí, oyó a Jesús hablar así a su padre, y lo sorprendió mucho que un niño se expresase de aquella manera.

2. Y, algunos días después, se acercó a José, y le dijo: Tienes un hijo dotado de buen sentido e inteligencia. Confíalo a mi cuidado, para que aprenda las letras, y, con las letras, le enseñaré toda ciencia. Y también le enseñaré a saludar a los mayores, a honrarlos como antepasados, a respetarlos como padres, y a amar a los de su edad.

3. Y le escribió todas las letras del alfabeto desde Alpha hasta Omega muy puntualmente y con toda claridad. Mas Jesús, mirando a Zaqueo, le dijo: Tú, que no conoces la naturaleza del Alpha, ¿cómo quieres enseñar a los demás la Beta? Hipócrita, enseña primero el Alpha, si sabes, y después te creeremos respecto a la Beta. Luego se puso a discutir con el maestro de escuela sobre las primeras letras, y Zaqueo no pudo contestarle.

4. Y, en presencia de muchas personas, el niño dijo a Zaqueo: Observa, maestro, la disposición de la primera letra, y nota cómo hay líneas y un rasgo mediano que atraviesa las líneas que tú ves comunes y reunidas, y cómo la parte superior avanza y las reúne de nuevo, triples y homogéneas, principales y subordinadas, de igual medida. Tales son las líneas del Alpha.

Perplejidad de Zaqueo

VII 1. Y, cuando Zaqueo, el maestro de escuela, oyó al niño exponer las alegorías tan numerosas y tan grandes de la primera letra, quedó perplejo ante tal respuesta y ante tal enseñanza, y dijo a los asistentes: ¡Desventurado de mí, a qué extremo me veo reducido! Me he cubierto de vergüenza, al traer a mi escuela a este muchacho.

2. Así, pues, hermano José, te ruego que lo lleves contigo, porque no puedo soportar la severidad de su mirada, ni penetrar el sentido de su palabra en modo alguno. Este niño no ha nacido en la tierra, es capaz de domar el fuego mismo, y quizá ha sido engendrado antes de la creación del mundo. ¿Qué vientre lo ha llevado? ¿Qué pecho lo ha nutrido? Lo ignoro. ¡Ay, amigo mío, tu hijo me pone fuera de mí, y no puedo seguir su pensamiento! Me he equivocado en absoluto. Yo quería tener en él un discípulo, y me he encontrado con que tengo en él un maestro.

3. Me doy cuenta de mi oprobio, amigos míos, porque yo, que soy un viejo, he sido vencido por un niño. Y no me queda sino abandonarme al desaliento o a la muerte, a causa de este niño, ya que no puedo, en este momento, mirarlo cara a cara. ¿Qué responderé, cuando digan todos que he sido derrotado por un pequeñuelo? ¿Y qué podré explicar acerca de lo que él me ha dicho de las líneas de la primera raya? No lo sé, amigos míos, por cuanto no conozco, ni el comienzo, ni el fin, de este niño.

4. Así, pues, hermano José, te ruego que lo lleves contigo a tu casa. Es algo muy grande, sin duda: un dios, un ángel o algo parecido.

Conclusión de la historia de Zaqueo

VIII 1. Y, mientras los judíos daban consejos a Zaqueo, el niño rompió a reír, y dijo: Ahora que tu aventura produce sus frutos, y que los ciegos de corazón ven, he aquí que yo vengo de lo alto para maldecirlos, y para llamarlos a lo alto, como me lo ordenó el que me ha enviado a causa de vosotros.

2. Y, cuando el niño hubo acabado de hablar, pronto todos los que habían caído antes bajo su maldición, quedaron curados. Y nadie, desde entonces, se atrevió a provocar nunca su cólera, por miedo a que los maldijese, y los hiriese de enfermedad.

Niño caído de una terraza

IX 1. Algunos días después, Jesús jugaba en una terraza, sobre lo alto de una casa, y uno de los niños que jugaba con él, cayó de la terraza, y murió. Y, Viendo esto, los demás niños huyeron, y Jesús quedó solo.

2. Y, habiendo llegado los padres del niño muerto, acusaron a Jesús de haberlo hecho caer. (Jesús les dijo: Yo no hice tal.) Y lanzaron invectivas contra él.

3. Mas Jesús se tiró de la terraza abajo, se detuvo cerca del cuerpo del niño caído, y gritó a gran voz, diciendo: Zenón (porque tal era su nombre), levántate, y dime: ¿Soy yo quien te hizo caer? Y, habiéndose levantado inmediatamente, el niño repuso: No, Señor, tú no me has hecho caer, sino que me has resucitado. Y los espectadores del lance quedaron conmovidos de asombro. Y los padres del niño glorificaron a Dios por el milagro cumplido, y adoraron a Jesús.

Resurrección de un joven

X 1.Pasados otros cuantos días, un joven cortaba leña en las proximidades del pueblo. Y he aquí que su hacha le hendió la planta del pie, y murió, por haber perdido toda su sangre.

2. Y, como ello produjera una aglomeración y un tumulto de gentes, el niño Jesús corrió también allí, y, haciéndose sitio, atravesó la multitud, y tomó el pie herido del joven, que en seguida quedó curado. Y dijo al joven: Levántate, sigue cortando leña, y acuérdate de mí. Y la multitud, al ver lo que había pasado, adoró al niño, diciendo: Verdaderamente, el espíritu de Dios reside en ti.

Jesús en la fuente

XI 1.Y, cuando tenía seis años, su madre le dio un cántaro, y lo envió a tomar agua, para llevarla a casa. Pero, habiendo tropezado el niño con la multitud, el cántaro se rompió.

2. Entonces Jesús, extendiendo la túnica que lo cubría, la llenó de agua, y la llevó a su madre. Y su madre, reconociendo milagro tal, lo abrazó, y guardó en su corazón los misterios que veía cumplidos.

Milagro del grano de trigo

XII 1.Otra vez, en la época de la siembra, el niño salió con su padre para sembrar trigo en su campo, y, mientras su padre sembraba, el niño Jesús sembró también un grano de trigo.

2. Y, una vez lo hubo recolectado y molido, obtuvo cien medidas y, llamando a la granja a todos los pobres de la aldea, les distribuyó el trigo, y José se quedó con lo que aún restaba. Y Jesús tenía ocho años cuando hizo este milagro.

Milagro de las dos piezas de un lecho

XIII 1. Y su padre era carpintero, y hacía en aquel tiempo carretas y yugos. Y un hombre rico le encargó que le hiciese un lecho. Mas, habiendo cortado una de las piezas más pequeña que la otra, no sabía qué partido tomar. Entonces el niño Jesús dijo a su padre José: Pon las dos piezas en el suelo, e iguálalas por tu lado.

2. Y José procedió como el niño le había indicado. Y Jesús se puso al otro lado, tiró de la pieza más corta, y la tomó igual a la otra. Y su padre José, viendo tal, quedó admirado, y abrazó a Jesús, diciendo: Felicitarme puedo de que Dios me haya dado este niño.

Relaciones con un segundo maestro

XIV 1.Viendo José que el niño crecía en edad y en inteligencia, y no queriendo que permaneciese iletrado, lo llevó a un segundo maestro. Y este maestro dijo a José: Le enseñaré primero las letras griegas, y luego las hebraicas. Porque el maestro conocía la inteligencia del niño. Sin embargo, después de haber escrito el alfabeto, se ocupó largamente de él, y Jesús no le respondió, hasta que le advirtió:

2. Si eres verdaderamente un maestro, y conoces bien el alfabeto, dime primero el valor de Alpha y yo te diré luego el de Beta. Pero el maestro, irritado, le pegó en la cabeza. Y el niño, en su dolor, lo maldijo, y aquél cayó exánime, con la faz contra tierra.

3. Y el niño volvió a casa de José, que quedó muy afligido, y recomendó a su madre: No le dejes pasar la puerta, porque cuantos lo encolerizan, quedan heridos de muerte.

Jesús confunde a un tercer maestro

XV 1.Y, algún tiempo después, otro maestro que era pariente y amigo de José, le dijo: Tráeme al niño a la escuela, que quizá podré por la dulzura enseñarle las letras. Y José le contestó: Si tienes valor, hermano, llévalo contigo. Y lo llevó con temor y repugnancia, y el niño iba con placer.

2. Y, entrando decididamente en la escuela, encontró un libro sobre un pupitre, y, tomándolo, no leía los caracteres que en él se encontraban, sino que, abriendo la boca, hablaba conforme a la inspiración del Espíritu Santo. Y enseñó la Ley a los presentes. Y, juntándose una gran multitud, lo rodeaba, lo escuchaba, y se admiraba de la belleza de sus descripciones, de lo justo de sus discursos, y de que un niño como él se expresase de tal manera.

3. Al oír esto, José, espantado, fue a la escuela, temiendo por la salud del profesor. Y el maestro dijo a José: Sabe, hermano, que yo he tomado al niño por discípulo, pero está lleno de sabiduría y de gracia. Condúcelo, yo te lo ruego, a tu domicilio.

4. Y, cuando el niño hubo oído estas palabras, sonrió. y le dijo: Puesto que has hablado bien, y has dado un buen testimonio, sea por tu causa curado quien fue herido. Y en seguida el otro maestro fue curado. Y José volvió con el niño a su casa.

Jacobo, curado de una mordedura de víbora

XVI 1.Y José envió a su hijo Jacobo a cortar madera, el niño Jesús lo seguía. Y, mientras Jacobo trabajaba, una víbora le mordió en la mano.

2. Y, como sufría y parecía herido de muerte, Jesús se aproximó, y le sopló en la mordedura, y en seguida cesó el dolor, y murió el reptil, y, al instante, Jacobo quedó sano y salvo.

Resurrección de un niño

XVII 1.Más tarde, murió un niño en la vecindad, y su madre lloraba mucho. Y Jesús oyó el clamor de su gran pena y se apresuró a acudir. Y, hallando al niño muerto, le tocó el pecho, y dijo: Yo te mando, niño, que no mueras, sino que vivas, y que te quedes con tu madre. Y en seguida el niño abrió los ojos, y sonrió. Y Jesús dijo a la mujer: Tómalo, y dale leche, y acuérdate de mí.

2. Y, viendo esto, la gente se llenó de admiración, y decía: En verdad, este niño es un Dios o un ángel de Dios, porque toda palabra suya se convierte en un hecho. Y Jesús se fue a jugar con los demás niños.

Resurrección de un hombre

XVIII 1. Algún tiempo más tarde, habiéndose producido en una casa que se construía un gran tumulto, Jesús se levantó, y acudió al lugar. Y, viendo a un hombre que yacía sin vida, le tomó la mano y dijo: Levántate, hombre, y continúa laborando en tu obra, pues yo te lo ordeno. Y el hombre se levantó, y lo adoró.

2. Viendo lo cual, quedó la gente admirada, y decía: Este niño viene del cielo, porque ha salvado almas de la muerte, y las salvará durante toda su vida.

Jesús en medio de los doctores

XIX 1.Cuando tuvo la edad de doce años, sus padres, siguiendo la costumbre, fueron a Jerusalén por las fiestas de Pascua con otros compañeros de viaje, y, después de las fiestas, regresaron a su morada. Y, mientras ellos volvían, el niño Jesús quedó en Jerusalén, y sus padres pensaron que estaba entre sus compañeros de viaje.

2. Mas, tras una jornada de camino, buscaron entre sus deudos, y, no hallándolo, se afligieron, y tomaron a la ciudad para buscarlo. Y, tres días después, lo hallaron en el templo, sentado entre los doctores, escuchándolos e interrogándolos. Y todos estaban atentos y sorprendidos de que un niño redujese al silencio a los ancianos del templo y a los doctores del pueblo, explicando los puntos principales de la Ley y las parábolas de los profetas.

3. Y su madre María, aproximándose, le dijo: ¿Por qué nos has hecho esto, hijo mío? He aquí que estábamos afligidos, y que te buscábamos. Pero Jesús les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que es preciso que yo atienda a las cosas que afectan a mi Padre?

4. Y los escribas y los fariseos dijeron a María: ¿Tú eres madre de este niño? Ella respondió: Lo soy. Y ellos dijeron: Feliz eres entre las mujeres, porque Dios ha bendecido el fruto de tus entrañas. Nunca hemos visto ni oído tanta gloria, tanta virtud, tanta sabiduría.

5. Y Jesús, levantándose, siguió a su madre, y estaba sometido a su familia. Y su madre guardaba estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia. Gloria a él por los siglos de los siglos. Amén.

Fuente: Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco

HISTORIA DE LA INFANCIA DE JESUS SEGÚN SANTO TOMÁS

(Redacción latina)

De cómo Maria y José huyeron con Jesús a Egipto

I 1.Cuando Herodes hizo buscar a Jesús, para matarlo, el ángel dijo a José:

2. Toma a María y a su hijo, y huye a Egipto, lejos de los que quieren matar al niño.

3. Y Jesús tenía dos años cuando entró en Egipto.

4. Y ocurrió que, como cruzasen un sembrado, recogió espigas, y las puso al fuego, y las asó, y las comió.

5. Y, llegados a Egipto, fueron admitidos en la casa de una viuda.

6. Y pasaron un año allí.

7. Y Jesús cumplió los tres años. Y, viendo jugar a los niños, comenzó a tomar parte en sus diversiones.

8. Y, encontrando un pez seco, lo puso en un plato, y le ordenó que palpitase.

9. Y el pez comenzó a palpitar.

10. Y Jesús le dijo: Quítate la sal que has tomado, y ve al agua.

11. Y fue así. Mas los vecinos, viendo lo que había hecho, llevaron la noticia a la casa de la viuda en que vivía María, la madre de Jesús.

12. Y aquella mujer, al saber lo ocurrido, los arrojó de su casa.

Jesús y los doce pajarillos

II 1.Y Jesús, paseando con su madre María por la plaza de la población, vio a un maestro que enseñaba a sus discípulos.

2.Y he aquí que doce pajarillos descendieron sobre donde estaban los discípulos con el maestro.

3. Y Jesús, al observar esto, se paró, y se puso a reír.

4. Y, viéndolo reír, el maestro se encolerizó.

5. Y dijo a sus discípulos: Id y traédmelo.

6. Y cuando se lo llevaron, el maestro lo agarró de una oreja.

7. Y le preguntó: ¿Qué has visto que te haya hecho reír?

8. Y Jesús le contestó: Maestro, he aquí mi mano llena de trigo.

9. Yo lo he mostrado a esos pájaros, y he esparcido este grano, y ellos se han apresurado a venir por él.

10. Y Jesús estuvo allí hasta que los pájaros se repartieron el trigo.

11. Mas el maestro lo echó de la ciudad, con su madre.

Jesús vuelve de Egipto a Judea

III 1.Y he aquí que el ángel del Señor se apareció a María.

2. Y le dijo: Toma el niño, y vuelve a la tierra de los judíos.

3. Porque los que querían su vida, han muerto.

4. Y María se levantó y se llevó a Jesús.

5. Y fueron a la ciudad de Nazareth, donde estaba la hacienda de su padre.

6. Y cuando José salió de Egipto, después de la muerte de Herodes, condujo a Jesús al desierto, hasta que los que querían la vida del niño no turbasen a Jerusalén.

7. Y dio gracias al Altísimo, porque le había dado la inteligencia.

8. Y porque había hallado gracia ante el Señor Dios. Amén.

Cosas que hizo Jesús en la villa de Nazareth

IV 1.Glorioso es para Tomás Israelita, apóstol del Señor, contar las obras de Jesús, cuando estaba en Nazareth, de regreso de Egipto.

2. Oíd atentamente, hermanos queridos, lo que hizo el Señor Jesús en la ciudad de Nazareth.

3. Jesús tenía cinco años, cuando una gran lluvia cayó sobre la tierra.

4. Y el Señor Jesús andaba bajo la lluvia.

5. Y era espantosa, mas él la reunió en una cisterna y le ordenó ser clara. Y ella lo fue.

6. Y, tomando el barro de aquel pozo, lo modeló, y le dio forma de doce pajaritos.

7. Y Jesús hacía estas cosas un día de sábado, en medio de los hijos de los judíos.

8. Y los hijos de los judíos fueron a José, padre de Jesús, y le dijeron:

9. He aquí que tu hijo jugaba con nosotros.

10. Y ha tomado barro, y ha modelado doce pájaros, y ha violado el sábado.

11.Y José vino al niño Jesús, y le dijo: ¿Por qué has hecho lo que no está permitido hacer en día de sábado?

12. Mas Jesús, abriendo las manos, dijo a los pájaros: Levantaos y volad.

13. Porque nadie ha de daros muerte.

14. Y poniéndose a volar, alababan con sus gritos a Dios Todopoderoso.

15. Y, al ver esto, los judíos, maravilláronse, y empezaron a divulgar los milagros de Jesús.

16. Y un fariseo, que estaba con el niño, tomó un ramo de oliva, y destruyó la fuente que había hecho Jesús.

17. Y, cuando Jesús lo vio, se enojó, y dijo: Sodomita impío e ignorante, ¿qué te habían hecho estas fuentes, que son obra mía?

18. Quedarás como un árbol seco, sin raíces, sin hojas ni frutos.

19. Y el fariseo se secó, y cayó a tierra, y murió.

20. Y sus padres llevaron su cuerpo, y se enojaron con José.

21. Y le decían: He aquí la obra de tu hijo. Enséñale a orar, y no a maldecir.

Los nazarenos se irritan contra José por las cosas que obra Jesús

V 1.Y, unos días después, yendo Jesús con José por la ciudad, un niño corrió ante ellos, y, tropezando intencionadamente con Jesús, lo lastimó mucho en un costado.

2. Mas Jesús le dijo: No acabarás el camino que has comenzado a recorrer.

3. Y el niño cayó a tierra, y murió.

4. Y los que vieron tal milagro, exclamaron: ¿De dónde es este niño?

5. Y dijeron a José: No conviene que semejante niño esté entre nosotros. Aléjalo de aquí.

6. Mas si es preciso que tú estés entre nosotros, enséñale a orar, y no a maldecir, porque nuestros hijos han perdido la razón.

7. Y José llamó a Jesús y le dijo: ¿Por qué maldices?

8. He aquí que los habitantes de esta ciudad nos odian.

9. Mas Jesús dijo: Yo sé que a ti, y no a mí, afectan esos discursos.

10. Y me callaré por ti, mas que ellos vean lo que hacen, según su discreción.

11. Y todos los que hablaban contra Jesús, quedaron ciegos.

12. Y se fueron diciendo: Todas las palabras que salen de su boca tienen una potencia fatal.

13. Y viendo José lo que había hecho Jesús, se enfureció, y le agarró de una oreja.

14. Y Jesús se enojó, y dijo a José: Bástete mirarme, mas no me toques.

15. Tú no sabes quién soy. Y si lo supieras, no me contrariarías. Porque, aunque estoy aquí contigo, he sido creado antes que tú.

De cómo fue tratado Jesús por un maestro de escuela

VI 1. Y un hombre llamado Zaqueo escuchaba lo que Jesús decía a José.

2. Y lleno de admiración por Jesús, dijo: Nunca he visto un niño que hablase así.

3. Y se acercó a José y le dijo: Tienes un hijo muy inteligente. Envíamelo, para que le enseñe las letras.

4. Y luego que las sepa, yo lo instruiré con esmero, para que no permanezca en la ignorancia.

5. Y José contestó: Nadie puede enseñarle, sino Dios. ¿Crees que este niño es como los demás?

6. Y oyendo Jesús lo que Zaqueo hablaba a José, le dijo: Maestro, todas las palabras que salen de mi boca son verdaderas.

7. Y yo he sido el Señor antes que todos los hombres, y la gloria de los siglos me ha sido dada. Mas nada se os ha dado a vosotros.

8. Porque yo soy antes que los siglos, y sé cuál será el número de los años de tu vida, y que serás desterrado.

9. Y tú debes comprender lo que ha dicho mi padre, porque cuantas palabras salen de mi boca son verdaderas.

10. Y oyendo los judíos lo que decía Jesús, se maravillaban.

11. Y decían: Estamos escuchando de este niño discursos que no hemos oído nunca, y que no oiremos jamás de nadie.

12. Ni aun de los príncipes de los sacerdotes, ni de los doctores de la Ley, ni de los fariseos.

13. Y Jesús les contestó: ¿De qué os maravilláis?

14. Miráis como increíble lo que os he dicho, y he aquí que os he dicho la verdad.

15. Porque yo sé cuándo habéis nacido vosotros y vuestros padres, y os puedo decir cómo fue hecho el mundo, y conozco a quien me ha enviado a vosotros.

16. Y los judíos estaban tan asombrados que no acertaban a responder.

17. Y el niño, recogiéndose en sí mismo, se gozó, y dijo: Os he hablado en parábola, porque sé que sois débiles e ignorantes.

18. Y el maestro dijo a José: Tráemelo, para que le enseñe las letras.

19. Y José llevó a Jesús a la casa del maestro, donde había otros niños instruyéndose.

20. Y el maestro, hablándole con dulzura, se puso a enseñarle las letras.

21. Mas él escribió el primer versículo, que va desde A a T, y se puso a instruirlo.

22. Y el maestro pegó al niño en la cabeza, y el niño le dijo: Conviene que yo te instruya a ti, y no tú a mi.

23. Porque yo conozco las letras que quieres enseñarme, y sé que nada puede salir de ti, más que palabras, y no sabiduría.

24. Y comenzando el versículo, recitó desde A hasta F muy rápidamente. Y mirando al maestro dijo: Tú no sabes explicar lo que es A ni lo que es B. ¿Cómo quieres enseñar las otras letras?

25. Hipócrita, dime qué es A, y te diré que es B. Y queriendo aquel doctor explicar la A, no pudo dar ninguna respuesta.

26. Y Jesús dijo a Zaqueo. Escucha, doctor, y comprende la primera letra.

27. Nota que tiene dos trazos que se unen, se separan y engruesan, y que son el símbolo de la permanencia, de la dispersión y de la variedad.

28. Y viendo Zaqueo explicar así la primera letra, se asombró de que un niño tuviera ciencia tan profunda, y exclamó: ¡Malhaya yo!

29. Porque he traído sobre mí una gran vergüenza por causa de este niño, y estoy lleno de estupefacción.

30. Y dijo a José: Yo te ruego, hermano, que te lo lleves, pues no puedo mirarlo a la cara, ni escuchar sus discursos asombrosos.

31. Porque este niño puede dominar el fuego y encadenar la mar, por haber nacido antes que los siglos.

32. Y yo no sé qué vientre lo ha engendrado niqué pecho lo ha nutrido.

33. He aquí que quedo abatido en espíritu, porque seré objeto de irrisión. Yo lo creía discípulo, y resulta ser maestro.

34. Y no puedo sobrellevar mi oprobio porque soy viejo, y, sin embargo, nada hallo que responderle.

35. Y quiero caer enfermo, y dejar este mundo, o, a lo menos, abandonar esta ciudad, donde todos han visto mi afrenta de ser confundido por un niño.

36. ¿Qué podré ya decir a los otros? ¿Qué discursos haré, si él me ha vencido ya en la primera letra?

37. Estoy estupefacto, ¡oh amigos!, y no hallo ni el principio ni el fin de la contestación que habría de darle.

38. Y ahora, hermano José, llévate al niño a casa, porque es un maestro, y un Señor, o un ángel.

39. Y volviéndose Jesús a los judíos que estaban con Zaqueo, les dijo: Que los que no creían, crean, y que los que no comprendían, comprendan, y que los sordos oigan y que los muertos resuciten.

40. Y cuando hubo callado el niño Jesús, todos los que habían sido heridos por su palabra, curaron.

Jesús resucita a un niño

VII 1.Subiendo un día Jesús con unos niños a la azotea de una casa, se puso a jugar con ellos.

2. Y uno cayó al patio y murió. Y todos los niños huyeron, mas Jesús se quedó.

3. Y, habiendo llegado los padres del niño muerto, decían a Jesús: Tú eres quien lo has tirado. Y lo amenazaban.

4. Y Jesús, saliendo de la casa. se puso en pie ante el niño muerto, y le dijo en voz alta: Simón, Simón, levántate y di si yo te he hecho caer.

5. Y el niño se levantó, y dijo: No, Señor. Y viendo sus padres el gran milagro que había hecho Jesús, lo adoraron y glorificaron a Dios.

Jesús cura el pie de un niño

VIII 1.Y un niño partía madera, y se hirió un pie.

2. Y, sobreviniendo allí mucha gente, Jesús se acercó también al niño, y le tocó el pie, y curó.

3. Y díjole Jesús: Levántate, y parte tu leña, y acuérdate de mi.

4. Y la gente, al ver este milagro, adoró a Jesús, diciendo: Verdaderamente, creemos que es Dios.

Jesús lleva el agua en su ropa

IX 1. Y tenía Jesús seis años. Y su madre lo envió a buscar agua.

2. Y como llegase Jesús a la fuente, había mucha multitud, y se rompió su cántaro.

3. Y en la ropa que vestía, recogió agua y la llevó a María, su madre.

4. Y viendo ella el milagro que había hecho Jesús, lo abrazó, y dijo: Señor, óyeme, y salva a mi hijo.

Jesús siembra trigo

X 1. Y, al advenir la sementera, José fue a sembrar, y Jesús iba con él.

2. Y cuando empezó a sembrar José, Jesús tomó un puñado de trigo, y lo esparció por el suelo.

3. Y llegado el tiempo de la siega, José fue a recolectar.

4. Y Jesús recogió las espigas del trigo que había sembrado, e hizo cien haces de buen grano, y lo repartió a los pobres, a las viudas y a los huérfanos.

Jesús iguala dos maderos desiguales

XI 1.Y Jesús cumplió la edad de ocho años.

2. Y José era carpintero, y hacía carretas y yugos para los bueyes.

3. Y un rico dijo a José: Maestro, hazme un lecho grande y hermoso.

4. Y José estaba afligido, porque uno de los maderos que iba a emplear era más corto que el otro.

5. Mas le dijo Jesús: No te aflijas. Toma el madero de un lado, yo lo tomaré del otro, y tiremos.

6. Y, haciéndolo así, el madero adquirió la longitud precisa. Y Jesús dijo a José: Trabaja. He ahí el madero que necesitabas.

7. Y, al ver José lo que había hecho Jesús, lo abrazó, diciendo: Bendito sea Dios, que me ha dado tal hijo.

Jesús es llevado a otro maestro para aprender las letras

XII 1.Y viendo José el poder de Jesús, y que crecía, pensó enviarlo a un maestro que le enseñase las letras, y lo llevó a un doctor.

2. Y este doctor dijo a José: ¿Qué letras quieres que aprenda tu hijo?

3. Y José le contestó: Enséñale primero las letras extranjeras y luego las hebreas. Porque estaba informado de que aquel doctor era muy sabio.

4. Y cuando el doctor escribió el primer versículo, que es A y B, se lo explicó a Jesús varias horas.

5. Mas Jesús callaba y nada respondía.

6. Y dijo luego al doctor: Si eres verdaderamente un maestro, y sabes las letras, dime la potencia de la letra A, y yo te diré la potencia de la letra B.

7. Mas el maestro, colérico, le pegó en la cabeza. Y Jesús, irritado, lo maldijo, y el maestro cayó al suelo, y murió.

8. Y Jesús volvió a su casa, mas José prohibió a María que lo dejase pasar el umbral.

Jesús es llevado por tercera vez a un maestro

XIII 1.Mas, transcurridos pocos días, vino un doctor, amigo de José.

2. Y dijo: Llévame el niño, y yo le enseñaré las letra tratándolo con mucha dulzura.

3. Y José contestó: Si puedes conseguirlo, instrúyelo.

4. Y recibiendo el doctor a Jesús, lo llevó con alegría.

5. Y llegado Jesús a la morada del doctor, encontró un libro en un rincón, y tomándolo, lo abrió.

6. Mas no leía lo que estaba escrito en él, sino que abría la boca y hablaba por inspiración del Espíritu Santo, y enseñaba la Ley.

7. Y todos los asistentes lo escuchaban atentos, y el maestro lo oía con placer, y le pidió que enseñase con más extensión.

8. Y mucha gente se reunió para escuchar los discursos que salían de su boca.

9.Mas José, sabiendo esto, se espantó. Y el maestro le dijo: Hermano, yo he recibido a tu hijo para instruiro.

10. Empero, he aquí que él está lleno de sabiduría. Llévalo a tu casa con gozo, porque la sabiduría que tiene es un don del Señor.

11. Y oyendo Jesús hablar así al maestro, se regocijó y dijo: Tú ahora, maestro, has dicho la verdad.

12. Y por ti, el que es muerto, debe resucitar. Y José lo llevó a casa.

Jesús cura a Jacobo de la mordedura de una vibora

XIV 1. José envió a Jacobo a recoger paja, y Jesús iba con él.

2. Y mientras Jacobo recogía la paja, una víbora lo mordió, y cayó al suelo como muerto.

3. Y viendo esto Jesús, sopló sobre la herida, y Jacoboquedó curado, y la víbora murió.

Jesús resucita a otro niño

XV 1.Y habiendo muerto el hijo de un vecino, su madre se entregó a un gran dolor

2. Y sabiéndolo Jesús, llegóse al cadáver del niño, y se inclinó sobre él, y sopló sobre su pecho.

3. Y le dijo: Niño, yo te ordeno no morir, sino vivir.

4. Y el niño resucitó. Y Jesús dijo a la madre: Toma a tu hijo, y dale de mamar, y acuérdate de mí.

5. Y viendo este milagro, decía la gente: En verdad, este niño es del cielo.

6. Porque ha librado varias vidas de la muerte, y cura a todos los que esperan en él.

7. Y los escribas y los fariseos se llegaron a María, y le preguntaron: ¿Eres tú la madre de este niño? Y ella dijo: En verdad que lo soy.

8. Y ellos le dijeron: Dichosa eres tú entre todas las mujeres.

9. Porque Dios ha bendecido el fruto de tu vientre, pues que te ha dado un hijo tan glorioso y dotado de una sabiduría como nunca hemos visto ni oído.

10. Y Jesús se levantó, y seguía a su madre. Y María conservaba en su corazón todos los milagros que había hecho entre el pueblo, curando a muchos que habían enfermado.

11. Y Jesús crecía en talla y en sapiencia, y todos los que lo veían, glorificaban a Dios, el Padre Todopoderoso, que bendito sea por los siglos de los siglos. Amén.

Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco

EL PROTOEVANGELIO DE SANTIAGO

Dolor de Joaquín

I 1. Consta en las historias de las doce tribus de Israel que había un hombre llamado Joaquín, rico en extremo, el cual aportaba ofrendas dobles, diciendo: El excedente de mi ofrenda será para todo el pueblo, y lo que ofrezca en expiación de mis faltas será para el Señor, a fin de que se me muestre propicio.

2. Y, habiendo llegado el gran día del Señor, los hijos de Israel aportaban sus ofrendas. Y Rubén se puso ante Joaquín, y le dijo: No te es lícito aportar tus ofrendas el primero, porque no has engendrado, en Israel, vástago de posteridad.

3. Y Joaquín se contristó en gran medida, y se dirigió a los archivos de las doce tribus de Israel, diciéndose: Veré en los archivos de las doce tribus si soy el único que no ha engendrado vástago en Israel. E hizo perquisiciones, y halló que todos los justos habían procreado descendencia en Israel. Mas se acordó del patriarca Abraham, y de que Dios, en sus días postrimeros, le había dado por hijo a Isaac.

4. Y Joaquín quedó muy afligido, y no se presentó a su mujer, sino que se retiró al desierto. Y allí plantó su tienda, y ayunó cuarenta días y cuarenta noches, diciendo entre sí: No comeré, ni beberé, hasta que el Señor, mi Dios, me visite, y la oración será mi comida y mi bebida.

Dolor de Ana

II 1. Y Ana, mujer de Joaquín, se deshacía en lágrimas, y lamentaba su doble aflicción, diciendo: Lloraré mi viudez, y lloraré también mi esterilidad.

2. Y, habiendo llegado el gran día del Señor, Judith, su sierva, le dijo: ¿Hasta cuándo este abatimiento de tu corazón? He aquí llegado el gran día del Señor, en que no te es lícito llorar. Mas toma este velo, que me ha dado el ama del servicio, y que yo no puedo ceñirme, porque soy una sierva, y él tiene el signo real.

3. Y Ana dijo: Apártate de mi lado, que no me pondré eso, porque el Señor me ha humillado en gran manera. Acaso algún perverso te ha dado ese velo, y tú vienes a hacerme cómplice de tu falta. Y Judith respondió: ¿Qué mal podría desearte, puesto que el Señor te ha herido de esterilidad, para que no des fruto en Israel?

4. Y Ana, sumamente afligida, se despojó de sus vestidos de duelo, y se lavó la cabeza, y se puso su traje nupcial, y, hacia la hora de nona, bajó al jardín, para pasearse. Y vio un laurel, y se colocó bajo su sombra, y rogó al Señor, diciendo: Dios de mis padres, bendíceme, y acoge mi plegaria, como bendijiste las entrañas de Sara, y le diste a su hijo Isaac.

Trenos de Ana

III 1. Y, levantando los ojos al cielo, vio un nido de gorriones, y lanzó un gemido, diciéndose: ¡Desventurada de mí! ¿Quién me ha engendrado, y qué vientre me ha dado a luz? Porque me he convertido en objeto de maldición para los hijos de Israel, que me han ultrajado y expulsado con irrisión del templo del Señor.

2. ¡Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a los pájaros del cielo, porque aun los pájaros del cielo son fecundos ante ti, Señor.

3. ¡Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a las bestias de la tierra, porque aun las bestias de la tierra son fecundas ante ti, Señor.

4. ¡Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a estas aguas, porque aun estas aguas son fecundas ante ti, Señor.

5. ¡Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a esta tierra, porque aun esta tierra produce fruto a su tiempo, y te bendice, Señor.

La promesa divina

IV 1. Y he aquí que un ángel del Señor apareció, y le dijo: Ana, Ana, el Señor ha escuchado y atendido tu súplica. Concebirás, y parirás, y se hablará de tu progenitura en toda la tierra. Y Ana dijo: Tan cierto como el Señor, mi Dios, vive, si yo doy a luz un hijo, sea varón, sea hembra, lo llevaré como ofrenda al Señor, mi Dios, y permanecerá a su servicio todos los días de su vida.

2. Y he aquí que dos mensajeros llegaron a ella, diciéndole: Joaquín tu marido viene a ti con sus rebaños. Porque un ángel del Señor ha descendido hasta él, diciéndole: Joaquín, Joaquín, el Señor ha oído y aceptado tu ruego. Sal de aquí, porque tu mujer Ana concebirá en su seno.

3. Y Joaquín salió, y llamó a sus pastores, diciendo: Traedme diez corderos sin mácula, y serán para el Señor mi Dios; y doce terneros, y serán para los sacerdotes y para el Consejo de los Ancianos; y cien cabritos, y serán para los pobres del pueblo.

4. Y he aquí que Joaquín llegó con sus rebaños, y Ana, que lo esperaba en la puerta de su casa, lo vio venir, y, corriendo hacia él, le echó los brazos al cuello, diciendo: Ahora conozco que el Señor, mi Dios, me ha colmado de bendiciones; porque era viuda, y ya no lo soy; estaba sin hijo, y voy a concebir uno en mis entrañas. Y Joaquín guardó reposo en su hogar aquel primer día.

Concepción de María

V 1. Y, al día siguiente, presentó sus ofrendas, diciendo entre sí de esta manera: Si el Señor Dios me es propicio, me concederá ver el disco de oro del Gran Sacerdote. Y, una vez hubo presentado sus ofrendas, fijó su mirada en el disco del Gran Sacerdote, cuando éste subía al altar, y no notó mancha alguna en sí mismo. Y Joaquín dijo: Ahora sé que el Señor me es propicio, y que me ha perdonado todos mis pecados. Y salió justificado del templo del Señor, y volvió a su casa.

2. Y los meses de Ana se cumplieron, y, al noveno, dio a luz. Y preguntó a la partera: ¿Qué he parido? La partera contestó: Una niña. Y Ana repuso: Mi alma se ha glorificado en este día. Y acostó a la niña en su cama. Y, transcurridos los días legales, Ana se lavó, dio el pecho a la niña, y la llamó María.

Fiesta del primer año

VI 1. Y la niña se fortificaba de día en día. Y, cuando tuvo seis meses, su madre la puso en el suelo, para ver si se mantenía en pie. Y la niña dio siete pasos, y luego avanzó hacia el regazo de su madre, que la levantó, diciendo: Por la vida del Señor, que no marcharás sobre el suelo hasta el día que te lleve al templo del Altísimo. Y estableció un santuario en su dormitorio, y no le dejaba tocar nada que estuviese manchado, o que fuese impuro. Y llamó a las hijas de los hebreos que se conservaban sin mancilla, y que entretenían a la niña con sus juegos.

2. Y, cuando la niña llegó a la edad de un año, Joaquín celebró un gran banquete, e invitó a él a los sacerdotes y a los escribas y al Consejo de los Ancianos y a todo el pueblo israelita. Y presentó la niña a los sacerdotes, y ellos la bendijeron, diciendo: Dios de nuestros padres, bendice a esta niña, y dale un nombre que se repita siglos y siglos, a través de las generaciones. Y el pueblo dijo: Así sea, así sea. Y Joaquín la presentó a los príncipes de los sacerdotes, y ellos la bendijeron, diciendo: Dios de las alturas, dirige tu mirada a esta niña, y dale una bendición suprema.

3. Y su madre la llevó al santuario de su dormitorio, y le dio el pecho. Y Ana entonó un cántico al Señor Dios, diciendo: Elevará un himno al Señor mi Dios, porque me ha visitado, y ha alejado de mí los ultrajes de mis enemigos, y me ha dado un fruto de su justicia a la vez uno y múltiple ante Él. ¿Quién anunciará a los hijos de Rubén que Ana amamanta a un hijo? Sabed, sabed, vosotras las doce tribus de Israel, que Ana amamanta a un hijo. Y dejó reposando a la niña en el santuario del dormitorio, y salió, y sirvió a los invitados. Y, terminado el convite, todos salieron llenos de júbilo, y glorificando al Dios de Israel.

Consagración de María en el templo

VII 1. Y los meses se sucedían para la niña. Y, cuando llegó a la edad de dos años, Joaquín dijo: Llevémosla al templo del Señor, para cumplir la promesa que le hemos hecho, no sea que nos la reclame, y rechace nuestra ofrenda. Y Ana respondió: Esperemos al tercer año, a fin de que la niña no nos eche de menos. Y Joaquín repuso: Esperemos.

2. Y, cuando la niña llegó a la edad de tres años, Joaquín dijo: Llamad a las hijas de los hebreos que estén sin mancilla, y que tome cada cual una lámpara, y que estas lámparas se enciendan, para que la niña no vuelva atrás, y para que su corazón no se fije en nada que esté fuera del templo del Señor. Y ellas hicieron lo que se les mandaba, hasta el momento en que subieron al templo del Señor. Y el Gran Sacerdote recibió a la niña, y, abrazándola, la bendijo, y exclamó: El Señor ha glorificado tu nombre en todas las generaciones. Y en ti, hasta el último día, el Señor hará ver la redención por Él concedida a los hijos de Israel.

3. E hizo sentarse a la niña en la tercera grada del altar, y el Señor envió su gracia sobre ella, y ella danzó sobre sus pies y toda la casa de Israel la amó.

Pubertad de María

VIII 1. Y sus padres salieron del templo llenos de admiración, y glorificando al Omnipotente, porque la niña no se había vuelto atrás. Y María permaneció en el templo del Señor, nutriéndose como una paloma, y recibía su alimento de manos de un ángel.

2. Y, cuando llegó a la edad de doce años, los sacerdotes se congregaron, y dijeron: He aquí que María ha llegado a la edad de doce años en el templo del Señor. ¿Qué medida tomaremos con ella, para que no mancille el santuario? Y dijeron al Gran Sacerdote: Tú, que estás encargado del altar, entra y ruega por María, y hagamos lo que te revele el Señor.

3. Y el Gran Sacerdote, poniéndose su traje de doce campanillas, entró en el Santo de los Santos, y rogó por María. Y he aquí que un ángel del Señor se le apareció, diciéndole: Zacarías, Zacarías, sal y reúne a todos los viudos del pueblo, y que éstos vengan cada cual con una vara, y aquel a quien el Señor envíe un prodigio, de aquel será María la esposa. Y los heraldos salieron, y recorrieron todo el país de Judea, y la trompeta del Señor resonó, y todos los viudos acudieron a su llamada.

José, guardián de María

IX 1. Y José, abandonando sus herramientas, salió para juntarse a los demás viudos, y, todos congregados, fueron a encontrar al Gran Sacerdote. Este tomó las varas de cada cual, penetró en el templo, y oró. Y, cuando hubo terminado su plegaria, volvió a tomar las varas, salió, se las devolvió a sus dueños respectivos, y no notó en ellas prodigio alguno. Y José tomó la última, y he aquí que una paloma salió de ella, y voló sobre la cabeza del viudo. Y el Gran Sacerdote dijo a José: Tú eres el designado por la suerte, para tomar bajo tu guarda a la Virgen del Señor.

2. Mas José se negaba a ello, diciendo: Soy viejo, y tengo hijos, al paso que ella es una niña. No quisiera servir de irrisión a los hijos de Israel. Y el Gran Sacerdote respondió a José: Teme al Señor tu Dios, y recuerda lo que hizo con Dathan, Abiron y Coré, y cómo, entreabierta la tierra, los sumió en sus entrañas, a causa de su desobediencia. Teme, José, que no ocurra lo mismo en tu casa.

3. Y José, lleno de temor, recibió a María bajo su guarda, diciéndole: He aquí que te he recibido del templo del Señor, y que te dejo en mi hogar. Ahora voy a trabajar en mis construcciones, y después volveré cerca de ti. Entretanto, el Señor te protegerá.

El velo del templo

X 1. Y he aquí que los sacerdotes se reunieron en consejo, y dijeron: Hagamos un velo para el templo del Señor. Y el Gran Sacerdote dijo: Traedme jóvenes sin mancilla de la casa de David. Y los servidores fueron a buscarlas, y encontraron siete jóvenes. Y el Gran Sacerdote se acordó de María, y de que era de la tribu de David, y de que permanecía sin mancilla ante Dios. Y los servidores partieron, y la trajeron.

2. E introdujeron a las jóvenes en el templo del Señor, y el Gran Sacerdote dijo: Echad a suertes sobre cuál hilará el oro, el jacinto, el amianto, la seda, el lino fino, la verdadera escarlata y la verdadera púrpura. Y la verdadera escarlata y la verdadera púrpura tocaron a María, que, habiéndolas recibido, volvió a su casa. Y, en este momento, Zacarías quedó mudo, y Samuel lo reemplazó en sus funciones, hasta que recobró la palabra. Y María tomó la escarlata, y empezó a hilarla.

La anunciación

XI 1. Y María tomó su cántaro, y salió para llenarlo de agua. Y he aquí que se oyó una voz, que decía: Salve, María, llena eres de gracia. El Señor es contigo, y bendita eres entre todas las mujeres. Y ella miró en torno suyo, a derecha e izquierda, para ver de dónde venía la voz. Y, toda temblorosa, regresó a su casa, dejó el cántaro, y, tomando la púrpura, se sentó, y se puso a hilar.

2. Y he aquí que un ángel del Señor se le apareció, diciéndole: No temas, Maria, porque has encontrado gracia ante el Dueño de todas las cosas, y concebirás su Verbo. Y María, vacilante, respondió: Si debo concebir al Dios vivo, ¿daré a luz como toda mujer da?

3. Y el ángel del Señor dijo: No será así, María, porque la virtud del Señor te cubrirá con su sombra, y el ser santo que de ti nacerá se llamará Hijo del Altísimo. Y le darás el nombre de Jesús, porque librará a su pueblo de sus pecados. Y María dijo: He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra.

La visitación

XII 1. Y siguió trabajando en la púrpura y en la escarlata, y, concluida su labor, la llevó al Gran Sacerdote. Y éste la bendijo, y exclamó: María, el Señor Dios ha glorificado tu nombre, y serás bendita en todas las generaciones de la tierra.

2. Y María, muy gozosa, fue a visitar a Isabel, su prima. Y llamó a la puerta. E Isabel, habiéndola oído, dejó su escarlata, corrió a la puerta, y abrió. Y, al ver a María, la bendijo, y exclamó: ¿De dónde que la madre de mi Señor venga a mí? Porque el fruto de mi vientre ha saltado dentro de mí, y te ha bendecido. Pero María había olvidado los misterios que el arcángel Gabriel le revelara, y, alzando los ojos al cielo, dijo: ¿Quién soy, Señor, que todas las generaciones de la tierra me bendicen?

3. Y pasó tres meses con Isabel. Y, de día en día, su embarazo avanzaba, y, poseída de temor, volvió a su casa, y se ocultó a los hijos de Israel. Y tenía dieciséis años cuando estos misterios se cumplieron.

Vuelta de José

XIII 1. Y llegó el sexto mes de embarazo, y he aquí que José volvió de sus trabajos de construcción, y, entrando en su morada, la encontró encinta. Y se golpeó el rostro, y se echó a tierra sobre un saco, y lloró amargamente, diciendo: ¿En qué forma volveré mis ojos hacia el Señor mi Dios? ¿Qué plegaria le dirigiré con relación a esta jovencita? Porque la recibí pura de los sacerdotes del templo, y no he sabido guardarla. ¿Quién ha cometido tan mala acción, y ha mancillado a esta virgen? ¿Es que se repite en mí la historia de Adán? Bien como, en la hora misma en que éste glorificaba a Dios, llegó la serpiente y, encontrando a Eva sola, la engañó, así me ha ocurrido a mí.

2. Y José se levantó del saco, y llamó a María, y le dijo: ¿Qué has hecho, tú, que eres predilecta de Dios? ¿Has olvidado a tu Señor? ¿Cómo te has atrevido a envilecer tu alma, después de haber sido educada en el Santo de los Santos, y de haber recibido de manos de un ángel tu alimento?

3. Pero ella lloró amargamente, diciendo: Estoy pura y no he conocido varón. Y José le dijo: ¿De dónde viene entonces lo que llevas en tus entrañas? Y María repuso: Por la vida del Señor mi Dios, que no sé cómo esto ha ocurrido.

José, confortado por un ángel

XIV 1. Y José, lleno de temor, se alejó de María, y se preguntó cómo obraría a su respecto. Y dijo: Si oculto su falta, contravengo la ley del Señor, y, si la denuncio a los hijos de Israel, temo que el niño que está en María no sea de un ángel, y que entregue a la muerte a un ser inocente. ¿Cómo procederé, pues, con María? La repudiaré secretamente. Y la noche lo sorprendió en estos pensamientos amargos.

2. Y he aquí que un ángel del Señor le apareció en sueños, y le dijo: No temas por ese niño, pues el fruto que está en María procede del Espíritu Santo, y dará a luz un niño, y llamarás su nombre Jesús, porque salvará al pueblo de sus pecados. Y José se despertó, y se levantó, y glorificó al Dios de Israel, por haberle concedido aquella gracia, y continuó guardando a María.

José ante el Gran Sacerdote

XV 1. Y el escriba Anás fue a casa de José, y le preguntó: ¿Por qué no has aparecido por nuestra asamblea? Y José repuso: El camino me ha fatigado, y he querido reposar el primer día. Y Anás, habiendo vuelto la cabeza, vio que María estaba embarazada.

2. Y corrió con apresuramiento cerca del Gran Sacerdote, y le dijo: José, en quien has puesto toda tu confianza, ha pecado gravemente contra la ley. Y el Gran Sacerdote lo interrogó: ¿En qué ha pecado? Y el escriba respondió: Ha mancillado y consumado a hurtadillas matrimonio con la virgen que recibió del templo del Señor, sin hacerlo conocer a los hijos de Israel. Y el Gran Sacerdote exclamó: ¿José ha hecho eso? Y el escriba Anás dijo: Envía servidores, y comprobarás que la joven se halla encinta. Y los servidores partieron, y encontraron a la doncella como había dicho el escriba, y condujeron a María y a José para ser juzgados.

3. Y el Gran Sacerdote prorrumpió, lamentándose: ¿Por qué has hecho esto, María? ¿Por qué has envilecido tu alma, y te has olvidado del Señor tu Dios? Tú, que has sido educada en el Santo de los Santos, que has recibido tu alimento de manos de un ángel, que has oído los himnos sagrados, y que has danzado delante del Señor, ¿por qué has hecho esto? Pero ella lloró amargamente, y dijo: Por la vida del Señor mi Dios, estoy pura, y no conozco varón.

4. Y el Gran Sacerdote dijo a José: ¿Por qué has hecho esto? Y José dijo: Por la vida del Señor mi Dios, me hallo libre de todo comercio con ella. Y el Gran Sacerdote insistió: ¡No rindas falso testimonio, confiesa la verdad! Tú has consumado a hurtadillas el matrimonio con ella, sin revelarlo a los hijos de Israel, y no has inclinado tu frente bajo la mano del Todopoderoso, a fin de que tu raza sea bendita. Y José se calló.

La prueba del agua

XVI 1. Y el Gran Sacerdote dijo: Devuelve a esta virgen que has recibido del templo del Señor. Y José lloraba abundantemente. Y el Gran Sacerdote dijo: Os haré beber el agua de prueba del Señor, y Él hará aparecer vuestro pecado a vuestros ojos.

2. Y, habiendo tomado el agua del Señor, el Gran Sacerdote dio a beber a José, y lo envió a la montaña, y éste volvió sano. Y dio asimismo de beber a María, y volvió también de ésta indemne. Y todo el pueblo quedó admirado de que pecado alguno se hubiera revelado en ellos.

3. Y el Gran Sacerdote dijo: Puesto que el Señor Dios no ha hecho aparecer la falta de que se os acusa, yo tampoco quiero condenaros. Y los dejó marchar absueltos. Y José acompañó a María, y volvió con ella a su casa, lleno de júbilo y glorificando al Dios de Israel.

Visión de los dos pueblos

XVII 1. Y llegó un edicto del emperador Augusto, que ordenaba se empadronasen todos los habitantes de Bethlehem de Judea. Y José dijo: Voy a inscribir a mis hijos. Pero ¿qué haré con esta muchacha? ¿Cómo la inscribiré? ¿Como mi esposa? Me avergonzaría de ello. ¿Como mi hija? Pero todos los hijos de Israel saben que no lo es. El día del Señor será como quiera el Señor.

2. Y ensilló su burra, y puso sobre ella a María, y su hijo llevaba la bestia por el ronzal, y él los seguía. Y, habiendo caminado tres millas, José se volvió hacia María, y la vio triste, y dijo entre sí de esta manera: Sin duda el fruto que lleva en su vientre la hace sufrir. Y por segunda vez se volvió hacia la joven, y vio que reía, y le preguntó: ¿Qué tienes, María, que encuentro tu rostro tan pronto entristecido como sonriente? Y ella contestó: Es que mis ojos contemplan dos pueblos, uno que llora y se aflige estrepitosamente, y otro que se regocija y salta de júbilo.

3. Y, llegados a mitad de camino, María dijo a José: Bájame de la burra, porque lo que llevo dentro me abruma, al avanzar. Y él la bajó de la burra, y le dijo: ¿Dónde podría llevarte, y resguardar tu pudor? Porque este lugar está desierto.

Pausa en la naturaleza

XVIII 1. Y encontró allí mismo una gruta, e hizo entrar en ella a María. Y, dejando a sus hijos cerca de ésta, fue en busca de una partera al país de Bethlehem.

2. Y yo, José, avanzaba, y he aquí que dejaba de avanzar. Y lanzaba mis miradas al aire, y veía el aire lleno de terror. Y las elevaba hacia el cielo, y lo veía inmóvil, y los pájaros detenidos. Y las bajé hacia la tierra, y vi una artesa, y obreros con las manos en ella, y los que estaban amasando no amasaban. Y los que llevaban la masa a su boca no la llevaban, sino que tenían los ojos puestos en la altura. Y unos carneros conducidos a pastar no marchaban, sino que permanecían quietos, y el pastor levantaba la mano para pegarles con su vara, y la mano quedaba suspensa en el vacío. Y contemplaba la corriente del río, y las bocas de los cabritos se mantenían a ras de agua y sin beber. Y, en un instante, todo volvió a su anterior movimiento y a su ordinario curso.

El hijo de María, en la gruta

XIX 1. Y he aquí que una mujer descendió de la montaña, y me preguntó: ¿Dónde vas? Y yo repuse: En busca de una partera judía. Y ella me interrogó: ¿Eres de la raza de Israel? Y yo le contesté: Sí. Y ella replicó: ¿Quién es la mujer que pare en la gruta? Y yo le dije: Es mi desposada. Y ella me dijo: ¿No es tu esposa? Y yo le dije: Es María, educada en el templo del Señor, y que se me dio por mujer, pero sin serlo, pues ha concebido del Espíritu Santo. Y la partera le dijo: ¿Es verdad lo que me cuentas? Y José le dijo: Ven a verlo. Y la partera siguió.

2. Y llegaron al lugar en que estaba la gruta, y he aquí que una nube luminosa la cubría. Y la partera exclamó: Mi alma ha sido exaltada en este día, porque mis ojos han visto prodigios anunciadores de que un Salvador le ha nacido a Israel. Y la nube se retiró en seguida de la gruta, y apareció en ella una luz tan grande, que nuestros ojos no podían soportarla. Y esta luz disminuyó poco a poco, hasta que el niño apareció, y tomó el pecho de su madre María. Y la partera exclamó: Gran día es hoy para mí, porque he visto un espectáculo nuevo.

3. Y la partera salió de la gruta, y encontró a Salomé, y le dijo: Salomé, Salomé, voy a contarte la maravilla extraordinaria, presenciada por mí, de una virgen que ha parido de un modo contrario a la naturaleza. Y Salomé repuso: Por la vida del Señor mi Dios, que, si no pongo mi dedo en su vientre, y lo escruto, no creeré que una virgen haya parido.

Imprudencia de Salomé

XX 1.Y la comadrona entró, y dijo a María: Disponte a dejar que ésta haga algo contigo, porque no es un debate insignificante el que ambas hemos entablado a cuenta tuya. Y Salomé, firme en verificar su comprobación, puso su dedo en el vientre de María, después de lo cual lanzó un alarido, exclamando: Castigada es mi incredulidad impía, porque he tentado al Dios viviente, y he aquí que mi mano es consumida por el fuego, y de mí se separa.

2. Y se arrodilló ante el Señor, diciendo: ¡Oh Dios de mis padres, acuérdate de que pertenezco a la raza de Abraham, de Isaac y de Jacob! No me des en espectáculo a los hijos de Israel, y devuélveme a mis pobres, porque bien sabes, Señor, que en tu nombre les prestaba mis cuidados, y que mi salario lo recibía de ti.

3. Y he aquí que un ángel del Señor se le apareció, diciendo: Salomé, Salomé, el Señor ha atendido tu súplica. Aproxímate al niño, tómalo en tus brazos, y él será para ti salud y alegría.

4. Y Salomé se acercó al recién nacido, y lo incorporó, diciendo: Quiero prosternarme ante él, porque un gran rey ha nacido para Israel. E inmediatamente fue curada, y salió justificada de la gruta. Y se dejó oír una voz, que decía: Salomé, Salomé, no publiques los prodigios que has visto, antes de que el niño haya entrado en Jerusalén.

Visita de los magos

XXI 1. Y he aquí que José se dispuso a ir a Judea. Y se produjo un gran tumulto en Bethlehem, por haber llegado allí unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el Oriente, y venimos a adorarlo.

2. Y Herodes, sabedor de esto, quedó turbado, y envió mensajeros cerca de los magos, y convocó a los príncipes de los sacerdotes, y los interrogó, diciendo: ¿Qué está escrito del Cristo? ¿Dónde debe nacer? Y ellos contestaron: En Bethlehem de Judea, porque así está escrito. Y él los despidió. E interrogó a los magos, diciendo: ¿Qué signo habéis visto con relación al rey recién nacido? Y los magos respondieron: Hemos visto que su estrella, extremadamente grande, brillaba con gran fulgor entre las demás estrellas, y que las eclipsaba hasta el punto de hacerlas invisibles con su luz. Y hemos reconocido por tal señal que un rey había nacido para Israel, y hemos venido a adorarlo. Y Herodes dijo: Id a buscarlo, y, si lo encontráis, dadme aviso de ello, a fin de que vaya yo también, y lo adore.

3. Y los magos salieron. Y he aquí que la estrella que habían visto en Oriente los precedió hasta que llegaron a la gruta, y se detuvo por encima de la entrada de ésta. Y los magos vieron al niño con su madre María, y sacaron de sus bagajes presentes de oro, de incienso y de mirra.

4. Y, advertidos por el ángel de que no volviesen a Judea, regresaron a su país por otra ruta.

Furor de Herodes

XXII 1. Al darse cuenta de que los magos lo habían engañado, Herodes montó en cólera, y despachó sicarios, a quienes dijo: Matad a todos los niños de dos años para abajo.

2. Y María, al enterarse de que había comenzado el degüello de los niños, se espantó, tomó al suyo, lo envolvió en pañales, y lo depositó en un pesebre de bueyes.

3. Isabel, noticiosa de que se buscaba a Juan, lo agarró, ganó la montaña, miró en torno suyo, para ver dónde podría ocultarlo, y no encontró lugar de refugio. Y, gimiendo, clamó a gran voz: Montaña de Dios, recibe a una madre con su hijo. Porque le era imposible subir a ella. Pero la montaña se abrió, y la recibió. Y había allí una gran luz, que los esclarecía, y un ángel del Señor estaba con ellos, y los guardaba.

Muerte de Zacarías

XXIII 1. Y Herodes buscaba a Juan, y envió sus servidores a Zacarías, diciendo: ¿Dónde has escondido a tu hijo? Y él repuso: Soy servidor de Dios, permanezco constantemente en el templo del Señor, e ignoro dónde mi hijo está.

2. Y los servidores se marcharon del templo, y anunciaron todo esto a Herodes. Y Herodes, irritado, dijo: Su hijo debe un día reinar sobre Israel. Y los envió de nuevo a Zacarías, ordenando: Di la verdad. ¿Dónde se halla tu hijo? Porque bien sabes que tu sangre se encuentra bajo mi mano. Y los servidores partieron, y refirieron todo esto a Zacarias.

3. Y éste exclamó: Mártir seré de Dios, si viertes mi sangre. Y el Omnipotente recibirá mi espíritu, porque sangre inocente es la que quieres derramar en el vestíbulo del templo del Señor. Y, a punto de amanecer, Zacarías fue muerto, y los hijos de Israel ignoraban que lo hubiese sido.

Nombramiento de nuevo Gran Sacerdote

XXIV 1. Pero los sacerdotes fueron al templo, a la hora de la salutación, y Zacarías no fue en su busca, para bendecirlos, según costumbre. Y se detuvieron, esperando a Zacarías, para saludarlo, y para celebrar al Altísimo.

2. Y, como tardaba, se sintieron poseídos de temor. Y uno de ellos, más audaz, penetró en el templo, y vio cerca del altar sangre coagulada, y oyó una voz que decía: Zacarías ha sido asesinado, y su sangre no desaparecerá de aquí hasta que llegue su vengador. Y, al escuchar estas palabras, quedó espantado, y salió, y llevó la nueva a los sacerdotes.

3. Y éstos, atreviéndose, al fin, a entrar, vieron lo que había sucedido, y los artesonados del templo gimieron, y ellos mismos rasgaron sus vestiduras de alto abajo. Y no encontraron el cuerpo de Zacarías, sino sólo su sangre, maciza como una piedra. Y salieron llenos de pánico, y anunciaron a todo el pueblo que se había dado muerte a Zacarías. Y todas las tribus del pueblo lo supieron, y lo lloraron, y se lamentaron durante tres días y tres noches.

4. Y, después de estos tres días, los sacerdotes deliberaron para saber a quién pondrían en lugar de Zacarías, y la suerte recayó sobre Simeón, el mismo que había sido advertido por el Espíritu Santo de que no moriría sin haber visto al Cristo encarnado.

Conclusión

XXV 1. Y yo, Jacobo, que he escrito esta historia, me retiré al desierto, cuando sobrevinieron en Jerusalén disturbios con motivo de la muerte de Herodes.

2. Y, hasta que se apaciguó la agitación en Jerusalén, en el desierto permanecí, glorificando al Dios Omnipotente, que me ha concedido favor e inteligencia suficientes para escribir esta historia.

3. Sea la gracia con los que temen a Nuestro Señor Jesucristo, a quien corresponde la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco

EVANGELIO DEL PSEUDO-MATEO

Prólogo A

A su muy querido hermano el sacerdote Jerónimo, los obispos Cromacio y Heliodoro, salud en el Señor

Habiendo encontrado, en libros apócrifos, relatos del nacimiento y de la infancia de la Virgen María y de Nuestro Señor Jesucristo, y, considerando que dichos escritos contienen muchas cosas contrarias a nuestra fe, juzgamos prudente rechazarlos de plano, a fin de que, con ocasión del Cristo, no diésemos motivo de júbilo al Anticristo. Y, mientras nos entregábamos a estas reflexiones, sobrevinieron dos santos personajes, Parmenio y Virino, y nos informaron de que tu santidad había descubierto un volumen hebreo, redactado por el bienaventurado evangelista Mateo, y en el que se referían el nacimiento de la Virgen Madre y la niñez del Salvador. He aquí por qué, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo, suplicamos de tu benevolencia seas servido de traducir aquel volumen de la lengua hebrea a la latina, no tanto para hacer valer los títulos del Cristo, cuanto para desvirtuar la astucia de los herejes. Porque éstos, con objeto de acreditar sus malvadas doctrinas, han mezclado sus mentiras funestas con la verdadera y pura historia de la natividad y de la infancia de Jesús, esperando ocultar la amargura de su muerte, al mostrar la dulzura de su vida. Harás, pues, una buena obra, acogiendo nuestro ruego, o enviando a tus obispos, en razón de este deber de caridad que tienes hacia ellos, la respuesta que juzgues más conveniente a la presente carta. Salud en el Señor, y ora por nosotros.

B

A los santos y bienaventurados obispos Cromacio y Heliodoro, Jerónimo, humilde servidor del Cristo, salud en el Señor

El que cava el suelo en un lugar en que presume hay oro, no se lanza inmediatamente sobre todo lo que la parte de tierra abierta echa a la superficie, sino que, antes de levantar en su azada el brillante metal, mueve y remueve los terrones, acuciado por una esperdnza que ningún provecho anima aún. En tal concepto, ardua labor es la que me habéis encomendado, venerables obispos, al pedirme dé curso a relatos que el mismo santo apóstol y evangelista Mateo no quiso publicar. Porque, si no hubiese en esos relatos cosas secretas, a buen seguro que las hubiese unido al mismo Evangelio que lleva su nombre. Pero, cuando escribió este opúsculo, lo ocultó bajo el velo de su idioma natal, y no deseó su divulgación, aunque hoy día su obra, escrita de su puño y letra en caracteres hebreos, se encuentra en manos de hombres muy religiosos, que, a través de los tiempos, la han recibido de sus predecesores. Usando de su derecho de depositarios, no han autorizado nunca a nadie para traducirlo, y se han limitado a explicar su contenido de diversas maneras. Pero ocurrió que un maniqueo llamado Leucio, que ha redactado igualmente falsas historias de los apóstoles, lo sacó a luz, proporcionando así materia, no de edificación, sino de perdición, y el libro fue aprobado, bajo esta forma, por un sínodo, a cuya voz ha hecho bien la Iglesia en no prestar oídos. Cesen, por ende, los ultrajes de los que ladran contra nosotros. No pretendemos añadir a los escritos canónicos éste de un apóstol y de un evangelista, y lo traducimos tan sólo para desenmascarar a los herejes. Y aportamos a esta empresa igual cuidado en cumplir las órdenes de piadosos obispos que en oponernos a la herética impiedad. Por amor al Cristo, pues, satisfacemos, llenos de confianza, los deseos y los ruegos de aquellos que, por nuestra obediencia, podrán familiarizarse con la santa niñez de nuestro Salvador.

c

Otra epístola que se lee al frente de ciertas ediciones

Me pedís mi opinión sobre cierto librito referente a la natividad de Santa María, que algunos fieles poseen, y quiero que sepáis que en él se encuentran no pocas falsedades. La causa de ello es haberlo compuesto un tal Seleuco, autor de varias gestas sobre predicaciones y martirio de apóstoles. El cual dice verdad en todo lo concerniente a los milagros y a los prodigios por éstos realizados, pero enseña mentira en lo que a su doctrina toca, y, además, ha inventado por su cuenta y riesgo muchas cosas que no han sucedido. Me esforzaré, pues, en traducir el escrito, palabra por palabra, del hebreo, dado que resulta haber sido el santo evangelista Mateo quien lo redactó, y quien lo puso al frente de su Evangelio, bien que ocultándolo bajo el velo de aquel idioma. Para la exactitud de este detalle, me remito al autor del prefacio y a la buena fe del escritor. Porque, aun admitiendo que el opúsculo sugiera dudas, no afirmaría de un modo absoluto que encierre falsedades. Pero puedo decir libremente (y ningún fiel, a lo que pienso, me contradecirá) que, sean verídicos o completamente imaginarios los relatos que en él se contienen, no deja de ser cierto que la muy santa natividad de María ha sido precedida de grandes milagros, y seguida de otros no menores. Sentado lo cual con toda buena. fe, estimo que el libro puede ser leído y creído, sin peligro para las almas de los que saben que en la omnipotencia de Dios está hacer esas cosas. Finalmente, en cuanto mis recuerdos me lo han permitido, induciéndome a seguir el sentido más que las palabras, he procurado ora avanzar por la misma ruta del escritor, sin por ello poner mis pies en la huella de sus pasos, ora volver a la misma ruta por caminos de travesía. Así he intentado redactar esta historia, y no diré otra cosa que lo que en ella está escrito, o lo que hubiera podido lógicamente escribirse.

D

Otro prólogo

Yo, Jacobo, hijo de José, que vivo en el temor de Dios, he escrito todo lo que, ante mis ojos, he visto realizarse en las épocas de la natividad de la Santa Virgen María por haberme concedido la sabiduría necesaria para escribir los relatos de su advenimiento, manifestando a las doce tribus de Israel el cumplimiento de los tiempos mesiánicos.

Vida piadosa de Joaquín

X 1. En aquellos días, había en Jerusalén un varón llamado Joaquín, de la tribu de Judá. Y era pastor de sus propias ovejas, y temía al Altísimo en la sencillez y en la bondad de su corazón. Y no tenía otro cuidado que el de sus rebaños, que empleaba en alimentar a todos los que, como él, temían al Altísimo. Y ofrecía presentes dobles a los que trabajaban en la sabiduría y en el temor de Dios, y presentes simples a los que a éstos servían. Así, de las ovejas, de los corderos, de la lana y de todo lo que poseía hacía tres partes. La primera la distribuía entre las viudas, los huérfanos, los peregrinos y los pobres. La segunda la daba a los que se consagraban al servicio de Dios y celebraban su culto. Cuanto a la tercera, la reservaba para sí y para toda su casa.

2. Y, porque obraba de este modo, Dios multiplicaba sus rebaños, y no había, en todo el pueblo israelita, nadie que lo igualase en abundancia de reses. Y todo eso comenzó a hacerlo desde el año quinceno de su edad. Y, cuando llegó a los veinte años, tomó por esposa a Ana, hija de Isachar y de su propia tribu, es decir, de la raza de David. Y, a pesar de haber transcurrido otros veinte años, a partir de su casamiento, no había tenido hijos, ni hijas.

Dolor de Joaquín y de Ana

II 1. Y sucedió que, un día de fiesta, Joaquín se encontraba entre los que tributaban incienso y otras ofrendas al Señor, y él preparaba las suyas. Y, acercándose un escriba del templo llamado Rubén, le dijo: No puedes continuar entre los que hacen sacrificios a Dios, porque éste no te ha bendecido, al no otorgarte una posteridad en Israel. Y, habiendo sufrido esta afrenta en presencia del pueblo, Joaquín abandonó, llorando, el templo del Señor, y no volvió a su casa, sino que marchó adonde estaban sus rebaños, y llevó consigo a sus pastores a las montañas de una comarca lejana, y, durante cinco meses, su esposa Ana no tuvo ninguna noticia suya.

2. Y la triste lloraba, diciendo: Señor, Dios muy fuerte y muy poderoso de Israel, después de haberme negado hijos, ¿por qué me arrebatas también a mi esposo? He aquí que han pasado cinco meses, y no lo veo. Y no sé si está muerto, para siquiera darle sepultura. Y, mientras lloraba abundantemente en el jardín de su casa, y levantaba en su plegaria los ojos al Señor, vio un nido de gorriones en un laurel, y, entreverando sus palabras de gemidos, se dirigió a Dios, y le dijo: Señor, Dios omnipotente, que has concedido posteridad a todas las criaturas, a los animales salvajes, a las bestias de carga, a las serpientes, a los peces, a los pájaros, y que has hecho que todos se regocijen de su progenitura, ¿por qué has excluido a mí sola de los favores de tu bondad? Bien sabes, Señor, que, desde el comienzo de mi matrimonio, hice voto de que, si me dabas un hijo o una hija, te lo ofrecería en tu santo templo.

3. Y, a punto de terminar su clamor dolorido, he aquí que de súbito apareció ante ella un ángel del Señor, diciéndole: No temas, Ana, porque en el designio de Dios está que salga de ti un vástago, el cual será objeto de la admiración de todos los siglos hasta el fin del mundo. Y, no bien pronunció estas palabras, desapareció de delante de sus ojos. Y ella, temblorosa y llena de pavor, por haber tenido semejante visión, y por haber oído semejante lenguaje, se echó en el lecho como muerta, y todo el día y toda la noche permaneció en oración continua y en terror extremo.

4. Al fin, llamó a su sierva, y le dijo: ¿Cómo, viéndome desolada por mi viudez y abatida por la angustia, no has venido a asistirme? Y la sierva le respondió, murmurando: Si Dios ha cerrado tu matriz, y te ha alejado de tu marido, ¿qué puedo hacer por ti yo? Y, al oír esto, Ana lloraba más aún.

El ángel guardián de Joaquín.

El encuentro en la Puerta Dorada

III 1. En aquel mismo tiempo, un joven apareció en las montañas en que Joaquín apacentaba sus rebaños, y le dijo: ¿Por qué no vuelves al lado de tu esposa? Y Joaquín repuso: Durante veinte años la he tenido por compañera. Pero ahora, por no haber querido Dios que ella me diese hijos, he sido expulsado ignominiosamente del templo del Señor. ¿Cómo volvería al lado suyo, después de haber sido envilecido y despreciado? Continuaré, pues, aquí con mis ovejas, mientras Dios conceda a mis ojos luz. Sin embargo, por intermedio de mis servidores, seguiré repartiendo de buen grado su parte a los pobres, a las viudas, a los huérfanos y a los ministros del Altísimo.

2. Y, no bien hubo en tal guisa hablado, el joven le respondió: Soy un ángel de Dios, que ha aparecido hoy a tu mujer, la cual oraba y lloraba. Yo la consolé, y ella sabe por mí que ha concebido de ti una hija. esta vivirá en el templo del Señor, y el Espíritu Santo reposará en ella, y su beatitud será mayor que la de todas las mujeres, aun de las más santas, de suerte que nadie podrá decir que hubo, ni que habrá, mujer semejante a ella en este mundo. Baja, pues, de las montañas, y vuelve al lado de tu esposa, a quien encontrarás encinta, porque Dios ha suscitado progenitura en ella, y su posteridad será bendita, y Ana misma será bendita y establecida madre con una eterna bendición.

3. Y Joaquín, adorándolo, dijo: Si he encontrado gracia ante ti, reposa un instante en mi tienda, y bendíceme, puesto que soy tu servidor. Y el ángel le contestó: No te llames servidor mío, pues ambos somos los servidores de un mismo dueño. Mi comida es invisible, y mi bebida lo es también, para los mortales. Así, no debes invitarme a entrar en tu tienda, y lo que habrías de darme, ofrécelo en holocausto a Dios. Entonces Joaquín tomó un cordero sin mancilla, y dijo al ángel: No me hubiera atrevido a ofrecer un holocausto a Dios, si tu orden no me hubiese dado el poder sacerdotal de sacrificarlo. Y el ángel le dijo: Tampoco yo te hubiera invitado a ofrecerlo, si no hubiese conocido la voluntad de Dios. Y ocurrió que, en el momento en que Joaquín ofrecía su sacrificio a Dios, al mismo tiempo que el olor del sacrificio, y en cierto modo con su mismo humo, el ángel se elevó hacia el cielo.

4. Y Joaquín inclinó su faz contra la tierra, y permaneció así prosternado desde la hora sexta del día hasta la tarde. Y sus mercenarios y jornaleros llegaron, e, ignorando la causa de su actitud, se llenaron de temor, y pensaron que quería matarse. Y se acercaron a él, y no sin esfuerzo lo levantaron. Y, cuando les cantó su visión, estremecidos de estupor y de sorpresa, lo exhortaron a cumplir sin demora el mandato del ángel, y a volver prontamente al lado de su esposa. Y, como Joaquín discutiese todavía en su interior sí debía o no debía volver, lo invadió el sueño, y he aquí que el ángel que le había aparecido estando despierto, le apareció otra vez mientras dormía, diciéndole: Yo soy el ángel que Dios te ha dado por guardián. Baja con seguridad, y retorna cerca de Ana, porque las obras de caridad que tú y tu mujer habéis hecho han sido proclamadas en presencia del Altísimo, el cual os ha legado una posteridad tal como ni los profetas ni los santos han tenido, ni tendrán, desde el comienzo del mundo. Y, cuando Joaquín hubo despertado, llamó a sus pastores, y les dio a conocer su sueño. Y ellos adoraron al Señor, y dijeron a Joaquín: Guárdate de resistir más al ángel del Señor. Levántate, partamos, y avancemos lentamente, haciendo pastar a los rebaños.

5. Y, después de caminar treinta días, cuando se aproximaban ya a la ciudad, un ángel del Señor apareció a Ana en oración, diciéndole: Ve a la llamada Puerta Dorada, al encuentro de tu esposo, que hoy llega. Y ella se apresuró a ir allí con sus siervas, y en pie se puso a orar delante de la puerta misma. Y aguardé largo tiempo. Y se cansaba y se desanimaba ya de tan dilatada espera, cuando, levantando los ojos, vio a Joaquín, que llegaba con sus rebaños. Y corrió a echarle los brazos al cuello, y dio gracias a Dios, exclamando: Era viuda, y he aquí que no lo soy. Era estéril, y he aquí que he concebido. Y hubo gran júbilo entre sus vecinos y conocidos, y toda la tierra de Israel la felicité por aquella gloria.

María consagrada al templo

IV 1. Y nueve meses después, Ana dio a luz una niña, y llamó su nombre María. Y, destetada que fue al tercer año, Joaquín y su esposa Ana se encaminaron juntos al templo, y ofrecieron víctimas al Señor, y confiaron a la pequeña a la congregación de vírgenes, que pasaban el día y la noche glorificando a Dios.

2. Y, cuando hubo sido depositada delante del templo del Señor, subió corriendo las quince gradas, sin mirar atrás, y sin reclamar la ayuda de sus padres, como hacen de ordinario los niños. Y este hecho llenó a todo el mundo de sorpresa, hasta el punto de que los mismos sacerdotes del templo no pudieron contener su admiración.

Gratitud de Ana al Señor

V 1. Entonces Ana, llena del Espíritu Santo, exclamó en presencia de todos:

2. El Señor, Dios de los ejércitos, ha recordado su palabra, y ha recompensado a su pueblo con su bendita visita, para humillar a las naciones que se levantaban contra nosotros, y para que su corazón se vuelva hacia Él. Ha abierto sus oídos a nuestras plegarias, y ha hecho cesar los insultos de nuestros enemigos. La que era estéril, es ahora madre, y ha engendrado la exaltación y el júbilo en Israel. He aquí que yo podré ofrecer dones al Señor, y que mis enemigos no podrán ya impedírmelo nunca más. Vuelva el Señor sus corazones hacia mí, y procúreme una alegría eterna.

Ocupación de María en el templo.

Origen del saludo «Deo gracias»

VI 1. Y María causaba admiración a todo el mundo. A la edad de tres años, marchaba con paso tan seguro, hablaba tan perfectamente, ponía tanto ardor en sus alabanzas a Dios, que se la habría tomado no por una niña pequeña, sino por una persona mayor, pues recitaba sus plegarias como si treinta años hubiera tenido. Y su semblante resplandecía como la nieve, hasta el extremo de que apenas podía mirársela. Y se aplicaba a trabajar en la lana, y lo que las mujeres adultas no sabían hacer, ella, en edad tan tierna, lo hacía a perfección.

2. Y se había impuesto la regla siguiente. Desde el amanecer hasta la hora de tercia, permanecía en oración. Desde la hora de tercia hasta la de nona, se ocupaba en tejer. A la de nona, volvía a orar, y no dejaba de hacerlo hasta el momento en que el ángel del Señor le aparecía, y recibía el alimento de sus manos. En fin, con las jóvenes de más edad, se instruía tanto, haciendo día por día progresos, en la práctica de alabar al Señor, que ninguna la precedía en las vísperas, ni era más sabia que ella en la ley de Dios, ni más humilde, ni más hábil en entonar los cánticos de David, ni más graciosa en su caridad, ni más pura en su castidad, ni más perfecta en toda virtud, ni más constante, ni más inquebrantable, ni más perseverante, ni más adelantada en la realización del bien.

3. Nunca se la vio encolerizada, ni se la oyó murmurar de nadie. Toda su conversación estaba tan llena de dulzura, que se reconocía la presencia de Dios en sus labios. Continuamente se ocupaba en orar y en meditar la ley, y, llena de solicitud por sus compañeras, se preocupaba de que ninguna pecase ni siquiera en una sola palabra, de que ninguna alzase demasiado la voz al reír, de que ninguna injuriase o menospreciase a otra. Bendecía al Señor sin cesar, y, para no distraerse de loarlo, cuando alguien la saludaba, por respuesta decía: Gracias sean dadas a Dios. De ahí vino a los hombres la costumbre de contestar: Gracias sean dadas a Dios, cuando se saludan. A diario comía el alimento que recibía de manos del ángel, y, cuanto al que le proporcionaban los sacerdotes, lo distribuía entre los necesitados. A menudo se veía a los ángeles conversar con ella, y obedecerla con el afecto de verdaderos amigos. Y, si algún enfermo la tocaba, inmediatamente volvía curado a su casa.

Mérito de la castidad

VII 1. Entonces el sacerdote Abiathar ofreció presentes considerables a los pontífices, para obtener de ellos que María se casase con un hijo suyo. Pero María los rechazó, diciendo: Es imposible que yo conozca varón, ni que un varón me conozca. Los pontífices y todos sus parientes trataron de disuadirla de su resolución, insinuándole que se honra a Dios por los hijos, y se lo adora con la creación de progenitura, y que así había sido siempre en Israel. Pero María les respondió: Se honra a Dios por la castidad, ante todo, como es muy fácil probar.

2. Porque, antes de Abel, no hubo ningún justo entre los hombres, y aquél fue agradable a Dios por su ofrenda, y muerto por el que había desagradado al Altísimo. Y recibió dos coronas, la de su ofrenda y la de su virginidad, puesto que había evitado continuamente toda man-cilla en su carne. De igual modo, Elías fue transportado al cielo en su cuerpo mortal, por haber conservado intacta su pureza. Cuanto a mí, he aprendido en el templo, desde mi infancia, que una virgen puede ser grata a Dios. He aquí por qué he resuelto en mi corazón no pertenecer jamás a hombre alguno.

La guarda de María

VIII 1. Y María llegó a los catorce años, y ello dio ocasión a los fariseos para recordar que, conforme a la tradición, no podía una mujer continuar viviendo en el templo de Dios. Entonces se resolvió enviar un heraldo a todas las tribus de Israel, a fin de que, en el término de tres días, se reuniesen todos en el templo. Y, cuando todos se congregaron, Abiathar, el Gran Sacerdote, se levantó, y subió a lo alto de las gradas, a fin de que pudiese verlo y oírlo todo el pueblo. Y, habiéndose hecho un gran silencio, dijo: Escuchadme, hijos de Israel, y atended a mis palabras. Desde que el templo fue construido por Salomón, moran en él vírgenes, hijas de reyes, de profetas, de sacerdotes, de pontífices, y estas vírgenes han sido grandes y admirables. Sin embargo, no bien llegaban a la edad núbil, seguían la costumbre de nuestros antepasados, y tomaban esposo, agradando así a Dios. Ünicamente María ha encontrado un nuevo modo de agradarle, prometiéndole que se conservaría siempre virgen. Me parece, pues, que, interrogando a Dios, y pidiéndole su respuesta, podemos saber a quién habremos de darla en guarda.

2. Toda la asamblea aprobó este discurso. Y los sacerdotes echaron suertes entre las doce tribus, y la suerte recayó sobre la tribu de Judá. Y el Gran Sacerdote dijo: Mañana, venga todo el que esté viudo en esa tribu, y traiga una vara en la mano. Y José hubo de ir con los jóvenes, llevando también su vara. Y, cuando todos hubieron entregado sus varas al Gran Sacerdote, éste ofreció un sacrificio a Dios, y lo interrogó sobre el caso. Y el Señor le dijo: Coloca las varas en el Santo de los Santos, y que permanezcan allí. Y ordena a esos hombres que vuelvan mañana aquí, y que recuperen sus varas. Y de la extremidad de una de ellas saldrá una paloma, que volará hacia el cielo, y aquel en cuya vara se cumpla este prodigio será el designado para guardar a María.

3. Y, al día siguiente, todos de nuevo se congregaron, y, después de haber ofrecido incienso, el Pontífice entró en el Santo de los Santos, y presentó las varas. Y, úna vez estuvieron todas distribuidas, se vio que no salía la paloma de ninguna de ellas. Y Abiathar se revistió con el traje de las doce campanillas y con los hábitos sacerdotales, y, entrando en el Santo de los Santos, encendió el fuego del sacrificio. Y, mientras oraba, un ángel le apareció, diciéndole: Hay aquí una vara muy pequeña, con la que no has contado, a pesar de haberla depositado con las otras. Cuando la hayas devuelto a su dueño, verás presentarse en ella la señal que se te indicó. Y la vara era la de José, quien, considerándose descartado, por ser viejo, y temiendo verse obligado a recibir a la joven, no habían querido reclamar su vara. Y, como se mantuviese humildemente en último término, Abiathar le gritó a gran voz: Ven y toma tu vara, que es a ti a quien se espera. Y José avanzó temblando, por el fuerte acento con que lo llamara el Gran Sacerdote. Y, apenas hubo tendido la mano, para tomar su vara, de la extremidad de ésta surgió de pronto una paloma más blanca que la nieve y extremadamente bella, la cual, después de haber volado algún tiempo en lo alto del templo, se perdió en el espacio.

4. Entonces todo el pueblo felicitó al anciano, diciéndole: Feliz eres en tu vejez, pues Dios te ha designado como digno de recibir a María. Y los sacerdotes le dijeron: Tómala, puesto que has sido elegido por el Señor en toda la tribu de Judá. Pero José empezó a prosternarse, suplicante, y les dijo con timidez: Soy viejo, y tengo hijos. ¿Por qué me confiáis a esta joven? Y el Gran Sacerdote le dijo: Recuerda, José, cómo perecieron Dathan, Abirón y Coré, por haber despreciado la voluntad del Altísimo, y teme no te suceda igual, si no acatas su orden. Y José le dijo: En verdad, no menosprecio la voluntad del Altísimo, y seré el guardián de la muchacha hasta el día en que el mismo Dios me haga saber cuál de mis hijos ha de tomarla por esposa. Entretanto, dénsele algunas vírgenes de entre sus campaneras, con las cuales more. Y Abiathar repuso: Se le darán vírgenes, para su consuelo, hasta que llegue el día fijado para que tú la recibas, porque no podrá casarse con ningún otro que contigo.

5. Y José tomó a María con otras cinco doncellas, que habían de habitar con ella en su casa. Y las doncellas eran Rebeca, Sefora, Susana, Abigea y Zahel, a las cuales los sacerdotes dieron seda, lino, jacinto, violeta, escarlata y púrpura. Y echaron suertes entre ellas, para saber lo en que cada una trabajaría, y a María le tocó la púrpura destinada al velo del templo del Señor. Y, al tomarla, las otras le dijeron: Eres la más joven de todas, y, sin embargo, has merecido obtener la púrpura. Y, después de decir esto, empezaron a llamarla, por burla, la reina de las vírgenes. Pero, apenas acabaron de hablar así, un ángel del Señor apareció en medio de ellas, y exclamó: Vuestro apodo no será un apodo sarcástico, sino una profecía muy verdadera. Y las jóvenes quedaron mudas de terror, ante la presencia del ángel y sus palabras, y suplicaron a María que las perdonase, y que rogase por ellas.

La anuncíación

IX 1. Al día siguiente, mientras María se encontraba en la fuente, llenando su cántaro, un ángel del Señor le apareció, y le dijo: Bienaventurada eres, María, porque has preparado en tu seno un santuario para el Señor. Y he aquí que vendrá una luz del cielo a habitar en ti, y, por ti, irradiará sobre el mundo entero.

2. Y, al tercer día, mientras tejía la púrpura con sus manos, se le presentó un joven de inenarrable belleza. Al verlo, María quedó sobrecogida de temor, y se puso a temblar. Pero el visitante le dijo: No temas, ni tiembles, María, porque has encontrado gracia a los ojos de Dios, y de Sl concebirás un rey, que dominará no sólo en la tierra, sino que también en los cielos, y que prevalecerá por los siglos de los siglos.

Vuelta de José

X 1. Y, en tanto que ocurría todo esto, José, que era carpintero, estaba en Capernaum, al borde del mar, ocupado en sus trabajos. Y permaneció allí nueve meses. Y, vuelto a su casa, encontró a María encinta. Y todos sus miembros se estremecieron, y, en su desesperación, exclamó: Señor Dios, recibe mi alma, porque más vale morir que vivir. Y las jóvenes que con María estaban le arguyeron: ¿Qué dices, José? Nosotras sabemos que ningún hombre la ha tocado, y que su virginidad continúa íntegra, intacta e inmaculada. Porque ha tenido por guardián a Dios, y ha permanecido siempre orando con nosotras. A diario un ángel conversa con ella, y a diario recibe su alimento de manos de ese ángel. ¿Cómo podría existir un solo pecado en ella? Y, si quieres que te declaremos nuestras sospechas, nadie la ha puesto encinta, si no es el ángel de Dios.

2. Pero José dijo: ¿Por qué queréis embrollarme, haciéndome creer que quien se ha unido a ella es un ángel de Dios? ¿No parece más seguro que un hombre haya fingido ser un ángel de Dios, y la haya engañado? Y, al decir esto, lloraba y exclamaba: ¿Con qué cara me presentaré en el templo del Señor? ¿Cómo osaré mirar a los sacerdotes? ¿Qué haré? Y, mientras hablaba así, pensaba en esconderse, y en abandonarla.

José confortado por un ángel

XI 1. Y ya había decidido levantarse en la noche, y huir, para habitar en un lugar oculto, cuando, aquella misma noche, le apareció en sueños un ángel del Señor, que le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y parirá un hijo, que será llamado Jesús, porque salvará al pueblo de sus pecados.

2. Y, desvanecido el sueño, José se levantó, dando gracias a su Dios, y habló a María y a las vírgenes que estaban con ella, y les contó su visión. Y, consolado con respecto a María, dijo: He pecado, por haber abrigado sospecha contra ti.

La prueba del agua

XII 1. Tras esto, se extendió la nueva de que María estaba encinta. Y José fue conducido ante el Gran Sacerdote por los servidores del templo, y aquél, con los demás sacerdotes, lo colmó de reproches, diciéndole: ¿Por qué has seducido a una doncella de tanto mérito, que los ángeles de Dios han nutrido en el templo como una paloma, que no quiso nunca ni aun ver a un hombre, y que estaba tan instruida en la ley de Dios? Si tú no la hubieses violentado, ella permanecería virgen hasta ahora. Pero José juraba que nunca la había tocado. Entonces el Gran Sacerdote Abiathar le dijo: Por vida de Dios, yo te haré beber el agua de la bebida del Señor, y en el acto tu pecado será demostrado.

2. Entonces todo Israel se reunió en una muchedumbre innumerable, y también María fue conducida al templo del Señor. Y los sacerdotes y los parientes de María le decían, llorando: Confiesa tu pecado a los sacerdotes, tú que eras como una paloma en el templo de Dios, y que recibías tu alimento de la mano de un ángel. José fue llevado al altar. Y se le dio el agua de la bebida del Señor. Si un hombre, después de haber mentido, la probaba, y daba siete veces la vuelta al altar, Dios ponía alguna señal sobre su rostro. Y, cuando hubo bebido reposadamente, y dado siete vueltas al altar, ningún signo de pecado apareció en su cara. Entonces, todos los sacerdotes y los servidores del templo y la multitud proclamaron su virtud, diciendo: Feliz eres, porque en ti no se ha hallado falta.

3. Y, llamando a María, le dijeron: Pero tú, ¿qué disculpa podrías dar? ¿Y qué mayor signo podría mostrarse en ti que ese embarazo que te traiciona? Sólo te pedimos que digas quién te ha seducido, ya que José está puro de toda relación contigo. Más te valdrá confesar tu pecado que dejar que la cólera de Dios te marque con su signo ante todo el pueblo. Empero María les dijo con firmeza y sin temblar: Si hay alguna mancha o pecado o concupiscencia impura en mí, que Dios me designe a la faz de todos los pueblos, para que yo sirva a todos de ejemplo saludable. Y se aproximó confiadamente al altar del Señor, y bebió el agua de la bebida del Señor, y dio las siete vueltas al altar, y no se vio en ella ninguna marca.

4. Y, como todo el pueblo estaba lleno de estupor y de duda, viendo el embarazo de María, sin que signo de impureza apareciese en su rostro, se elevó entre la muchedumbre un gran vocerío de palabras contradictorias. Unos loaban su santidad, al paso que otros la acusaban. Entonces María, advirtiendo que el pueblo no estimaba su justificación completa, dijo con clara voz, para ser entendida de todos: Por la vida del Señor, Dios de los Ejércitos, en cuya presencia me hallo, que yo no he conocido ningún hombre, y más que no lo debo conocer, porque desde mi infancia he tomado esa resolución. Y desde mi infancia he hecho a Dios el voto de permanecer pura para que me ha creado, y así quiero vivir para Él solo, y para Él solo permanecer sin mácula mientras exista.

5. Entonces todos la abrazaron, pidiéndole que perdonase sus maliciosas sospechas. Y todo el pueblo y los sacerdotes y todas las vírgenes la llevaron a su casa, regocijados, gritando y diciendo: Bendito sea el nombre del Señor, porque ha manifestado tu santidad a todo el pueblo de Israel.

Visión de los dos pueblos.

Nacimiento de Jesús en la gruta.

Testimonio de los pastores

XIII 1. Y ocurrió, algún tiempo más tarde, que un edicto de César Augusto obligó a cada uno a empadronarse en su patria. Y este primer censo fue hecho por Cirino, gobernador de Siria. José, pues, se vio obligado a partir con María para Bethlehem, porque él era de ese país, y María era de la tribu de Judá, de la casa y patria de David. Y, según José y María iban por el camino que conduce a Bethlehem, dijo María a José: Veo ante mí dos pueblos, uno que llora, y otro que se regocija. Mas José le respondió: Estáte sentada y sosténte sobre tu montura, y no digas palabras inútiles. Entonces un hermoso niño, vestido con un traje magnífico, apareció ante ellos, y dijo a José: ¿Por qué has llamado inútiles las palabras qúe María ha dicho de esos dos pueblos? Ella ha visto al pueblo judío llorar, por haberse alejado de su Dios, y al pueblo de los gentiles alegrarse, por haberse aproximado al Señor, según la promesa hecha a nuestros padres, puesto que ha llegado el tiempo en que todas las naciones deben ser benditas en la posteridad de Abraham.

2. Dichas estas palabras, el ángel hizo parar la bestia, por cuanto se acercaba el instante del alumbramiento, y dijo a María que se apease, y que entrase en una gruta subterránea en la que no había luz alguna, porque la claridad del día no penetraba nunca allí. Pero, al entrar María, toda la gruta se iluminó y resplandeció, como si el sol la hubiera invadido, y fuese la hora sexta del día, y, mientras María estuvo en la caverna, ésta permaneció iluminada, día y noche, por aquel resplandor divino. Y ella trajo al mundo un hijo que los ángeles rodearon desde que nació, diciendo: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.

3. Y José había ido a buscar comadronas. Mas, cuando estuvo de vuelta en la gruta, María había ya parido a su hijo. Y José le dijo: Te he traído dos comadronas, Zelomi y Salomé, mas no osan entrar en la gruta a causa de esta luz demasiado viva. Y María, oyéndola, sonrió. Pero José le dijo: No sonrías, antes sé prudente, por si tienes necesidad de algún remedio. Entonces hizo entrar a una de ellas. Y Zelomi, habiendo entrado, dijo a María: Permíteme que te toque. Y, habiéndolo permitido María la comadrona dio un gran grito y dijo: Señor, Señor, ten piedad de mí. He aquí lo que yo nunca he oído, ni supuesto, pues sus pechos están llenos de leche, y ha parido un niño, y continúa virgen. El nacimiento no ha sido maculado por ninguna efusión de sangre, y el parto se ha producido sin dolor. Virgen ha concebido, virgen ha parido, y virgen permanece.

4. Oyendo estas palabras, la otra comadrona, llamada Salomé, dijo: Yo no puedo creer eso que oigo, a no asegurarme por mí misma. Y Salomé, entrando, dijo a Maria: Permíteme tocarte, y asegurarme de que lo que ha dicho Zelomi es verdad. Y, como María le diese permiso, Salomé adelanté la mano. Y al tocarla, súbitamente su mano se secó, y de dolor se puso a llorar amargamente, y a desesperarse, y a gritar: Señor, tú sabes que siempre te he temido, que he atendido a los pobres sin pedir nada en cambio, que nada he admitido de la viuda o del huérfano, y que nunca he despachado a un menesteroso con las manos vacías. Y he aquí que hoy me veo desgraciada por mi incredulidad, y por dudar de vuestra virgen.

5. Y, hablando ella así, un joven de gran belleza apareció a su lado, y la dijo: Aproxímate al niño, adóralo, tócalo con tu mano, y él te curará, porque es el Salvador del mundo y de cuantos esperan en él. Y tan pronto como ella se acercó al niño, y lo adoró, y tocó los lienzos en que estaba envuelto, su mano fue curada. Y, saliendo fuera, se puso a proclamar a grandes voces los prodigios que había visto y experimentado, y cómo había sido curada, y muchos creyeron en sus palabras.

6. Porque unos pastores afirmaban a su vez que habían visto a medianoche ángeles cantando un himno, loando y bendiciendo al Dios del cielo, y diciendo que el Salvador de todos, el Cristo, había nacido, y que en él debía Israel encontrar su salvación.

7. Y una gran estrella brillaba encima de la gruta, de la tarde a la mañana, y nunca, desde el principio del mundo, se había visto una tan grande. Y los profetas que estaban en Jerusalén decían que esa estrella indicaba el nacimiento del Cristo, el cual debía cumplir las promesas hechas, no sólo a Israel, sino a todas las naciones.

El buey y el asno del pesebre

XIV 1. El tercer día después del nacimiento del Señor, María salió de la gruta, y entró en un establo, y deposité al niño en el pesebre, y el buey y el asno lo adoraron. Entonces se cumplió lo que había anunciado el profeta Isaías: El buey ha conocido a su dueño y el asno el pesebre de su señor.

2. Y estos mismos animales, que tenían al niño entre ellos, lo adoraban sin cesar. Entonces se cumplió lo que se dijo por boca del profeta Habacuc: Te manifestarás entre dos animales. Y José y María permanecieron en este sitio con el niño durante tres días.

La circuncisión

XV 1. El sexto día entraron en Bethlehem, donde pasaron el séptimo día. El octavo, circuncidaron al niño, y lo llamaron Jesús, como lo había denominado el ángel antes de su concepción. Cuando se cumplieron, según la ley de Moisés, los días de la purificación de María, José condujo al niño al templo del Señor. Y, como el niño había sido circunciso, ofrecieron por él dos tórtolas y dos pichones.

2. Y había en el templo un hombre de Dios, perfecto y justo, llamado Simeón, y de edad de ciento doce años. Y el Señor le había hecho saber que no moriría sin haber visto al Cristo, hijo de Dios encarnado. Cuando hubo visto al niño, gritó en alta voz: Dios ha visitado a su pueblo y el Señor ha cumplido su promesa. Y adoró al niño. Luego, tomándolo en su manto, lo adoró otra vez, y le besó los pies, diciendo: Ahora, Señor, deja partir a tu servidor en paz, según tu promesa, puesto que mis ojos han visto tu salvación, que has preparado a la faz de todos los pueblos: luz que debe disipar las tinieblas de las naciones, e ilustrar a Israel, tu pueblo.

3. Había también en el templo del Señor una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que había vivido con su marido siete años después de su virginidad, y que era viuda hacía ochenta y cuatro años. Nunca se había alejado del templo del Señor, entregándose siempre a la oración y al ayuno. Y, acercándose, adoró al niño, y proclamó que era la redención del siglo.

Visita de los magos

XVI 1. Y, transcurridos dos años, vinieron de Oriente a Jerusalén unos magos, que traían consigo grandes ofrendas, y que interrogaron a los judíos, diciéndoles: ¿Dónde está el rey que os ha nacido? Porque hemos visto su estrella en Oriente, y venimos a adorarlo. Y la nueva llegó al rey Herodes, y lo asustó tanto, que consultó a los escribas, a los fariseos y a los doctores del pueblo para saber por ellos dónde habían anunciado los profetas que debía nacer el Cristo. Y ellos respondieron: En Bethlehem de Judea. Porque está escrito: Y tu, Bethlehem, tierra de Judá, no eres la menor entre las ciudades de Judá, porque de ti debe salir el jefe que regirá a Israel, mi pueblo. Entonces el rey Herodes llamó a los magos, e inquirió de ellos el tiempo en que la estrella había aparecido. Y los envió a Bethlehem, diciéndoles: Id, e informaos exactamente del niño, y, cuando lo hayáis encontrado, anunciádmelo, a fin de que yo también lo adore.

2. Y, al dirigirse los magos a Bethlehem, la estrella les apareció en el camino, como para servirles de guía, hasta que llegaron adonde estaba el niño. Y los magos, al divisar la estrella, se llenaron de alegría, y, entrando en su casa, vieron al niño Jesús, que reposaba en el seno de su madre. Entonces descubrieron sus tesoros, e hicieron a María y a José muy ricos presentes. Al niño mismo cada uno le ofreció una pieza de oro. Después, uno ofreció oro, otro incienso y otro mirra. Y, como quisieran volver a Herodes, un ángel les advirtió en sueños que no hiciesen tal. Adoraron, pues, al niño con alegría extrema, y volvieron a su país por otro camino.

Degollación de los inocentes

XVII 1. Viendo el rey Herodes que había sido burlado por los magos, ardió en cólera, y envió gentes para que los capturaran y los mataran. Y, no habiéndolos apresado, ordenó degollar en Bethlehem a todos los niños de dos años para abajo, según el tiempo que había inquirido de los magos.

2. Pero la víspera del día en que esto tuvo lugar, José fue advertido en sueños por un ángel del Señor, que le dijo: Toma a María y al niño, y dirígete a Egipto por el camino del desierto. Y José partió, siguiendo las palabras del ángel.

Jesús y los dragones

XVIII 1. Habiendo llegado a una gruta, y queriendo reposar allí, María descendió de su montura, y se sentó, teniendo a Jesús en sus rodillas. Tres muchachos hacían ruta con José, y una joven con María. Y he aquí que de pronto salió de la gruta una multitud de dragones, y, a su vista, los niños lanzaron gritos de espanto. Entonces Jesús, descendiendo de las rodillas de su madre, se puso en pie delante de los dragones, y éstos lo adoraron, y se fueron. Y así se cumplió la profecía de David: Alabad al Señor sobre la tierra, vosotros, los dragones y todos los abismos.

2. Y el niño Jesús, andando delante de ellos, les ordenó no hacer mal a los hombres. Pero José y María temían que el niño fuese herido por los dragones. Y Jesús les dijo: No temáis, y no me miréis como un niño, porque yo he sido siempre un hombre hecho, y es preciso que todas las bestias de los bosques se amansen ante mi.

Los leones guían la caravana

XIX 1. Igualmente los leones y los leopardos lo adoraban, y los acompañaban en el desierto. Por doquiera que iban José y María, ellos los precedían, señalaban la ruta, e, inclinando sus cabezas, reverenciaban a Jesús. El primer día que María vio venir leones y toda clase de fieras hacia ella, tuvo gran temor. Pero el niño Jesús, mirándola alegremente, le dijo: No temas nada, madre mía, que no es por hacerte mal, sino para obedecerte, por lo que vienen a tu alrededor. Y, con estas palabras, disipó todo temor del corazón de Maria.

2. Los leones hacían camino con ellos y con los bueyes y los asnos y las bestias de carga que llevaban los equipajes, y no les causaban ningún mal, sino que marchaban con toda dulzura entre los corderos y las ovejas que José y María habían llevado de Judea, y que conservaban con ellos. Y andaban también por entre los lobos, y nadie sufría ningún mal. Entonces se cumplió lo que había dicho el profeta: Los lobos pacerán con los corderos, y el león y el buey comerán la misma paja. Porque había dos bueyes y una carreta en la que iban los objetos necesarios, y los leones los dirigían en su marcha.

Milagro de la palmera

XX 1. Y ocurrió que, al tercer día de su viaje, María estaba fatigada en el desierto por el ardor del sol, y, viendo una palmera, dijo a José: Voy a descansar un poco a su sombra. Y José la condujo hasta la palmera, y la hizo apearse de su montura. Cuando María estuvo sentada, levantó los ojos a la palmera, y, viendo que estaba cargada de frutos, dijo a José: Yo quisiera, si fuese posible, probar los frutos de esta palmera. Y José le dijo: Me sorprende que hables así, viendo la altura de ese árbol, y que pienses en comer sus frutos. Lo que a mí me preocupa es la falta de agua, pues ya no queda en nuestros odres, y no tenemos para nosotros, ni para nuestros animales.

2. Entonces el niño Jesús, que descansaba, con la figura serena y puesto sobre las rodillas de su madre, dijo a la palmera: Arbol, inclínate, y alimenta a mi madre con tus frutos. Y a estas palabras la palmera inclinó su copa hasta los pies de María, y arrancaron frutos con que hicieron todos refacción. Y, no bien hubieron comido, el árbol siguió inclinado, esperando para erguirse la orden del que lo había hecho inclinarse. Entonces le dijo Jesús: Yérguete, palmera, recobra tu fuerza, y sé la compañera de los árboles que hay en el paraíso de mi Padre. Descubre con tus raíces el manantial que corre bajo tierra, y haz que brote agua bastante para apagar nuestra sed. Y en seguida el árbol se enderezó, y de entre sus raíces brotaron hilos de un agua muy clara, muy fresca y de una extremada dulzura. Y, viendo aquel agua, todos se regocijaron, y bebieron, ellos y todas las bestias de carga, y dieron gracias a Dios.

La palma de la victoria

XXI 1. A la mañana siguiente, partieron, y, en el momento en que se ponían en camino, Jesús se volvió hacia la palmera y dijo: Yo te concedo, palmera, el privilegio de que una de tus ramas sea llevada por mis ángeles y plantada en el paraíso de mi Padre. Te quiero conferir este favor, para que se diga a aquellos que hayan vencido en cualquier lucha: Has obtenido la palma de la victoria. Y, mientras decía esto, he aquí que un ángel del Señor apareció sobre la palmera, y, tomando una de sus ramas, voló hacia el cielo con ella en la mano.

2. Y, viendo tal, todos cayeron de hinojos, y quedaron como muertos. Mas Jesús les dijo: ¿Por qué ha invadido el temor vuestros corazones? ¿Ignoráis que esa palmera que he hecho transportar al paraíso será dispuesta para todos los santos en un lugar de delicias, como ha sido preparada para vosotros en este desierto? Y todos se levantaron llenos de alegría.

Los ídolos de Sotina

XXII 1. Y, según caminaban, José dijo a Jesús: Señor, el calor nos abruma. Tomemos, si quieres, el camino cercano al mar, para poder reposar en las ciudades de la costa. Jesús le respondió: No temas nada, José, que yo abreviaré nuestra ruta, de suerte que la distancia que habíamos de recorrer en treinta días la franqueemos en esta sola jornada. Y, mientras hablaban así, he aquí que, mirando ante ellos, divisaron las montañas y las ciudades de Egipto.

2. Alegremente entraron en el territorio de Hermópolis y llegaron a una ciudad denominada Sotina, y, como no conocían a nadie que hubiese podido darles hospitalidad, penetraron en un templo que se llamaba el capitolio de Egipto. Y en este templo había trescientos sesenta y cinco ídolos, a quienes se rendían a diario honores divinos con ceremonias sacrílegas.

Cumplimiento de una profecía de Isaías

XXIII 1. Pero ocurrió que, cuando la bienaventurada María, con el niño, entró en el templo, todos los ídolos cayeron por tierra, cara al suelo y hechos pedazos, y así revelaron que no eran nada.

2. Ernonces se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: He aquí que el Señor vendrá sobre una nube ligera, y entrará en Egipto, y todas las obras de la mano de los egipcios temblarán ante su faz.

Afrodisio adora a Jesús

XXIV 1. Y, anunciada la nueva a Afrodisio, gobernador de la ciudad, éste vino al templo con todas sus tropas. Y, al verlo acudir, los pontífices del templo esperaban que castigase a los que habían causado la caída de los dioses.

2. Pero, entrando en el templo, cuando vio a todos los ídolos caídos de cara al suelo, se acercó a María, y adoró al niño, que ella llevaba sobre su seno, y, cuando lo hubo adorado, se dirigió a su ejército y a sus amigos, diciendo: Si éste no fuera el Dios de nuestros dioses, éstos no se prosternarían ante él, por lo que atestiguan tácitamente que es su Señor. Conque, si nosotros no hacemos prudentemente lo que vemos hacer a nuestros dioses, correremos el riesgo de atraer su indignación y de perecer, como ocurrió al Faraón de Egipto, que, por no rendirse a grandes prodigios, fue ahogado en el mar con todo su ejército. Entonces, por Jesucristo, todo el pueblo de aquella ciudad creyó en el Señor Dios.

Regreso de Egipto a Judea

XXV 1. Poco tiempo más tarde, el ángel dijo a José:

2. Vuelve al país de Judá, pues muertos son los que querían la vida del niño.

Juegos del niño Jesús

XXVI 1. Después de su vuelta de Egipto, y estando en Galilea, Jesús, que entraba ya en el cuarto año de su edad, jugaba un día de sábado con los niños a la orilla del Jordán. Estando sentado, Jesús hizo con la azada siete pequeñas lagunas, a las que dirigió varios pequeños surcos, por los que el agua del río iba y venía. Entonces uno de los niños, hijo del diablo, obstruyó por envidia las salidas del agua, y destruyó lo que Jesús había hecho. Y Jesús le dijo: ¡Sea la desgracia sobre ti, hijo de la muerte, hijo de Satán! ¿Cómo te atreves a destruir las obras que yo hago? Y el que aquello había hecho murio.

2. Y los padres del difunto alzaron tumultuosamente la voz contra José y María, diciendo: Vuestro hijo ha maldecido al nuestro, y éste ha muerto. Y, cuando José y María los oyeron, fueron en seguida cerca de Jesús, a causa de las quejas de los padres, y de que se reunían los judíos. Pero José dijo en secreto a María: Yo no me atrevo a hablarle, pero tú adviértelo y dile: ¿Por qué has provocado contra nosotros el odio del pueblo y nos has abrumado con la cólera de los hombres? Y su madre fue a él, y le rogó, diciendo: Señor, ¿qué ha hecho ese niño para morir? Pero él respondió: Merecía la muerte, porque había destruido las obras que yo hice.

3. Y su madre le insistía, diciendo: No permitas, Señor, que todos se levanten contra nosotros. Y él, no queriendo afligir a su madre, tocó con el pie derecho la pierna del muerto, y le dijo: Levántate, hijo de la iniquidad, que no eres digno de entrar en el reposo de mi Padre, porque has destruido las obras que yo he hecho. Entonces, el que estaba muerto, se levantó, y se fue. Y Jesús, por su potencia, condujo el agua por unos surcos a las pequeñas lagunas.

Los gorriones de Jesús

XXVII 1. Después de esto, Jesús tomó el barro de los hoyos que había hecho y, a la vista de todos, fabricó doce pajarillos. Era el día del sábado, y había muchos niños con él. Y, como uno de. los judíos hubiese visto lo que hacía, dijo a José: ¿No estás viendo al niño Jesús trabajar el sábado, lo que no está permitido? Ha hecho doce pajarillos con su herramienta. José reprendió a Jesús, diciéndole: ¿Por qué haces en sábado lo que no nos está permitido hacer? Pero Jesús, oyendo a José, batió sus manos y dijo a los pájaros: Volad. Y a esta orden volaron, y, mientras todos oían y miraban, él dijo a las aves: Id y volad por el mundo y por todo el universo, y vivid.

2. Y los asistentes, viendo tales prodigios, quedaron llenos de gran asombro. Unos lo admiraban y lo alababan, mas otros lo criticaban. Y algunos fueron a buscar a los príncipes de los sacerdotes y a los jefes de los fariseos, y les contaron que Jesús, hijo de José, en presencia de todo el pueblo de Israel, había hecho grandes prodigios, y revelado un gran poder. Y esto se relató en las doce tribus de Israel.

Muerte del hijo de Anás

XXVIII 1. Y otra vez un hijo de Anás, sacerdote del templo, que había venido con José, y que llevaba en la mano una vara, destruyó con ella, lleno de cólera y en presencia de todos, los pequeños estanques que Jesús había hecho, y esparció el agua que Jesús había conducido, y destruyó los surcos por donde venía.

2. Y Jesús, viendo esto, dijo a aquel muchacho que había destruido su obra: Grano execrable de iniquidad, hijo de la muerte, oficina de Satán, a buen seguro que el fruto de tu semilla quedará sin fuerza, tus raíces sin humedad, tus ramas áridas y sin sazonar. Y en seguida, en presencia de todos, el niño se desecó, y murió.

Castigo de los hijos de Satán

XXIX 1. Entonces José se espantó, y llevó a Jesús y a su madre a casa.

2. Y he aquí que un niño, también agente de iniquidad, corriendo a su encuentro, se arrojó sobre un hombro de Jesús, por burlarse de él, o por hacerle daño, si podía. Pero Jesús le dijo: No volverás sano y salvo del camino que haces. Y en seguida el niño feneció. Y los padres del muerto, que habían visto lo que pasara, dieron gritos, diciendo: ¿Dónde ha nacido ese niño? Manifiesta que toda palabra que dice es verdadera, y aun a menudo se cumple antes de que la pronuncie. Y se acercaron a José, y le dijeron: Conduce a Jesús fuera de aquí, porque no puede habitar con nosotros en esta población. O, a lo menos, enséñale a bendecir, y no a maldecir. Y José fue a Jesús y le dijo: ¿Por qué obras así? Muchos tienen ya quejas de ti, y nos odian por tu causa, y por ti sufrimos vejaciones de las gentes. Mas Jesús, respondiendo a José, dijo: No hay más hijo prudente que aquel a quien su padre ha instruido siguiendo la ciencia de este tiempo, y la maldición de su padre no daña a nadie, sino a los que hacen el mal.

3. Entonces las gentes se amotinaron contra Jesús, y lo acusaron ante su padre. Y, cuando José vio aquello, se asustó mucho, temiendo un acceso de violencia y una sedición en el pueblo de Israel. En aquel momento, Jesús tomó por la oreja al niño que había muerto, y lo alzó de tierra en presencia de todos. Y se vio entonces a Jesús conversar con él, como un padre con su hijo. Y el espíritu del niño volvió en sí, y se reanimó, y todos quedaron llenos de sorpresa.

Zaquías

XXX 1. Un maestro judío, llamado Zaquías, habiendo oído asegurar de Jesús que poseía una sabiduría más que eminente, concibió propósitos intemperantes e inconsiderados contra José, a quien dijo: ¿No quieres confiarme a tu hijo, para que lo instruya en la ciencia humana y en la religión? Pero bien veo que tú y María preferís vuestro hijo a las tradiciones de los ancianos del pueblo. Deberíais respetar más a los sacerdotes de la Sinagoga de Israel, y cuidar de que vuestro hijo compartiese con los otros niños una afección mutua, y de que se instruyese, al lado de ellos, en la doctrina judaica.

2. José respondió diciendo: ¿Y quién es el que podrá guardar e instruir a ese niño? Mas, si tú quieres hacerlo, nosotros no nos oponemos en modo alguno a que lo ilustres en todo aquello que los hombres enseñan. Habiendo oído Jesús las palabras de Zaquías, le respondió, y le dijo: Maestro de la ley, a un hombre como tú, le conviene parar en todo lo que acabas de decir y de nombrar. Yo soy extraño a vuestras instituciones, y estoy exento de vuestros tribunales, y no tengo padre según la carne. Cuanto a vosotros que leéis la Ley, y que os instruís en ella, debéis permanecer en ella. Aunque presumas de no tener igual en materia de ciencia, aprenderás de mí que ningún otro que yo puede enseñar las cosas de que has hablado. Y, cuando haya salido de la tierra, abolirá toda mención de la genealogía de tu raza. Tú, en efecto, ignoras de quién he nacido, y de dónde vengo. Pero yo os conozco a todos exactamente, y sé cuándo habéis nacido, y qué edad tenéis, y cuánto tiempo permaneceréis en este mundo.

3. Entonces cuantos habían oído estas palabras quedaron asombrados, y exclamaron: He aquí un verdaderamente grande y admirable misterio. Nunca hemos oído nada semejante. Nada de este género ha sido dicho por otro, ni por los profetas, ni por los fariseos, ni nunca tal se ha oído. Nosotros sabemos dónde él ha nacido, y que tiene cinco años apenas. ¿De dónde viene que pronuncie esas palabras? Los fariseos respondieron: Jamás oímos a un niño tan pequeño pronunciar tales palabras.

4. Y Jesús, contestándoles, dijo: ¿Os sorprende oír a un niño pronunciar tales palabras? ¿Por qué, pues, no dais fe a lo que os he dicho? Y puesto que, cuando yo os he dicho que sé cuándo habéis nacido, os habéis asombrado, os diré más, para que os asombráis más aún. Yo he tratado a Abraham, a quien vosotros llamáis vuestro padre, y le he hablado, y él me ha visto. Oyendo estas palabras, todos callaban, y nadie osaba hablar. Y Jesús les dijo: He estado entre vosotros con los niños, y no me habéis conocido. Os he hablado como a sabios, y no me habéis comprendido, porque, en realidad, sois más jóvenes que yo, y además, no tenéis fe.

Sabiduría de Jesús. Confusión de Leví

XXXI 1. Otra vez el maestro Zaquías, doctor de la Ley, dijo a José y María: Dadme al niño, y lo confiará al maestro Leví, que le enseñará las letras, y lo instruirá. Entonces José y María, acariciando a Jesús, lo condujeron a la escuela, para que fuese instruido por el viejo Leví. Jesús, luego que entró, guardaba silencio. Y el maestro Leví, nombrando una letra a Jesús, y comenzando por la primera, Aleph, le dijo: Responde. Pero Jesús calló, y no respondió nada. Entonces el maestro, irritado, cogió una vara, y le pegó en la cabeza.

2. Pero Jesús dijo al profesor: Sabe, en verdad, que el que es golpeado instruye al que le pega, en vez de ser instruido por él. Pero todos los que estudian y que escuchan son como un bronce sonoro o como un címbalo resonante, y les falta el sentido y la inteligencia de las cosas significadas por su sonido. Y, continuando Jesús, dijo a Zaquías: Toda letra, desde la Aleph a la Thau, se distingue por su disposición. Dime, pues, primero lo que es Thau, y te diré lo que es Aleph. Y aún dijo Jesús: Hipócritas, ¿cómo los que no conocen lo que es Aleph podrán decir Thau? Di primero lo que es Aleph, y te creerá cuando digas Beth. Y Jesús se puso a preguntar el nombre de cada letra, y dijo: Diga el maestro de la Ley lo que es la primera letra, o por qué tiene numerosos triángulos, graduados, agudos, etc. Cuando Leví lo oyó hablar así del orden y disposición de las letras, quedó estupefacto.

3. Entonces comenzó a gritar ante todos, y a decir: ¿Es que este niño debe vivir sobre la tierra? Merece, por el contrario, ser elevado en una gran cruz. Porque puede apagar el fuego, y burlarse de otros tormentos. Pienso que existía antes del cataclismo, y que ha nacido antes del diluvio. ¿Qué entrañas lo han llevado? ¿Qué madre lo ha puesto en el mundo? ¿Qué seno lo ha amamantado? Me arredro ante él, por no poder sostener la palabra que sale de su boca. Mi corazón se asombra de oír tales palabras, y pienso que a ningún hombre es dable comprenderlas, a menos que Dios no esté con él. Y ahora, desgraciado de mí, he quedado entregado a sus burlas. Ahora que creía tener un discípulo, he encontrado un maestro, sin saberlo. ¿Qué diré? No puedo sostener las palabras de este niño, y huirá de esta ciudad, porque no puedo comprenderlo. Viejo soy, y he sido vencido por un niño. No puedo encontrar ni el principio ni el fin de lo que afirma. Os digo, en verdad, y no miento, que, a mis ojos, este niño, juzgando por sus primeras palabras y por el fin de su intención, no parece tener nada de común con los hombres. No sé si es un hechicero o un dios, o si un ángel de Dios había en él. Lo que es, de dónde viene, lo que llegará a ser, lo ignoro.

4. Entonces Jesús, con aire satisfecho, le sonrió, y dijo en tono imperioso a los hijos de Israel, que estaban presentes, y que lo escuchaban: Los estériles sean fecundos, los ciegos vean, los cojos anden derechos, los pobres tengan bienes, y los muertos resuciten, para que cada uno vuelva a su estado primero, y viva en aquel que es la raíz de la vida y de la dulzura perpetua. Y, cuando el niño Jesús hubo dicho esto, todos los que estaban aquejados de enfermedades fueron curados. Y nadie osaba ya decirle nada, ni oír nada de él.

Jesús resucita a un niño muerto

XXXII 1. Después de esto, José y María fueron con Jesús a la ciudad de Nazareth, y él estaba allí con sus padres. Un día de sábado, en que Jesús jugaba en la terraza de una casa con otros niños, uno de ellos hizo caer de la terraza al suelo a otro, que murió. Y como los padres del niño no habían visto esto, lanzaron gritos contra José y María, diciendo: Vuestro hijo ha hecho caer al nuestro, y lo ha matado.

2. Pero Jesús callaba, y no respondía palabra. José y María fueron cerca de Jesús, y su madre lo interrogó, diciendo: Mi Señor, dime si tú lo has tirado. Entonces Jesús descendió de la terraza, y llamó al muerto por su nombre de Zenón. Y éste respondió: Señor. Y Jesús le preguntó: ¿Te he tirado yo de la terraza al suelo? El niño contestó: No, Señor.

3. Y los padres del niño que había muerto se maravillaron, y honraron a Jesús por el milagro que había hecho. Y de allí José y María partieron con Jesús para Jericó.

Jesús en la fuente

XXXIII 1. Jesús tenía seis años, y su madre lo envió a buscar agua a la fuente con los niños. Y sucedió que, cuando había llenado su vasija de agua, uno de los niños lo empujó y le destrozó la vasija.

2. Pero Jesús extendió el manto que llevaba, y recogió en él tanta agua como había en el cántaro, y la llevó a su madre. La cual, viendo todo esto, se sorprendía, meditaba dentro de sí misma, y lo guardaba todo en su corazón.

Milagro del grano de trigo

XXXIV 1. Otro día Jesús fue al campo, y, tomando un grano de trigo del granero de su madre, lo sembró él mismo.

2. Y el grano germinó, y se multiplicó extremadamente. Lo recolectó él mismo, y recogió tres medidas de trigo, que dio a sus numerosos parientes.

Jesús en medio de los leones

XXXV 1. Hay un camino que sale de Jericó, y que va hacia el Jordán, en el lugar por donde pasaron los hijos de Israel, y donde se dice que se detuvo el arca de la alianza. Y Jesús, siendo de edad de ocho años, salió de Jericó, y fue hacia el Jordán.

2. Y había, al lado del camino, cerca de la orilla del Jordán, una caverna en que una leona nutría sus cachorros, y nadie podía seguir con seguridad aquel camino. Jesús, viniendo de Jericó, y oyendo que una leona tenía su guarida en aquella caverna, entró en ella a la vista de todos. Mas, cuando los leones divisaron a Jesús, corrieron a su encuentro, y lo adoraron. Y Jesús estaba sentado en la caverna, y los leoncillos corrían aquí y allá, alrededor de sus pies, acariciándolo y jugando con él. Los leones viejos se mantenían a lo lejos, con la cabeza baja, lo adoraban, y movían dulcemente su cola ante él. Entonces el pueblo, que permanecía a distancia, no viendo a Jesús, dijo: Si no hubiesen él o sus parientes cometido grandes pecados, no se habría ofrecido él mismo a los leones. Y, mientras el pueblo se entregaba a estos pensamientos, y estaba abrumado de tristeza, he aquí que de súbito, en presencia de todos, Jesús salió de la caverna, y los leones viejos lo precedían, y los leoncillos jugaban a sus pies.

3. Los parientes de Jesús se mantenían a distancia, con la cabeza baja, y miraban. El pueblo permanecía también alejado, a causa de los leones, y no osaba unirse a ellos. Entonces Jesús dijo al pueblo: ¡Cuánto más valen las bestias feroces, que reconocen a su Maestro, y que lo glorifican, que vosotros, hombres, que habéis sido creados a imagen y semejanza de Dios, y que lo ignoráis! Las bestias me reconocen, y se amansan. Los hombres me ven, y no me conocen.

Jesús despide en paz a los leones y les ordena que no hagan daño a nadie

XXXVI 1. Luego Jesús atravesó el Jordán con los leones, a la vista de todos, y el agua del Jordán se separó a derecha e izquierda. Entonces dijo a los leones, de forma que todos lo oyeran: Id en paz, y no hagáis daño a nadie, pero que nadie os enoje hasta que volváis al lugar de que habéis salido.

2. Y las fieras, saludándolo, no con la voz, pero sí con la actitud del cuerpo, volvieron a la caverna. Y Jesús regresó cerca de su madre.

Milagro del trozo de madera

XXXVII 1. Como José era carpintero, y no fabricaba más que yugos para los bueyes, arados, carros, instrumentos de labranza y camas de madera, ocurrió que un hombre joven le encargó hacerle un lecho de seis codos. José mandó a su aprendiz cortar la madera mediante una sierra de hierro, según la medida que había sido dada. Pero el aprendiz no guardó la medida prescrita, e hizo una pieza de madera más corta que la otra. Y José empezó a preocuparse y a pensar en lo que convenía hacer al respecto.

2. Y, cuando Jesús lo vio preocupado con que no había arreglo posible, le habló para consolarlo, diciéndole: Ven, tomemos las extremidades de las dos piezas de madera, coloquémoslas una junto a otra, y tiremos de ellas hacia nosotros, para que podamos hacerlas iguales. José obedeció, porque sabía que podía hacer cuanto quisiera. Y tomó los extremos de los trozos de madera, y los apoyó contra un muro, cerca de él, y Jesús tomó los otros extremos, tiró del trozo más corto, y lo hizo igual al más largo. Y dijo a José: Ve a trabajar, y haz lo que has prometido. Y José hizo lo que había prometido.

Explicación del alfabeto

XXXVIII 1. Por segunda vez pidió el pueblo a José y María que enviasen a Jesús a aprender las letras a la escuela. No se negaron a hacerlo, y, siguiendo el orden de los ancianos, lo llevaron a un maestro para que lo instruyese en la ciencia humana. Y el maestro comenzó a instruirlo con un tono imperioso, ordenándole: Di Alpha. Pero Jesús le contestó: Dime primero qué es Beth, y te diré qué es Alpha. Y el maestro, irritado, pegó a Jesús, y, apenas lo hubo tocado, cuando murió.

2. Y Jesús volvió a casa de su madre. José, aterrado, llamó a María y le dijo: Mi alma está triste hasta la muerte por causa de este niño. Porque puede ocurrir que cualquier día alguien lo hiera a traición, y muera. Pero María, respondiéndole, dijo: Hombre de Dios, no creo que eso pueda pasar, antes creo con certeza que aquel que lo ha enviado para nacer entre los hombres lo protegerá contra toda malignidad, y lo conservará en su nombre al abrigo del mal.

El niño Jesús explica la Ley

XXXIX 1. Por tercera vez rogaron los judíos a María y a José que condujeran con dulzura al niño a otro maestro, para ser instruido. Y José y María, temiendo al pueblo, a la insolencia de los príncipes y a las amenazas de los sacerdotes, lo llevaron de nuevo a la escuela, aun sabiendo que nada podía aprender de un hombre el que tenía de Dios una ciencia perfecta.

2. Cuando Jesús hubo entrado en la escuela, guiado por el Espíritu Santo, tomó el libro de manos del maestro que enseñaba la Ley, y en presencia de todo el pueblo, que lo veía y oía, se puso a leer no lo que estaba escrito en el libro, sino que hablaba en él el espíritu de Dios vivo, como si un torrente de agua brotase de una fuente viva, y como si esa fuente estuviese siempre colmada. Y enseñó al pueblo con tanta energía la grandeza de Dios, que el mismo maestro cayó a tierra, y lo adoró. Pero el corazón de los que allí estaban, y lo habían oído hablar, fue presa del estupor. Y cuando José lo hubo oído, fue corriendo hacia Jesús, temeroso de que el maestro muriese. Y, viéndolo, el maestro dijo: No me has dado un discípulo, sino un maestro. ¿Quién sostendrá la fuerza de sus palabras? Entonces se cumplió lo que fue dicho por el salmista: El río de Dios está lleno de agua. Tú has preparado su nutrición, porque así es como se prepara.

Jesús resucita a un muerto a ruegos de José

XL 1. Y José partió de allí con María y Jesús, para ir a Capernaum, a orillas del mar, a causa de la maldad de sus enemigos. Y, cuando Jesús moraba en Capernaum, había en la ciudad un hombre llamado José e inmensamente rico. Pero había sucumbido a la enfermedad, y estaba extendido muerto sobre su lecho.

2. Y, cuando Jesús hubo oído a los que gemían y se lamentaban sobre el muerto, dijo a José: ¿Por qué no prestas el socorro de tu bondad a ese hombre que lleva el mismo nombre que tú? Y José le respondió: ¿Qué poder o qué medio tengo yo de prestarle socorro? Y le dijo Jesús: Toma el pañuelo que llevas en la cabeza, ponlo sobre el rostro del muerto, y dile: El Cristo te salve. Y en seguida el muerto quedará curado, y se levantará de su lecho. Después de haberlo oído, José fue corriendo a cumplir la orden de Jesús, entró en la casa del muerto, y colocó sobre su rostro el pañuelo que él llevaba sobre su cabeza, diciéndole: Jesús te salve. Y al instante el muerto se levantó de su lecho, preguntando quién era Jesús.

Curación de Jacobo

XLI 1. Y fueron a la ciudad que se llama Bethlehem, y José estaba en su casa con María, y Jesús con ellos. Y un día José llamó a Jacobo, su primogénito, y lo envió a la huerta a recoger legumbres para hacer un potaje. Jesús siguió a su hermano a la huerta, y José y María no lo sabían. Y he aquí que, mientras Jacobo recogía las legumbres, una víbora salió de un agujero, y mordió la mano del muchacho, que se puso a gritar, por el mucho dolor. Y, ya desfalleciente, clamaba con voz llena de amargura: ¡Ah, una malvada víbora me ha herido la mano!

2. Pero Jesús, que estaba al otro lado, corrió hacia Jacobo, al oír su grito de dolor, y le tomó la mano, sin hacerle otra cosa que soplarla encima, y refrescarla. Y en seguida Jacobo fue curado, y la serpiente murió. Y José y María no sabían lo que pasaba. Pero a los gritos de Jacobo, y al mandárselo Jesús, corrieron a la huerta, y vieron a la serpiente ya muerta y a Jacobo perfectamente curado.

Jesús y su familia

XLII 1. Cuando José iba a un banquete con sus hijos, Jacobo, José, Judá y Simeón, y con sus dos hijas, y con Jesús y María, su madre, iba también la hermana de ésta, María, hija de Cleofás, que el Señor Dios había dado a su padre Cleofás y a su madre Ana, porque habían ofrecido al Señor a María, la madre de Jesús. Y esta María había sido llamada con el mismo nombre de María para consolar a sus padres.

2. Siempre que estaban reunidos, Jesús los santificaba, y los bendecía, y comenzaba el primero a comer y a beber. Porque ninguno osaba comer, ni beber, ni sentarse a la mesa, ni partir el pan, hasta que Jesús, habiéndolos bendecido, hubiere hecho el primero estas cosas. Si por casualidad no estaba allí, esperaban que lo hiciese. Y, cada vez que él quería aproximarse para la comida, se aproximaban también José y María y sus hermanos, los hijos de José. Y estos hermanos, teniéndolo ante sus ojos como una luminaria, lo observaban y lo temían. Y, mientras Jesús dormía, fuese de día o de noche, la luz de Dios brillaba sobre él. Alabado y glorificado sea por los siglos de los siglos. Amén.

Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco

EVANGELIO DE LA NATIVIDAD DE MARIA

Prefacio

El suave requerimiento que me dirigís reclama de mí un trabajo relativamente fácil, pero penoso en grado sumo, por las cuidadosas precauciones que hay que tomar contra el error. Me pedís, en efecto, que ponga por escrito lo que haya encontrado en diversas fuentes sobre la vida y la natividad de la bienaventurada Virgen María hasta su incomparable parto y hasta los primeros momentos del Cristo, empresa poco difícil de ejecutar, pero singularmente presuntuosa, como os digo, por los peligros a que expone a la verdad. Porque lo que de mí exigís, hoy que las canas blanquean mi cabeza, lo he leído, sabedlo, cuando era joven, en un librito que cayó en mis manos. Ciertamente, después de ese lapsó, colmado por otras preocupaciones nada triviales, ha podido muy bien suceder que varios rasgos se hayan escapado de mi memoria. Por ende, si accedo a vuestra súplica, habría injusticia en acusarme de haber querido suprimir, añadir o cambiar un ápice de la historia. Si esto ocurriese, y no lo niego, sería, a lo menos, cosa independiente de mi voluntad. En estas condiciones, y en éstas solamente, satisfago vuestros deseos y la curiosidad de los lectores, previniéndoos, empero, tanto a vosotros como a ellos, que el susodicho opúsculo, si no me es infiel la memoria, comenzaba por el siguiente prefacio, que recuerdo, a lo menos en su sentido.

María y sus padres

I 1.Sabemos que la bienaventurada y gloriosa María siempre virgen, salida del tronco real de la familia de David, nació en la ciudad de Nazareth, y fue educada en Jerusalén, en el templo del Señor. Su padre se liamaba Joaquín, y su madre Ana. Su familia paterna era de Galilea, de la ciudad de Nazareth, y su familia materna era de Bethlehem.

2. Y la vida de ambos esposos era sencilla y santa ante Dios, y piadosa e irreprensible ante los hombres. Todos sus bienes, en efecto, los habían dividido en tres partes, consagrando la primera al templo y a sus servidores, distribuyendo la segunda entre los pobres y los peregrinos, y reservándose la tercera para sí mismo y para los menesteres de su hogar.

3. Y de esta manera, amados por Dios y buenos para los hombres, habían vivido durante cerca de veinte años en un casto connubio, sin tener descendencia. No obstante, habían hecho voto, si por acaso Dios les daba uñ hijo, de consagrarlo al servicio del Señor. Y, así, cada año, acostumbraban, en los días festivos, a ir, piadosos, al templo.

Maldición de Joaquín por Isachar

II 1.Y, como se aproximase la fiesta de la Dedicación, Joaquín, con algunos de sus compatriotas, subió a Jerusalén. Y, en aquella época, Isachar era Gran Sacerdote. Y, habiendo visto a Joaquín con su ofrenda, en medio de sus conciudadanos, lo miró con desprecio, y desdeñé sus presentes, preguntándole por qué él, que no tenía hijos, se atrevía a estar entre los que eran fecundos. Y le advirtíó que, habiéndolo Dios juzgado indigno de posteridad, no podían serle aceptos sus presentes, por cuanto la Escritura dice: Maldito sea quien no engendre hijos en Israel. Y lo conminó para que se librase de esta maldición, creando una progenitura, porque sólo entonces le sería lícito acercarse, con sus ofrendas, a la presencia del Señor.

2. Y este reproche que se le lanzaba cubrió de extremo oprobio a Joaquín, el cual se retiró al sitio en que estaban sus pastores con sus rebaños. Y no quiso volver a su casa, temiendo sufrir los mismos reproches de sus comarcanos, que habían asistido a la escena, y que habían oído al Gran Sacerdote.

Aparición de un ángel a Joaquín

III 1. Y permanecía allí desde hacía algún tiempo, cuando, cierto día que estaba solo, le apareció un ángel del Señor, rodeado de una gran luz. Y, a su vista, Joaquín quedó turbado. Pero el ángel apaciguó su turbación, diciéndole: No temas, Joaquín, ni te turbe mi vista, porque soy un ángel del Señor, enviado por Él a ti, para anunciarte que tus súplicas han sido escuchadas, y que tus limosnas han subido a su presencia. Ha visto tu oprobio, y ha considerado el reproche de esterilidad que sin razón se te ha dirigido. Porque Dios es vengador del pecado, mas no de la naturaleza. Y, cuando cierra una matriz, lo hace para abrirla después de una manera más admirable, y para que se sepa que lo que nace así no es fruto de la pasión, sino presente de la Providencia.

2. La primera madre de vuestra nación, Sara, permaneció estéril hasta los ochenta años, a pesar de lo cual, en los últimos días de su vejez, dio a luz a Isaac, en quien le había sido prometido que serían benditas todas las naciones. Asimismo Raquel, tan agradable a Dios y tan amada por Jacob, permaneció estéril durante mucho tiempo, y, no obstante, parió a José, que fue no solamente el dueño de Egipto, sino el salvador de numerosos pueblos que iban a morir de hambre. ¿Quién, entre los jueces, más fuerte que Sansón y más santo que Samuel? Y, sin embargo, ambos a dos tuvieron por madres a mujeres por mucho tiempo estériles. Si, pues, la razón no te persuade por mi boca, cree a lo menos que las concepciones dilatadamente diferidas y los partos tardíos son de ordinario los más portentosos.

3. Así, tu esposa Ana te parirá una niña, y la llamarás María. Y, conforme a vuestro voto, se consagrará al Señor desde su niñez, y estará llena del Espíritu Santo desde el vientre de su madre. Y no comerá ni beberá nada impuro, ni vivirá en medio de las agitaciones populares del exterior, sino en el templo, a fin de que no pueda enterarse, ni aun por sospecha, de nada de lo que existe de vergonzoso en el mundo. Y, con el curso de la edad, bien como ella nació milagrosamente de una mujer estéril, de igual modo, por un prodigio incomparable y permaneciendo virgen, traerá al mundo al hijo del Altísimo, que será llamado Jesús o salvador de todas las naciones, conforme a la etimología de su nombre.

4. Y he aquí el signo de la verdad de las cosas que te anuncio. Cuando llegues a la Puerta Dorada de Jerusalén, encontrarás a Ana tu esposa, la cual, inquieta hasta hoy por tu retardo, se regocijará sobremanera, al volver a verte. Y, dicho esto, el ángel se separó de Joaquín.

Aparición de un ángel a Ana

IV 1. Y después apareció a Ana su esposa, diciéndole: No temas, Ana, ni imagines que es un fantasma lo que ves. Yo soy el ángel que ha llevado vuestras oraciones y vuestras limosnas a la presencia de Dios, y que ahora he sido enviado a vosotros para anunciaros el nacimiento de una hija, que se llamará María, y que será bendita entre todas las mujeres. Llena de la gracia del Señor desde el instante de su nacimiento, permanecerá en la casa paterna durante los tres años de su lactancia. Después, consagrada al servicio del Altísimo, no se apartará del templo hasta la edad de la discreción. Y allí, sirviendo a Dios día y noche con ayunos y con plegarias, se abstendrá de todo lo que es impuro, y no conocerá varón jamás, manteniéndose sin tacha, sin corrupción, sin unión con hombre alguno. Empero, virgen, parirá un hijo, y, sierva, parirá a su Señor, el que será por gracia, por título, por acción, el salvador del mundo.

2. Así, pues, levántate, sube a Jerusalén, y, cuando llegues a la llamada Puerta Dorada, allí, a manera de signo, encontrarás a tu esposo, sobre cuyo paradero anda inquieta tu alma. Y, cuando hayan sucedido estas cosas, lo que yo te anuncio se cumplirá al pie de la letra.

Nacimiento de María

V 1. Y, obedeciendo al mandato del ángel, ambos esposos, abandonando uno y otro los parajes respectivos en que estaban, subieron a Jerusalén. Y, al llegar al lugar designado por el oráculo del ángel, se encontraron mutuamente. Entonces, gozosos de volver a encontrarse, y poseídos de confianza en la verdad de la promesa de que tendrían descendencia, rindieron acción de gracias bien debidas al Señor, que exalta a los humildes.

2. Y, habiendo adorado al Altísimo, regresaron a su casa, y, llenos de júbilo, esperaron la realización de la divina promesa. Y Ana concibió y parió una hija, y, conforme a la orden del ángel, sus padres le pusieron por nombre María.

Presentación de María en el templo

VI 1. Transcurridos tres años y terminado el tiempo de la lactancia, llevaron a la Virgen con ofrendas al templo del Señor. Y había alrededor del templo, según el número de los salmos graduales, quince gradas que subir. Porque, estando el templo situado sobre una altura, sólo por gradas era accesible el altar de los holocaustos, que estaba situado en el exterior.

2. Y sobre la primera de aquellas gradas colocaron los padres a la bienaventurada Maña, todavía muy pequeña. Y, en tanto que ellos se quitaban los vestidos de viaje, para ponerse, siguiendo la costumbre, trajes más bellos y más propios de la ceremonia, la Virgen del Señor subió todas las gradas, sin mano alguna que la condujese, de tal suerte que todos pensaron que no le faltaba nada, a lo menos en aquella circunstancia, de la perfección de la edad. Es que el Señor, en la infancia misma de la Virgen, operaba ya grandes cosas, y mostraba por aquel milagro lo que sería un día.

3. Y, después de haber celebrado un sacrificio conforme al uso de la ley, dejaron allí a la Virgen, para ser educada en el recinto del templo, con las demás vírgenes. Y ellos regresaron a su casa.

Negativa de la virgen a contraer matrimonio ordinario

VII 1. Y la Virgen del Señor, a la vez que en edad, crecía igualmente en virtud, y, según la palabra del salmista, su padre y su madre la habían abandonado, pero Dios la había recogido. A diario, en efecto, era visitada por los ángeles, y a diario gozaba de la visión divina, que la libraba de todo mal, y que la hacía abundar en toda especie de bienes. Así llegó a los catorce años, y, no solamente los malos no podían encontrar en ella nada reprensible, sino que todos los buenos que la conocían juzgaban su vida y su conducta dignas de admiración.

2. Entonces el Gran Sacerdote anunció en público que todas las vírgenes que habían sido educadas en el templo, y que tenían catorce años, debían volver a sus hogares, y casarse, conforme a la costumbre de su nación y a la madurez de su edad. Todas las vírgenes obedecieron con premura esta orden. Sólo María, la Virgen del Señor, declaró que no podía hacerlo. Como sus padres la habían consagrado primero a Dios, y ella después había ofrendado su virginidad al Señor, no quería violar este voto, para unirse a un hombre, fuese el que fuese. El Gran Sacerdote quedó sumido en la mayor perplejidad. Él sabía que no era lícito violar un voto contra el mandato de la Escritura, que dice: Haced votos, y cumplidlos. Mas, por otra parte, no le placía introducir un uso extraño a la nación. Ordenó, pues, que, en la fiesta próxima, se reuniesen los notables de Jerusalén y de los lugares vecinos, por cuyo consejo podría saber cómo le convendría obrar en una causa tan incierta.

3. Y así se hizo, y fue común parecer que había que consultar sobre ese punto a Dios. Y, mientras todos se entregaban a la oración, el Gran Sacerdote avanzó para consultar al Señor, según la costumbre. Y, a poco, una voz, que todos oyeron, salió del oráculo y del lugar del propiciatorio. Y esa voz afirmaba que, de acuerdo con la profecía de Isaías, debía buscarse a quien debía desposar y guardar aquella virgen. Porque es bien sabido que Isaías vaticinó: Y saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces. Y reposará sobre él el espíritu del Señor, espíritu de inteligencia y de sabiduría, espíritu de fortaleza y de consejo, espíritu de conocimiento y de temor del Altísimo.

4. Y, conforme a esta profecía, el Gran Sacerdote ordenó que todos los hombres de la casa y de la familia de David, aptos para el matrimonio y no casados, llevasen cada uno su vara al altar, y que debía ser confiada y casada la virgen con aquel cuya vara produjera flores, y en la extremidad de cuya vara reposase el espíritu del Señor en forma de paloma.

Recae en José la elección de esposo para la Virgen

VIII 1. Y había, entre otros, un hombre de la casa y de la familia de David, llamado José y ya avanzado en edad. Y, al paso que todos fueron ordenadamente a llevar sus varas, él omitió llevar la suya. Y, como nada apareció que correspondiese al oráculo divino, el Gran Sacerdote pensó que había que consultar de nuevo al Señor. El cual respondió que, de todos los que habían sido designados, sólo el que no había llevado su vara, era aquel con quien debía casarse la Virgen. José fue así descubierto. Y, cuando hubo llevado su vara, y en su extremidad reposé una paloma venida del cielo, todos convinieron en que a él le pertenecía el derecho de desposar con María.

2. Y, una vez celebrados los desposorios, se retiró a Bethlehem, su patria, para disponer su casa, y preparar todo lo necesario para las nupcias. Cuanto a María, la Virgen del Señor, volvió a Galilea, a casa de sus padres, con otras siete vírgenes de su edad y educadas con ella, que le había dado el Gran Sacerdote.

Revelación hecha por un ángel a la Virgen

IX 1. Y, en aquellos días, es decir, desde los primeros tiempos de su llegada a Galilea, el ángel Gabriel fue enviado a ella por Dios, para anunciarle que concebiría al Señor, y para exponerle la manera y el orden según el cual las cosas pasarían. Y, entrando en su casa, inundando con gran luz la habitación en que se encontraba, y saludándola muy graciosamente, le dijo: Salve María, virgen muy agradable a Dios, virgen llena de gracia, el Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres, bendita eres por encima de todos los hombres que hasta el presente han nacido.

2. Y María, que conocía ya bien las fisonomías angélicas, y que estaba habituada a recibir la luz celeste, no se amedrentó ante la visión del enviado divino, ni quedó estupefacta ante aquella luz. Unicamente la palabra del ángel la turbó en extremo. Y se puso a reflexionar sobre lo que podía significar una salutación tan insólita, sobre lo que presagiaba, sobre el fin que tenía. Y el ángel divinamente inspirado previno estas dudas, diciéndole: No temas, María, que mi salutación oculte algo contrario a tu castidad. Has encontrado gracia ante el Señor, por haber escogido el camino de la pureza, y, permaneciendo virgen, concebirás sin pecado, y parirás un hijo.

3. Y él será grande, porque dominará de un mar a otro, y hasta las extremidades de la tierra. Y será llamado hijo del Altísimo, porque, naciendo en la humildad, reinará en las alturas de los cielos. Y el Señor Dios le dará el trono de David su padre, y prevalecerá eternamente en la casa de Jacob, y su poder no tendrá fin. Es, en efecto, rey de reyes y señor de los señores, y su trono durará por los siglos de los siglos.

4. Y, a estas palabras del ángel, la Virgen, no por incredulidad, sino por no saber la manera como el misterio se cumpliría, repuso: ¿Cómo eso ha de ocurrir? Puesto que, según mi voto, no conozco varón, ¿cómo podré dar a luz, a pesar de ello? Y el ángel le dijo: No pienses, María, que concebirás al modo humano. Sin unión con hombre alguno, virgen concebirás, virgen parirás, virgen amamantarás. Porque el Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra contra todos los ardores de la pasión. El que de ti saldrá, por cuanto ha de nacer sin pecado, será el único santo y el único merecedor del nombre de hijo de Dios. Entonces, María, con las manos extendidas y los ojos elevados al cielo, dijo: He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra.

5. Sería quizá demasiado largo, y para muchos enojoso, insertar en este opúsculo todos los sucesos que, conforme a nuestros textos, precedieron y siguieron a la natividad de Nuestro Señor. Omitiendo, pues, lo que está suficientemente referido en el Evangelio, pasemos a la narración de lo que allí aparece menos detallado.

Revelación hecha por un ángel a José

X 1.Habiendo ido José de Judea a Galilea, tenía la intención de tomar por esposa a la virgen que le había sido confiada. Porque, desde el día de los desposorios, habían transcurrido ya tres meses, y había comenzado el cuarto. Y, en el intervalo, el vientre de la Virgen se había hinchado, hasta el punto de manifestar su embarazo, cosa que no pudo escapar a José, quien, según la costumbre de los desposados, entraba más libremente a ver a María, y conversaba más familiarmente con ella, por lo que descubrió su estado. Y comenzó a agitarse y a turbarse, ignorando lo que le sería preferible hacer. Como hombre justo, no quería entregarla, y, como hombre piadoso, no quería infamarla, haciendo recaer sobre ella sospecha de fornicación. Pensó, pues, en disolver secretamente su matrimonio, y en devolverla secretamente.

2. Y, estando en estas cavilaciones, he aquí que un ángel del Señor le apareció en sueños, y le dijo: José, hijo de David, no temas, ni imagines que hay en la virgen nada de vergonzoso, porque lo que ha nacido en ella, y que hoy angustia tu corazón, no es obra de un hombre, sino del Espíritu Santo. Entre todas las mujeres, sólo ella, permaneciendo virgen, traerá el hijo de Dios al mundo, Y darás a este hijo el nombre de Jesús, es decir, Salvador, porque salvará a su pueblo de sus pecados.

3. Y José, conforme a la orden del ángel, tomó a María por esposa. Mas no la conoció, sino que la guardó en castidad. Y, llegado el final del noveno mes del embarazo, José, tomando consigo a la Virgen y a las demás cosas que le eran necesarias, partió para la ciudad de Bethlehem, de donde era oriundo. Y sucedió que, durante su estancia en aquel lugar, sobrevino el tiempo del parto de María, la cual trajo al mundo, como los evangelistas nos han enseñado, a su hijo primogénito, Nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina, con el Padre y con el Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos.

Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco

HISTORIA COPTA DE JOSÉ EL CARPINTERO

Introito

He aquí el relato del fallecimiento de nuestro santo padre José, padre del Cristo según la carne, y que vivió ciento once años. En el monte de los Olivos nuestro Salvador refirió a los apóstoles su vida por entero. Y los mismos apóstoles escribieron sus palabras, y las depositaron en la Biblioteca de Jerusalén. Y el día en que el santo anciano abandonó su cuerpo, en la paz de Dios, fue el 26 del mes de epifi.

Discurso de Jesús a los apóstoles

I. Y llegó un día en que, hallándose nuestro buen Señor sentado en el monte de los Olivos y sus discípulos reunidos en torno suyo, les habló en estos términos: Queridos hermanos, hijos de mi buen Padre, vosotros, a quienes Él ha elegido para heraldos suyos entre el mundo entero, sabéis bien cuán a menudo os he predicho que seré crucificado; que gustará la muerte por todos; que resucitará de entre los muertos; que os daré el encargo de predicar el Evangelio, a fin de que lo anunciáis en el mundo entero; que os investiré de una fuerza venida de lo alto, y que os llenará del Espíritu Santo, para que prediquéis a todas las naciones, diciéndoles: Haced penitencia, porque más vale al hombre hallar un vaso de agua en la vida venidera que gozar en ésta de todos los bienes del mundo y, además, el lugar que ocupa la planta de un pie en el reino de mi Padre vale más que todas las riquezas de este mundo y, a más, una hora de los justos que se regocijan vale más que cien años de los pecadores que lloran y se lamentan. Así, pues, ¡oh mis miembros gloriosos!, cuando vayáis entre los pueblos, dirigidles esta enseñanza: Con balanza justa y justo peso mi Padre pesará vuestra conducta. Una sola palabra que hayáis dicho os será examinada. Así como no hay medio de escapar a la muerte, tampoco lo hay de escapar a nuestros actos buenos o malos. Mas cuanto yo os he dicho termina en esto: el fuerte no se puede salvar por su fuerza, ni el hombre por la multitud de sus riquezas. Y escuchad ahora, que os contaré la historia de mi padre José, el viejo carpintero, bendito de Dios.

Viudedad de José

II. Había un hombre llamado José, natural de la villa de Bethlehem, la de los judíos, que es la villa del rey David. Era muy instruido en la sabiduría y en el arte de la construcción. Este hombre llamado José desposó a una mujer en la unión de un santo matrimonio, y le dio hijos e hijas: cuatro varones y dos hembras. He aquí sus nombres: Judá, Josetos, Jacobo y Simeón. Los nombre da las muchachas eran Lisia y Lidia. Y la mujer de José murió, según ley de todo nacido, dejando a su hijo Jacobo de corta edad. Y José, varón justo, glorificaba a Dios en todas sus obras. E iba fuera de su villa natal a ejercer el oficio de carpintero, con dos de sus hijos, porque vivían del trabajo de sus manos, según la ley de Moisés. Y este hombre justo de que hablo es mi padre carnal, a quien mi madre María fue unida como esposa.

María es presentada en el templo

III. Mientras mi padre José vivía en viudedad, María, mi madre, buena y bendita en todo modo, estaba en el templo, consagrada a su servicio en la santidad. Tenía entonces la edad de doce años y había pasado tres en la casa de sus padres y nueve en el templo del Señor. Viendo los sacerdotes que la Virgen practicaba el ascetismo, y que permanecía en el temor del Señor, deliberaron entre sí y se dijeron: Busquemos un hombre de bien para desposarla, no sea que el caso ordinario de las mujeres le ocurra en el templo y seamos culpables de un gran pecado.

Elección de José para esposo tutelar de María

IV. Por entonces convocaron a la tribu de Judá, que habían elegido entre las doce, echando a suertes. Y la suerte correspondió al buen viejo José, mi padre carnal. Y los sacerdotes dijeron a mi madre, la Virgen bendita: Vete con José y obedécele, hasta que llegue el tiempo en que efectúes el casamiento. Mi padre José acogió a María en su casa, y ella, encontrando al pequeño Jacobo con la tristeza del huérfano, se encargó de educarlo, y por esto se llamó a María madre de Jacobo. Luego que José la hubo recibido, se puso en viaje hacia el lugar en que ejercía su oficio de carpintero. Y, en su casa, María, mi madre, pasó dos años hasta que llegó el buen momento.

Concepción pura de María.

Dudas y zozobras de José

V. En el catorceno año de su edad, vine al mundo de mi propia voluntad, y entré en ella, yo, Jesús, vuestra vida. Cuando llevaba tres meses encinta, el cándido José volvió de su viaje. Y, encontrando a la Virgen embarazada, se turbó, tuvo miedo y pensó despedirla en secreto. Y, a causa del disgusto, no comió ni bebió en todo aquel día.

Un ángel revela a José el misterio del embarazo de María

VI. Mas, mediada la noche, he aquí que Gabriel, el arcángel de la alegría, vino a él en una visión, por mandato de mi Padre, y le dijo: José, hijo de David, no temas admitir a María, tu esposa, porque aquel que ella parirá ha salido del Espíritu Santo. Y se le llamará Jesús, y él es quien apacentará y guiará a todos los pueblos con un cetro de hierro. Y el ángel se alejó de él, y José se levantó, hizo como el ángel le había ordenado y recibió a María junto a sí.

Empadronamiento ordenado por Augusto y viaje de la Sagrada Familia a Bethlehem

VII. Vino en seguida una orden del rey Augusto para hacer el censo de toda la población de la tierra, cada uno en su respectiva ciudad. El viejo condujo a la Virgen María, mi madre, a su villa natal de Bethlehem. Y, como ella estaba a punto de parir, él inscribió su nombre ante el escriba así: José, hijo de David, con María, su esposa, y Jesús, su hijo, de la tribu de Judá. Y mi madre María me puso en el mundo en el camino de regreso a Bethtehem, en la tumba de Raquel, mujer de Jacobo el patriarca, que fue la madre de José y de Benjamín.

Satánica decisión de Herodes y huida a Egipto

VIII. Satán dio un consejo a Herodes el Grande, padre de Arquelao, el que hizo decapitar a Juan, mi amigo y mi deudo. Y así él me buscó para matarme, imaginando que mi reino era de este mundo. José fue advertido por una visión. Se levantó, me tomó con María, mi madre, en cuyos brazos yo iba recostado, mientras que Salomé nos seguía. Partimos para Egipto. Y allí permanecimos un año, hasta que el cuerpo de Herodes fue presa de los gusanos, que lo hicieron morir en castigo de la sangre de los inocentes niños que había vertido en abundancia.

Regreso de Egipto a Galilea

IX. Y, cuando aquel pérfido e impío Herodes hubo muerto, volvimos a un pueblo de Galilea que se llama Nazareth. Mi padre José, el viejo bendito, practicaba el oficio de carpintero, y vivíamos del trabajo de sus manos. Fiel observador de la ley de Moisés, nunca comió su pan gratuitamente.

Vejez robusta y juiciosa de José

X. Y, pasado tan largo lapso, su cuerpo no estaba debilitado. Sus ojos no habían perdido la luz y ni un solo diente había perdido su boca. En ningún momento le faltó prudencia y buen juicio, antes permanecía vigoroso como un joven, cuando ya su edad había alcanzado el año ciento once.

Sumisión de Jesús a sus padres

XI. Entonces, sus hijos más jóvenes, Josetos y Simeón, tomaron mujer y se establecieron en sus casas. Sus dos hijas también se casaron, según es lícito a todo ser humano. José permaneció con Jacobo, su hijo más joven. Y, desde que la Virgen me pariera, yo había permanecido con ella en la completa sumisión que conviene a la calidad de hijo. Porque, en verdad, yo he ejecutado y hecho todas las obras humanas, fuera del pecado. Y llamaba a María «madre» y a José «padre». Y obedecía en cuanto me iban a decir. Y no les replicaba una sola palabra, sino que los amaba mucho.

Aproxímase la muerte de José

XII. Y ocurrió que la muerte de mi padre se acercó, según es ley del hombre. Cuando su cuerpo sintió la enfermedad, su ángel le advirtió: En este año morirás. Y su alma se turbó y fue a Jerusalén, al templo del Señor, y se prosternó ante el altar, diciendo:

Plegaria dirigida por José a Dios

XIII. ¡Oh, Dios, padre de toda misericordia y de toda carne, Dios de mi alma, de mi cuerpo y de mi espíritu, pues que los días de mi vida en este mundo se han cumplido, he aquí que yo te ruego, Señor Dios, envíes a mí al arcángel San Miguel, para que esté junto a mí hasta que mi pobre alma salga de mi cuerpo, sin dolor y sin turbación! Porque para todo hombre hay un gran temor que es la muerte: para el hombre y para todo animal doméstico, o para la bestia salvaje, o para el reptil, o para el pájaro, en una palabra, para toda criatura bajo el cielo, que posee un alma viviente, es un dolor y una aflicción esperar que su alma se separe de su cuerpo. Así, pues, mi Señor, que esté tu arcángel junto a mí hasta que mi alma se separe sin dolor de mi cuerpo. No permitas que el ángel que me fue dado vuelva hacia mí su róstro lleno de cólera, cuando yo esté en tu camino, y que me deje solo. No dejes que aquellos cuya faz cambia me atormenten en el camino que yo recorra hacia ti. No dejes detener mi alma por quienes guardan tu puerta, y no me confundas ante tu tribunal formidable. No desencadenes contra mí las olas del río de fuego en que todas las almas se purifican antes de ver la gloria de tu divinidad, ¡oh Dios, que juzgas a todos en verdad y en justicia! Ahora, mi Señor, reconfórteme tu misericordia, porque tú eres la fuente de todo bien. A ti sea dada gloria por la eternidad de las eternidades. Amén.

Enfermedad de José

XIV. Y se dirigió en seguida a Nazareth, la villa en que habitaba. Y sufrió la enfermedad de que debía morir, según el destino de todo hombre. Y su enfermedad era más grave que ninguna de las que había sufrido desde el día en que fue puesto en el mundo. He aquí los estados de vida de mi querido padre José. Alcanzó la edad de cuarenta años. Tomó mujer. Vivió cuarenta y nueve años con su mujer, y, cuando ésta murió, pasó un año solo. Mi madre pasó luego dos años en su casa, luego que los sacerdotes se la hubieran confiado, dándole esta instrucción: Vela por ella hasta el momento de cumplir vuestro matrimonio. Al comenzar el tercer año de vivir ella con él, y en el quinceno año de la vida de ella, me puso en el mundo por un misterio que únicamente comprendemos yo, mi Padre y el Espíritu Santo, que sólo somos uno.

Trastornos físicos y mentales de José

XV. Y el total de los días de la vida de mi padre, el bendito viejo José, fue de ciento once años, conforme a la orden que había dado mi buen Padre. El día en que dejó su cuerpo fue el 26 del mes de epifi. Entonces, el oro fino que era la carne de mi padre José comenzó a transmutarse, y la plata que eran su razón y su juicio se alteró. Olvidó el comer y el beber y se equivocaba en su oficio. Ocurrió, pues, que ese día, 26 de epifi, cuando la luz comenzaba a extenderse, mi padre José se agitó mucho sobre su lecho. Sintió un vivo temor, lanzó un profundo gemido y se puso a gritar con gran turbación, expresándose de este modo:

Trenos de José

XVI. ¡Malhaya yo en este día! ¡Malhaya el día en que mi madre me parió! ¡ Malhaya el seno en que recibí el germen de vida! ¡Malhayan los pechos cuya leche mame! ¡Malhayan las rodillas en que me he sentado! ¡Malhayan las manos que me sostenían hasta que fui mayor, para entrar en el pecado! ¡Malhayan mi lengua y mis labios, que se han empleado en la injuria, la calumnia, la detracción y el engaño! ¡Malhayan mis ojos, que han visto el escándalo! ¡Malhayan mis oídos, que han gustado de escuchar frívolos discursos! ¡Malhayan mis manos, que han tomado lo que no les pertencía! ¡Malhayan mi estómago y mi vientre, que han tomado alimentos que no les correspondían y que, si hallaban alguna cosa de comer, la devoraban más que una llama pudiera hacerlo! ¡Malhayan mis pies, que tan mal han servido a mi cuerpo, llevándolo por otras vías que las buenas! ¡Malhaya mi cuerpo, que ha tornado mi alma desierta y extraña al Dios que la creó! ¿Qué haré yo ahora? Estoy cercado por todas partes. En verdad, malhaya todo hombre que corneta pecado. En verdad que la misma turbación que yo he visto en mi padre Jacobo cuando dejó su cuerpo cae hoy sobre mí, desgraciado que soy. Pero es Jesús, mi Dios, el árbitro de mi suerte, quien cumple su voluntad en mí.

Jesús consuela a su padre

XVII. Viendo que mi padre José hablaba de tal forma, me levanté y fui hacia él, que estaba acostado, y lo hallé turbado de alma y de espíritu. Y le dije: Salud, mi querido padre José, cuya vejez es a la vez buena y bendita. Él, con gran temor de la muerte, me contestó: ¡Salud infinitas veces, mi hijo querido! He aquí que mi alma se apacigua después de escuchar tu voz. ¡Jesús, mi Señor! ¡Jesús, mi verdadero rey! ¡Jesús, mi bueno y misericordioso salvador! ¡Jesús, el liberador! ¡Jesús, el guía! ¡Jesús, el defensor! ¡Jesús, todo bondad! ¡Jesús, cuyo nombre es dulce y muy untuoso a todas las bocas! ¡Jesús, ojo escrutador! ¡Jesús, oído atento! Escúchame hoy a mí, tu servidor, que te implora, y que solloza en tu presencia. Tú eres Dios, en verdad. Tú eres, en verdad, el Señor, según el ángel me ha dicho muchas veces, sobre todo el día que mi corazón tuvo sospechas, por un pensamiento humano, cuando la Virgen bendita estaba encinta y yo me propuse despedirla en secreto. Cuando tales eran mis reflexiones, el ángel se me mostró en una visión, y me habló en estos términos: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque aquel que ha de parir es sali- ¶do del Espíritu Santo. No albergues ninguna duda respecto a su embarazo, porque ella parirá un niño, que llamarás Jesús. Tú eres Jesús, el Cristo, el salvador de mi alma, de mi cuerpo y de mi espíritu. No me condenes a mí, tu esclavo y obra de tus manos. Yo no sé nada, Señor, y no comprendo el misterio de tu concepción desconcertante. Nunca he oído que una mujer haya concebido sin un hombre, ni que una mujer haya parido conservando el sello de su virginidad. Yo recuerdo el día que la serpiente mordió al niño que murió. Su familia te buscó para entregarte a Herodes, y tu misericordia lo salvó. Resucitaste a aquel cuya muerte te habían achacado por calumnia, diciendo: Tú eres quien lo ha matado. Hubo una gran alegría en la casa del muerto. Yo te tomé la oreja, y te dije: Sé prudente, hijo. Y tú me reprochaste, diciendo: Si no fueses mi padre según la carne, no haría falta que te enseñase lo que acabas de hacer. Ahora, pues, ¡oh mi Señor y mi Dios!, si es para pedirme cuenta de aquel día para lo que me has enviado estos signos terroríficos, yo pido a tu bondad que no entres conmigo en disputa. Yo soy tu esclavo y el hijo de tu sierva. Si rompes mis lazos, yo te ofreceré un sacrificio de alabanza, es decir, la confesión de la gloria de tu divinidad. Porque tú eres Jesucristo, el hijo del Dios verdadero y el hijo del hombre al tiempo mismo.

Jesús consuela a su madre

XVIII. Al acabar de hablar así mi padre José, no pude contener las lágrimas, y lloraba viendo que la muerte lo dominaba y oyendo las palabras que salían de su boca. En seguida, ¡oh hermanos míos!, pensé en mi muerte en la cruz para salvar al mundo entero. Y aquella cuyo nombre es suave a la boca de quienes me aman, María, mi madre, se levantó. Y me dijo con una gran tristeza: ¡Malhaya yo, querido hijo! ¿Va, pues, a morir aquel cuya vejez es buena y bendita, José, tu padre según la carne? Yo dije: ¡Oh mi madre querida! ¿Quién de entre todos los hombres no pasará por la muerte? Porque la muerte es la soberana de la humanidad, ¡oh mi bendita madre! Tú misma morirás como todo nacido. Pero así para José, mi padre, como para ti, la muerte no será una muerte, sino una vida eterna y sin fin. Porque también yo debo necesariamente morir, a causa de la forma carnal que he revestido. Ahora, pues, ¡oh mi madre querida!, levántate para ir hacia José, el viejo bendito, a fin de que sepas el destino que le vendrá de lo alto.

Dolores y gemidos de José

XIX. Y ella se levantó. Y, dirigiéndose al lugar en que Josa estaba acostado, lo encontró cuando los signos de la muerte acababan de manifestarse en él. Yo, ¡oh mis amigos!, me senté a su cabecera, y María, mi madre, a sus pies. Él levantó los ojos hacia mi rostro. Y no pudo hablar, porque el momento de la muerte lo dominaba. Entonces alzó otra vez la vista, y lanzó un gran gemido. Yo sostuve sus manos y sus pies un largo trecho, mientras él me miraba y me imploraba, diciendo: Ño dejéis que me lleven. Yo coloqué mi mano en su corazón, y conocí que su alma había subido ya a su garganta, para ser arrancada de su cuerpo. No había llegado aún el instante postrero, en que la muerte debía venir, porque, si no, ya no hubiera aguardado más. Pero habían llegado ya la turbación y las lágrimas que la preceden.

Empieza la agonía del patriarca

XX. Cuando mi querida madre me vio palpar su cuerpo, ella le palpé los pies, y encontró que el calor y la respiración lo habían abandonado. Y me dijo ingenuamente: ¡Gracias, hijo mío! Desde que has posado tu mano sobre su cuerpo, el calor lo ha dejado. He aquí sus pies y sus piernas, que están frías como el hielo. Yo fui hacia sus hijos, y les dije: Venid para hablar a vuestro padre, que ahora es el momento, antes que la boca deje de hablar, y la pobre carne se vuelva fría. Entonces los hijos e hijas de José fueron a él. Y él estaba en peligro a causa de los dolores de la muerte y presto a salir de este mundo. Lisia, la hija de José, dijo a sus hermanos: Malhaya a mí, mis hermanos queridos, si éste no es el mal de nuestra madre, que no habíamos vuelto a ver hasta ahora. Igual será nuestro padre José, que no veremos nunca más. Entonces los hijos de José alzaron la voz, llorando. Yo también, y María, la Virgen, mi madre, lloramos con ellos, porque el momento de la muerte había sobrevenido.

Jesús divisa a la muerte que se acerca

XXI. Entonces miré en dirección al mediodía y divisé a la muerte. Entré en la mansión, seguida de Amenti, que es su instrumento, con el diablo seguido de sus ayudantes, vestidos de fuego, innumerables y echando por la boca humo y azufre. Mi padre José miró y vio que lo buscaban, llenos contra él de la cólera con que acostumbran a encender sus rostros contra toda alma que deja un cuerpo, especialmente contra los pecadores en quienes advierten el más mínimo signo de posesión. Cuando el buen viejo los divisé, sus ojos vertieron lágrimas. En este momento, el alma de mi buen padre José se separó, lanzando un suspiro, a la vez que buscaba medio de ocultarse, para salvarse. Cuando yo vi, por el gemido de mi padre José, que había distinguido a las potencias que nunca hasta entonces había visto, me levanté en seguida, y amenacé al diablo y a los que iban con él. Y todos se fueron en vergüenza y con gran desorden. Y, de cuantos estaban sentados en torno a mi padre José, nadie, ni aun mi madre María, conoció nada de los ejércitos terribles que persiguen a las almas de los hombres. Cuanto a la muerte, cuando vio que yo había amenazado a las potencias de las tinieblas, y las había echado fuera, tomó miedo. Y me levanté al instante, y elevé una plegaria a mi Padre Misericordioso, diciéndole:

Oración de Jesús a su Padre

XXII. ¡Oh Padre mío, raíz de toda misericordia y de toda verdad! ¡Ojo que ves! ¡Oído que oyes! Escúchame a mí, que soy tu hijo querido, y que te imploro por mi padn José, rogando que le envíes un cortejo numeroso de ángeles, con Miguel, el dispensador de la verdad, y con Gabriel, el mensajero de la luz. Acompañen ellos el alma de mi padre José, hasta que haya pasado los siete círculo; de las tinieblas. No atraviese mi padre las vías angostas por las que es terrible andar, donde se tiene el gran ea panto de ver las potencias que las ocupan, donde el río de fuego que corre en el abismo mueve sus ondas como las olas del mar. Y sé misericordioso para el alma de mi buen padre José, que va a tus manos santas, porque éste es el momento en que necesita tu misericordia. Yo os lo digo, ¡oh mis venerables hermanos, y mis apóstoles benditos!: todo hombre nacido en este mundo y que conoce el bien y el mal, después que ha pasado todo su tiempo en la concupiscencia de sus ojos, necesita la piedad de mi buen Padre cuando llega el momento de morir, de franquear el pasaje, de comparecer ante el Tribunal Terrible y de hacer su defensa. Pero vuelvo al relato de la salida del cuerpo de mi buen padre José.

José expira

XXIII. Y, cuando la agonía llegaba a su término último y mi padre iba a rendir el alma, lo abracé. Y apenas dije el amén, que mi querida madre repitió en la lengua de los habitantes del cielo, se presentaron Miguel y Gabriel, con el coro de los ángeles, y se colocaron cerca del cuerpo de mi padre José. En este momento la rigidez y la opresión lo abrumaban en extremo, y comprendí que el instante próximo y su premio habían llegado, porque el cuerpo era presa de dolores parecidos a los que preceden al parto. La agonía lo acosaba, tal que una violenta tempestad o un enorme fuego que devora gran cantidad de materias inflamables. Cuanto a la muerte misma, el miedo no le permitía entrar en el cuerpo de mi querido padre José, para separarlo de su alma, porque, al mirar el interior de la habitación, me encontró sentado cerca de su cabeza y con mi mano en sus sienes. Y, cuando advertí que la intrusa vacilaba en entrar por mi causa, me levanté, me puse detrás del umbral y encontré a la muerte, que esperaba sola y poseída de un gran temor. Y le dije: ¡Oh tú, que has llegado de la región del mediodía, entra pronto a cumplir lo que mi Padre te ha ordenado! Pero vela por José como por la luz de tus ojos, porque es mi padre según la carne y ha sufrido por mí mucho, desde los días de mi niñez, huyendo de un sitio a otro, a causa del perverso propósito de Herodes. Y he recibido sus lecciones, como todos los hijos cuyos padres acostumbran a instruirlos para su bien. Y entonces Abbatón entró y tomó el alma de mi padre José, y la separó de su cuerpo, en el punto y hora en que el sol iba a despuntar en su órbita, el 12 del mes de epifi. Y el total de los días de la vida de mi querido padre José fue de ciento once años. Y Miguel tomó los dos extremos de una mortaja de seda preciosa, y Gabriel tomó los otros dos. Y tomaron el alma de mi querido padre José, y la depositaron en la mortaja. Y ninguno de los que se hallaban cerca del cuerpo de mi padre conoció que había muerto, y mi madre Maria, tampoco. Y mandé a Miguel y a Gabriel que velasen el cuerpo de José, a causa de los raptores que pululaban por los caminos, y que los ángeles incorporales, cuando salieran de la casa con el cadáver, continuasen cantando en su ruta, hasta conducir el alma a los cielos, cerca de mi buen Padre.

Jesús consuela a los hijos de José

XXIV. Y volví cerca del cuerpo de mi padre José, que yacía como un cesto. Le bajé los ojos y se los cerré, así como la boca, y quedé contemplándolo. Y dije a la Virgen: Oh María, ¿qué se hicieron los trabajos del oficio que José realizó desde su infancia hasta ahora? Todos han pasado en un solo momento. Es como si no hubiese venido nunca al mundo. Cuando sus hijos e hijas me oyeron decir esto a María, mi madre, me dijeron con profusión de lágrimas: Malhaya nosotros, ¡oh nuestro Señor! Nuestro padre ha muerto, ¡y nosotros no lo sabíamos! Yo les dije: En verdad, ha muerto. Mas la muerte de José, mi padre, no es una muerte, sino una vida para la eternidad. Grandes son los bienes que va a recibir mi muy amado José. Porque desde que su alma ha dejado su cuerpo, todo dolor ha cesado para él. Está en el reino de los cielos por toda la eternidad. Ha dejado tras sí este mundo de penosos deberes y de vanos cuidados. Ha ido a la morada de reposo de mi Padre, que está en los cielos, y que nunca será destruida. Cuando yo hube dicho a mis hermanos: Ha muerto vuestro padre José, el viejo bendito, se levantaron, desgarraron sus vestiduras, y lloraron mucho rato.

Duelo en la ciudad de Nazareth

XXV. Entonces, todos los de la ciudad de Nazareth y de toda la Galilea, al oír el duelo, se reunieron en el lugar en que estábamos, según costumbre de los judíos. Y pasaron todo el día llorando, hasta la hora novena. A la hora novena, hice salir a todos. Vertí agua sobre el cuerpo de mi amado padre José, lo ungí en aceite perfumado, y rogué a mi Padre, que está en los cielos, con las plegarias celestes que escribí con mis propios dedos cuando aún no había encarnado en la Virgen María. Y, al decir yo amén, muchos ángeles llegaron. Di orden a dos de ellos de extender una vestidura, e hice levantar el cuerpo bendito de mi buen padre José para amortajarlo con ella.

Palabras de bendición de Jesús sobre el cadáver de su padre

XXVI. Y puse mi mano en su corazón, diciendo: Nunca el olor fétido de la muerte se apodere de ti. No oigan tus oídos nada malo. No invada la corrupción tu cuerpo. No se vea atacada tu mortaja por la tierra, ni se separe de tu cuerpo, hasta que lleguen los mil años. No se caigan los cabellos de tu cabeza, esos cabellos que yo he tomado tantas veces con mis manos, ¡oh mi buen padre José! Y la dicha sea contigo. A los que den una ofrenda a tu santuario el día de tu conmemoración, que es el 26 del mes de epifi, yo los bendeciré con un don celestial que se les hará en los cielos. Quien, en tu nombre, ponga un pan en la mano de un pobre no dejaré que carezca de los bienes de este mundo, mientras viva. Quienes lleven una copa de vino a los labios de un extranjero, o de un huérfano, o de una viuda, en el día de tu conmemoración, yo se lo haré presente, para que tú los lleves al banquete de los mil años. Los que escriban el libro de tu tránsito, según lo he contado hoy con mi boca, por mi salud, ¡oh mi padre José!, que los tendré presentes en este mundo, y, cuando dejen su cuerpo, yo romperé la cédula de sus pecados, para que no sufran ningún tormento, salvo la angustia de la muerte y el río de fuego que purifica toda alma ante mi Padre. Y, cuando un hombre pobre, no pudiendo hacer lo que yo he dicho, engendre un hijo y le llame José, para glorificar tu nombre, ni hambre, ni epidemia entrarán en su mansión, porque tu nombre estará allí.

Honras fúnebres

XXVII. En seguida, los notables de la población fueron al sitio en que estaba depositado el cuerpo de mi padre, acompañados de los acólitos de los funerales, y con objeto de amortajar su cuerpo según los ritos judíos. Y lo encontraron amortajado ya. El lienzo se había unido a su cuerpo como con grapas de hierro. Y, cuando lo movieron, no hallaron la abertura de su mortaja. Entonces, lo llevaron a la tumba. Y, cuando lo hubieron puesto a la entrada de la caverna para abrir la puerta y depositarlo entre sus padres, recordé el día en que partió conmigo para Egipto y las tribulaciones que por mí sufrió, y me extendí sobre su cuerpo, y lloré sobre él, diciendo:

Reflexiones de Jesús sobre la muerte

XXVIII. ¡Oh muerte, que causas tantas lágrimas y lamentos! ¡Es, sin embargo, Aquel que domina todas las cosas quien te ha dado ese poder sorprendente! Pero el reproche no alcanza tanto a la muerte como a Adán y a su mujer. La muerte no hace nada sin orden de mi Padre. Ha habido hombres que han vivido novecientos años antes de morir, y muchos otros han vivido más aún, sin que nadie entre ellos haya dicho que ha visto la muerte, ni que ésta viniese por intervalos a atormentar a cualquiera. Es que no atormenta a los hombres más que una vez, y esta vez es mi buen Padre quien la envía al hombre. Cuando viene hacia él, es porque oye la sentencia que parte del cielo. Si la sentencia llega cargada de cólera, también con cólera llega la muerte para llevar el alma a su Señor. La muerte no tiene el poder de llevar el alma al fuego o al reino de los cielos. La muerte cumple la orden de Dios. Adán, al contrario, no cumplió la orden de mi Padre, sino que cometió una transgresión. Y la cometió, hasta irritar a mi Padre contra él, obedeciendo a su mujer y desobedeciendo a Dios, de modo que atrajo la muerte sobre toda alma viviente. Si Adán no hubiese desobedecido a mi buen Padre, no hubiese atraído la muerte sobre él. ¿Qué es, pues, lo que me impide rogar a mi buen Padre para que envíe un carro luminoso, donde yo pondría a mi padre José, sin que gustase la muerte, para hacerlo conducir, con la carne en que fue engendrado, hacia un lugar de reposo, con los ángeles incorpóreos? Mas por la transgresión de Adán, sobre 1a humanidad entera ha venido la gran angustia de la muerte. Y yo mismo, pues que revisto esta carne, debo gustar la muerte por las criaturas que he creado, para serles misericordioso.

Enterramiento de José

XXIX. Mientras yo hablaba así, y abrazaba a mi padre José, llorando sobre él, ellos abrieron la puerta de la tumba y depositaron su cuerpo junto al de Jacobo, su padre. Su fin ocurrió en su año ciento once. Ni un solo diente se perdió en su boca, ni sus ojos se oscurecieron, sino que su mirada era como la de un niñito. Nunca perdió su vigor, sino que practicó su oficio de carpintero hasta el día en que lo atacó la enfermedad de que debía morir.

Una objeción hecha a Jesús por sus discípulos

XXX. Nosotros, los apóstoles, oyendo estas palabras de la boca de nuestro Salvador, nos regocijamos. Nos lenvantamos, y adoramos sus manos y sus pies con júbilo, diciendo: Gracias te damos, ¡oh nuestro buen Salvador!, por habernos hecho dignos de oír de tu boca, Señor, palabras de vida. Sin embargo, nos asombras, ¡oh nuestro buen Salvador! Puesto que concediste la inmortalidad a Enoch y a Elías, y puesto que hasta ahora están rodeados de bienes, y conservan la carne en que han nacido, y que no ha conocido corrupción, este viejo bendito José, el carpintero, a quien has hecho tan gran honor, que has llamado tu padre, y a quien obedeciste en todo, aquel a cuyo propósito nos has dado instrucciones diciendo: Cuando yo os invista de poder, cuando envíe hacia vosotros a aquel que es prometido por mi Padre, es decir, el Parácleto, el Espíritu Santo, para enviaros a predicar el Santo Evangelio, predicaréis también a mi padre José; y a más: Decir estas palabras de vida en el testamento de su tránsito; y aun: Leed este testamento los días de fiesta y sagrados; y en fin: Aquel que corte o añada palabras de este testamento, de modo que me ponga por embustero, sufrirá mi santa venganza: después de todo esto, nos sorprende que lo hayas llamado tu padre carnal y que, no obstante, no le hayas prometido la inmortalidad, para hacerlo vivir eternamente.

Respuesta de Jesús

XXXI. Nuestro Salvador contestó, y nos dijo: La sentencia que mi Padre dicté contra Adán no será nunca baldía, por cuanto desobedeció sus mandatos. Cuando mi Padre ordena que un hombre sea justo, éste se convierte en su elegido. Cuando el hombre ama las obras del diablo, por su voluntad de hacer el mal, si Dios lo deja vivir largo tiempo, ¿no sabe que caerá en las manos de Dios, si no hace penitencia? Pero, cuando alguien llega a una edad avanzada entre buenas acciones, son sus obras las que hacen de él un anciano. Cada vez que Dios ve que un hombre corrompe su carne en su camino sobre la tierra, acorta su existencia, como hizo con Ezequías. Toda profecía dictada por mi Padre debe cumplirse por entero. Me habéis hablado de Enoch y Elías, diciendo: Viven en la carne en que han nacido, y respecto a José mi padre según la carne, diciendo: ¿Por qué no lo has dejado en su carne hasta ahora? Pero, aunque hubiese vivido diez mil años, habría debido morir. Yo os lo digo, ¡oh mis miembros santos!, que cada vez que Enoch o Elías piensan en la muerte hubieran querido morir, para librarse de la gran angustia en que se encuentran. Porque deben morir en un día de terror, de clamor, de aflicción y de amenaza. En efecto: el Anticristo matará a estos dos hombres, vertiendo su sangre sobre la tierra como un vaso de agua, a causa de las afrentas que le hicieron sufrir rechazándolo.

Gozoso aquietamiento de los apóstoles

XXXII. Nosotros respondimos diciéndole: Oh nuestro Señor y nuestro Dios, ¿qué hombres son ésos que habéis dicho que el hijo de la perdición matará por un vaso de agua? Jesús, nuestro Salvador y nuestra vida, nos dijo: Son Enoch y Elías. Y, mientras nuestro Salvador nos decía estas cosas, fuimos presa de gran gozo. Y le rendimos gracias y alabanzas a él, nuestro Señor y nuestro Dios, nuestro Salvador Jesucristo, aquel por quien toda loanza conviene al Padre, a él mismo y al Espíritu vivificador, ahora y en todos los tiempos y hasta la eternidad de todas las eternidades. Amén.

Fuente: Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco

HISTORIA ÁRABE DE JOSÉ EL CARPINTERO

Preliminar

En nombre de Dios, uno en esencia y trino en personas, paso a referir la historia de la muerte de nuestro padre, el santo anciano José el Carpintero. Protélannos a todos, hermanos míos, su bendición y sus plegarias. Amén.

El total de los días de su existencia fue de ciento once años, y su salida del mundo tuvo lugar el 26 del mes de ab ib, que corresponde al mes de ab. Su plegaria nos guarde. Amén.

Nuestro Señor Jesucristo cantó esto a sus virtuosos discípulos, en el monte de los Olivos, y también les cantó toda la carrera de José en el mundo, y la manera como terminó sus días. Los apóstoles conservaron tan santos discursos, los escribieron y los depositaron en la Biblioteca de Jerusalén. Su plegaria nos guarde. Amén.

Jesús habla a sus discípulos

I. Un día, Jesucristo, nuestro Dios, nuestro Señor y nuestro Salvador, se sentó entre sus discípulos, que se hablan congregado cerca de é1, en el monte de los Olivos. Y les dijo: Hermanos y amigos míos, hijos del Padre que os ha elegido entre todo el mundo, vosotros sabéis que muchas veces os he anunciado que debo ser crucificado y morir por la salvación de Adán y de su posteridad, y resucitar de entre los muertos. Yo os confiaré la predicación del Santo Evangelio que sostiene la buena nueva, para que la anunciéis al mundo. Y os investirá de la fuerza de lo alto, y os llenará del Espíritu Santo. Anunciaréis a todos los pueblos la penitencia y la remisión de los pecados. Porque un solo vaso de agua que el hombre halle en el otro mundo valdrá más que todos los tesoros del mundo presente. Y el espacio de un pie en el reino de mi Padre vale más que todas las riquezas de la tierra. Y una sola hora de alegría de los justos es mejor que mil años de los pecadores, porque los lloros y las lágrimas de éstos no cesarán nunca, ni nunca se detendrán. Y jamás hallarán reposo, ni consuelo. Y ahora ¡oh mis nobles miembros!, cuando os pongáis en camino, predicad a todos los pueblos, dadles la buena nueva, y decidles que el Salvador los pesará en una justa balanza, y con una exacta medida, y que habrán de defenderse y de contestar por sí mismos en el día del juicio, cuando el Salvador les pida cuenta de cada palabra. Y tendrán que darla. Y, así como a nadie olvida la muerte, igualmente el día del juicio manifestará las obras de todos, buenas o malas. Y, según la palabra que os he dicho, no se precie el fuerte de su fuerza, ni de su riqueza el rico, sino que quien quiera glorificarse se glorifique en el Señor.

José queda viudo

II. Había un hombre llamado José, que pertenecía al pueblo de Bethlehem, ciudad de Judá y del rey David. Estaba muy instruido en las ciencias, y fue sacerdote en el templo del Señor. Conocía el oficio de carpintero. Se casó, según ejemplo de todos los hombres, y engendró hijos e hijas, cuatro varones y dos hembras. He aquí sus nombres: Judas, Justo, Jacobo y Simón. Las dos hijas se llamaban Asia y Lidia. Y la esposa de José, el justo, que loaba a Dios en todos sus actos, murió. Y este José, el justo, fue espeso de María, mi madre. Y partió, con sus hijos, para un trabajo de su oficio de carpintero.

Presentación de María en el templo

III. Cuando José el justo quedó viudo, María, mi madre, casta y bendita, acababa de cumplir los doce años. Porque sus padres la presentaron en el templo del Señor, cuando tenía tres años, y permaneció en el templo nueve. Y los sacerdotes, al ver que la virgen santa y temerosa de Dios había crecido, dijeron: Busquemos un hombre justo y temeroso de Dios para confiarle a María hasta el momento del matrimonio, para que no le ocurra en el templo lo que pasa a las mujeres, y Dios no se irrite contra nosotros.

Segundo matrimonio de José

IV. Entonces enviaron mensajeros y convocaron a los doce viejos de la tribu de Judá, que escribieron los nombres de las doce tribus de Israel. Y la suerte tocó al viejo bendito, José el justo. Y los sacerdotes dijeron a mi madre bendita: Vete con José, y vive con él hasta el momento de tu matrimonio. Y José el justo llevó a mi madre a su morada. Y mi madre encontró a Jacobo de corta edad, abandonado y triste como huérfano que era, y ella lo educó, y por eso fue llamada María madre de Jacobo. Y José la dejó en su casa, y partió para el sitio en que desempeñaba su oficio de carpintero.

María, encinta. José sospecha de ella

V. Y, cuando la virgen pura hubo pasado dos años enteros en su casa, desde el momento en que se la había llevado a ella, yo vine al mundo de mi propio grado, y, por la voluntad de mi Padre y designio del Espíritu Santo, encarné en María por un misterio que excede de la comprensión de las criaturas. Y, cuando transcurrieron tres meses de su embarazo, el hombre justo volvió de su trabajo, y encontró encinta a la virgen mi madre. Y tuvo gran turbación, y pensé depedirla secretamente. Y, por efecto de su temor, de su disgusto y de su angustia de corazón, no comió ni bebió aquel día.

Aviso del ángel a José

VI. Y, en medio del día, el santo arcángel Gabriel se le apareció en sueños, por orden de mí Padre, y dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque está encinta por obra del Espíritu Santo. Parirá un hijo cuyo nombre será Jesús. Y él llevará a pacer a todos los pueblos con un cetro de hierro. El ángel lo abandonó y José se levantó de su sueño. E hizo como el ángel le había ordenado y María vivió con él.

Natividad de Jesús

VII. Por aquellos días, el emperador Augusto César dictó un decreto, que ordenaba se empadronase la población del mundo entero, y que cada cual lo hiciese en su ciudad natal. José, el viejo justo, tomó a María, y se dirigió a Bethlehem, porque el tiempo del alumbramiento estaba próximo. Inscribió su nombre en el registro así: José, hijo de David, y María, su esposa, que son de la tribu de Judá. Y María, mi madre, me puso en el mundo en Bethlehem, en una gruta cercana a la tumba de Raquel, esposa de Jacobo, el patriarca, y que era madre de José y de Benjamín.

Huida a Egipto

VIII. Y he aquí que Satán corrió a advertir a Herodes el Grande, padre de Arquelao. (Este Herodes es quien hizo decapitar a Juan, mi amigo y mi deudo.) Y Herodes ordenó que me buscasen, pensando que mi reino era de este mundo. José, el buen viejo, fue advertido en sueños. Y se levantó, y tomó a María, mi madre, en cuyos brazos yo iba, y los acompañaba Salomé. Partió para Egipto, donde pasó un año entero, hasta que hubo cesado la cólera de Herodes. El cual murió de la peor muerte, por haber vertido la sangre de los niños inocentes, que tiránicamente mandó degollar, sin que hubiesen cometido falta alguna.

Vuelta a Nazareth

IX. Y cuando aquel pérfido e impío Herodes hubo muerto, volvieron a la tierra de Israel y se establecieron en una ciudad de Galilea que se llama Nazareth. Y José, el viejo bendito, ejercía la profesión de carpintero. Vivía del trabajo de sus manos, como prescribe la ley de Moisés, y nunca comió gratis el pan ganado por otro.

Vejez de José

X. Y el viejo llegó a la extrema ancianidad. Mas su cuerpo no se debilitó, su vista no se alteró, sus dientes no se pudrieron, su razón no se conturbó lo más mínimo. Era como un joven vigoroso, y sus miembros estaban libres de enfermedad. Y el total de su edad fue de ciento once años.

Vida en Nazareth

XI. Justo y Simón, los hijos de José, se casaron, y fueron a habitar sus moradas. Igualmente se casaron las dos hijas y fueron a habitar sus moradas. Quedaron, en la mansión de José, Judas, el pequeño Jacobo, y mi madre María. Yo quedé con ellos, como uno de sus hijos, y cumplí lo que forma la vida, menos el pecado. Llamaba a María «mi madre» y a José «mi padre». Los obedecía sin falta en cuanto me ordenaban, como han hecho todos los nacidos. Nunca los descontenté. Nunca les repliqué, ni los contradije, sino que los amaba como a las niñas de mis ojos,

La muerte ronda de cerca a José

XII. Y se acercó el momento en que el santo viejo debía pasar de este mundo al otro, como todos los nacidos. Su cuerpo se debilitó y un ángel le advirtió que iba a entrar en el reposo eterno. Y sintió gran turbación y miedo en su alma. Y se fue a Jerusalén, y entró en el templo del Señor, y ante el santuario oró en estos términos:

Oración de José en el templo

XIII. ¡Oh Dios, padre de todo consuelo, Dios de bondad, dueño de toda carne, Dios de mi alma, de mi espíritu y de mi cuerpo, yo te imploro, oh mi Señor y mi Dios! Si mis días son cumplidos, y si mi salida de este mundo está próxima, envíame al poderoso Miguel, el jefe de tus santos ángeles, para que esté cerca de mí, hasta que mi pobre alma salga de mi cuerpo miserable sin pena, ni dolor, ni conmoción. Porque un lóbrego temor y un violento disgusto se abaten, en el día de la muerte, sobre todos los cuerpos, sobre hombres, mujeres, bestias de carga, bestias salvajes, reptiles o volátiles, sobre toda criatura animada de un soplo de vida que hay bajo el cielo. Y sufren pavor, miedo, angustia y fatiga en el momento en que sus almas abandonan sus cuerpos. Y ahora ¡oh mi Señor y mi Dios! esté tu ángel junto a mi alma y mi cuerpo, hasta que se separen uno de otro. No me vuelva el rostro el ángel que me custodia desde que fui creado, sino vaya conmigo por el camino hasta que yo esté cerca de vos. Séame su rostro afable y alegre, y acompáñeme en paz. No dejes que aquellos cuya faz es multiforme se aproximen a mí en los puntos que yo recorra, hasta que llegue en paz junto a ti. No dejes que quienes guardan tus puertas prohíban la entrada a mi alma. No me confundas ante tu tribunal terrible. No se acerquen a mí Ls bestias feroces. No se anegue mi alma en las olas del río de fuego que toda alma debe atravesar antes de percibir la divinidad de tu majestad, ¡oh Dios, justo juez, que juzgas a la humanidad con equidad y con rectitud, y que das a cada uno según sus obras! Y ahora, ¡oh mi dueño y mi Dios!, préstame tu gracia, alumbra mi camino hacia ti, fuente abundante de todo bien y de toda grandeza para la eternidad. Amén.

José cae enlermo

XIV. En seguida volvió a su casa, de la villa de Nazareth. Y cayó enfermo para morir, según es ley impuesta a todo hombre. Y fue tan oprimido por el mal, que nunca, desde que vino al mundo había estado más enfermo. He aquí la cuenta exacta de los estados de vida de José, el justo. Vivió cuarenta años antes de casarse. Su mujer estuvo bajo su protección cuarenta y nueve años, hasta que murió. Un año después de su muerte, le fue confiada mi madre, la casta María, por los sacerdotes, para que la guardase hasta el tiempo de su matrimonio. Vivió en su casa dos años, y durante el tercero, a los quince de su edad, me puso en el mundo por un misterio que ninguna criatura puede saber, no siendo yo, y mi Padre, y el Espíritu Santo, que existen en mí, en la unidad.

Postración material y moral de José

XV. El total de la vida de mi padre, el buen viejo, fue de ciento once años, según las órdenes de mi Padre. Y el día en que su alma dejó su cuerpo fue el 26 del mes de abib. El oro fino comenzó a transmutarse, y a alterarse la plata pura, quiero decir, su razón y su sabiduría. Olvidó el beber y el comer. Y se desvaneció, y le fue indiferente el conocimiento de su arte de carpintero. Cuando acababa de apuntar la aurora del día 26 del mes de abib, el alma del justo viejo José se agité, según estaba él en su lecho. Abrió la boca, gimió, golpeó sus manos y gritó a gran voz:

Imprecaciones del patriarca

XVI. ¡Malhaya el día en que vine al mundo! ¡Malhaya el vientre que me llevó! ¡Malhayan las entrañas que me concibieron! ¡Malhayan los pechos que me amamantaron! ¡Malhaya las piernas en que me apoyé! ¡Malhayan las manos que me han conducido hasta que fui mayor, porque he sido concebido en la iniquidad, y mi madre me ha deseado en el pecado! ¡Malhayan mi lengua y mis labios que han proferido la calumnia, la detracción, la mentira, el error, la impostura, el fraude, la hipocresía! ¡Malhayan mis ojos, que han visto el escándalo! ¡Malhayan mis oídos, que han gustado de oír la maledicencia! ¡Malhayan mis manos, que han tomado lo que no era legítimamente suyo! ¡Malhayan mi vientre, que ha comido lo que no era lícito comer! ¡Malhayan mi garganta, que, como el fuego, devora cuanto halla! ¡Malhayan mis pies, que han ido por caminos que no eran los de Dios! ¡Mal-hayan mi cuerpo y mi triste alma, que se han apartado del Dios que los creó! ¿Y qué haré cuando parta para el lugar en que comparecerá ante el juez justo, que me reprochará todas las obras protervas que he acumulado rurante mi juventud? ¡Malhaya todo hombre que muere en el pecado! En verdad, esta hora es terrible, la misma que se abatió sobre mi padre Jacobo, cuando su alma se separé de su cuerpo, y he aquí que se abate hoy sobre mí, desgraciado yo. Pero aquel que gobierna mi alma y mi cuerpo es Dios, cuya voluntad se cumple en ellos.

Plegaria de José a Jesús

XVII. Así habló José, el piadoso anciano. Y yo fui a él y hallé su alma muy turbada y puesta en extrema angustia. Y le dije: Salud, ¡oh mi padre José, el hombre justo! ¿Cómo te encuentras? Y dijo él: Salud a ti muchas veces, ¡oh mi querido hijo! He aquí que los dolores de la muerte me han rodeado. Mas mi alma se ha apaciguado, al oír tu voz, ¡oh mi defensor Jesús! ¡Jesús, Salvador mío! ¡Jesús, refugio de mi alma! ¡Jesús, mi protector! ¡Jesús, nombre dulce a mi boca y a la boca de aquellos que lo aman! Ojo que ves y oído que oyes, atiende a tu servidor, que se humilla y llora ante ti! Tú eres mi dueño, como el ángel me ha dicho muchas veces, y sobre todo el día en que mi corazón dudaba, con malos pensamientos, de la pura y bendita virgen María, cuando ella concibió y yo pensé en repudiarla secretamente. Y cuando pensaba así, he aquí que los ángeles del Señor se me aparecieron por un misterio oculto, diciéndome: José, hijo de David, no temas recibir a María tu esposa, no te disgustes, ni pronuncies sobre su embarazo una palabra desentonada, que ella está encinta por obra del Espíritu Santo, y pondrá en el mundo un hijo, cuyo nombre será Jesús. Y salvará a su pueblo de sus pecados. No me tengas rencor por eso, Señor, porque yo no conocía el misterio de tu nacimiento. Yo recuerdo, Señor, el día en que la serpiente mordió a aquel niño, que murió por efecto de ello. Los suyos querían entregarte a Herodes, y decían: Eres tú quien lo has matado. Y tú lo resucitaste de entre los muertos. Y yo fui, y tomé tu mano, y dije: Hijo, ten cuidado. Y tú me respondiste: ¿No eres mi padre según la carne? Ya te enseñará quién soy yo. No te irrites ahora, mi Señor y mi Dios, contra mí a causa de aquel momento. No me juzgues, pues soy tu esclavo y el hijo de tu servidor. Tú eres mi Señor y mi Dios, mi Salvador y el Hijo de Dios verdadero.

Congojas de María

XVIII. Así habló mi padre José, y no tenía fuerza para llorar. Y vi que la muerte se apoderaba de él. Mi madre, la virgen pura, se levantó, se acercó, y me dijo: ¡Hijo querido, va, pues, a morir el piadoso viejo José! Yo le dije: ¡Oh madre querida, todas las criaturas nacidas en este mundo han de morir, porque la muerte está impuesta a todo el género humano! Tú misma, virgen y madre mía, morirás, como todos. Pero tu muerte, como la de este piadoso anciano, no será muerte, sino vida perpetua para la eternidad. Yo también es preciso que muera, en este cuerpo que he tomado de ti. Mas, álzate ¡oh mi madre purísima!, y vete cerca de José, el viejo bendito, para ver lo que ocurre durante su ascensión.

Jesús conlorta a su madre

XIX. María, mi madre purísima, fue adonde estaba José, mientras yo me sentaba a sus pies. Lo miré, y vi que los signos de la muerte habían aparecido sobre su rostro. El anciano bendito alzó la cabeza, y me miró fijamente. No podía hablar, por los dolores de la muerte, que lo rodeaban. Pero gemía mucho. Le tuve las manos durante una hora..., mientras me miraba y me hacía señas de que no lo abandonase. Puse mi mano en su corazón, y encontré que su alma estaba próxima a su palacio, y que se preparaba a abandonar su cuerpo.

Duelo de los hijos de José

XX. Cuando mi madre, la Virgen, me vio tocar su cuerpo, le tocó ella los pies, y los halló ya muertos y sin calor. Y me dijo: ¡Oh hijo querido, he aquí que sus pies están fríos como la nieve! Y llamó a los hijos e hijas de José y les dijo: Venid todos, porque su hora ha llegado. Asia, hija de José, respondió diciendo: ¡Malhaya yo, hermanos míos! Es la enfermedad de mi madre querida. Clamó y lloró, y todos los hijos de José lloraron. Y yo y mi madre María lloramos con ellos.

Visión de muerte

XXI. Y miré hacia el mediodía y vi a la muerte, seguida del infierno, y de las milicias que lo acompañan, y de sus acólitos. Sus vestidos, sus rostros y sus bocas arrojaban llamas. Cuando mi padre José los vio avanzar hacia sí, sus ojos se humedecieron, y en este momento gimió mucho. Y, al oírlo yo suspirar tanto, rechacé a la muerte y a los servidores que la acompañaban, y clamé a mi buen Padre, diciéndole:

Oración de Jesús

XXII. ¡Oh Señor de toda clemencia, ojo que ve y oído que oye, escucha mi clamor y mi demanda por el buen anciano José, y envía a Miguel, jefe de tus ángeles, y a Gabriel, mensajero de la luz, y a todos los ejércitos de tus ángeles y a sus coros, para que acompañen hasta ti el alma de mi padre José. Es la hora en que mi padre necesita misericordia. Y yo os digo, mis discípulos, que todos los santos, y cuantos nacen en este mundo, justos o pecadores, deben por precisión pasar por el trance de la muerte.

Llegada de dos ángeles a la habitación mortuoria

XXIII. Miguel y Gabriel se llegaron al alma de mi padre José. La tomaron y la envolvieron en un hábito luminoso. Y él entregó el alma en manos de mi buen Padre, que le dio la salvación y la paz. Y ninguno de los hijos de José notó que había muerto. Los ángeles guardaron su alma contra los demonios de las tinieblas, que estaban en el camino. Y los ángeles loaron a Dios hasta que hubieron conducido a José a la mansión de los justos.

Jesús cierra los ojos al muerto

XXIV. Y su cuerpo quedó yacente y frío. Posé mi mano en sus ojos, y los cerré. Y cerré su boca, y dije a María, la Virgen: ¡Oh madre mía! ¿Y dónde está la profesión que ejerció tanto tiempo? Ha pasado como si nunca hubiese existido. Y, cuando sus hijos me oyeron hablar así con mi madre, comprendieron que José había muerto, y clamaron y sollozaron. Mas yo les dije: La muerte de nuestro padre no es muerte, sino vida eterna, porque lo ha separado de los trabajos de este mundo, y lo ha llevado al reposo que dura siempre. Y, al oír esto, sus hijos desgarraron sus vestiduras y rompieron a llorar.

Los habitantes de Galilea lloran al patriarca

XXV. Y he aquí que el pueblo de Nazareth y de Galilea oyó los gritos, y acudió, y lloró desde la hora de tercia hasta la de nona. Y a la de nona cada uno se fue a su hogar. Y llevaron el cuerpo, después de embalsamarlo con costosos perfumes. Y yo imploré a mi Padre con la plegaria de los habitantes del cielo, esa plegaria que escribí con mi mano antes de ser concebido en el seno de la Virgen, mi madre. Y, cuando hube acabado, y dicho el amén, vinieron ángeles en gran número. Y dije a dos de ellos que envolvieran en un manto luminoso el cuerpo de José, el anciano bendito.

Institución de la festividad de José

XXVI. Y le dije: La fetidez de la muerte no tendrá poder sobre ti. Ni miasmas ni gusanos saldrán jamás de tu cuerpo. Ni uno solo de tus huesos se quebrantará. Ni un cabello de tu cabeza se alterará. Nada de tu cuerpo perecerá, ¡oh mi padre José!, sino que permanecerá intacto hasta los mil años. A todo hombre que piense hacerte una oferta el día de tu conmemoración lo bendecirá, y lo indemnizaré en la congregación de los primogénitos que están alistados en los cielos: Quien en tu nombre nutra con el trabajo de sus manos a los pobres, y a las viudas, y a los huérfanos, en el día de tu conmemoración, no carecerá de nada en ningún día de su vida. A quien en tu nombre dé a beber un vaso de agua o de vino a una viuda o a un huérfano, yo te lo entregaré, para que tú lo introduzcas en el banquete de los mil años. Todo el que pensara en hacer una ofrenda el día de tu conmemoración, será bendito por mí, y le daré 30, 60 y 100 por uno. El que escriba tu historia, tus trabajos y tu partida de este mundo y el discurso que ha salido de mi boca, yo te lo daré en este mundo. Y, cuando su alma salga de su cuerpo, y deje este mundo, yo quemaré el libro de sus pecados, y no lo pondré en tortura el día del juicio. Y atravesará sin dolor ni fatiga el mar de fuego. Y lo que debe hacer todo hombre pobre que no pueda hacer lo que he indicado es, si le nace un hijo, que lo llame José, y no tendrá nunca en su casa muerte súbita.

Funerales de José

XXVII. Y los jefes de la población vinieron adonde estaba el cuerpo de José, el viejo bendito. Llevaban lienzos, y quIsieron amortajarlo, como es costumbre entre los judíos, pero hallaron hecho su amortajamiento, y cuando quisieron desenvolverlo, hallaron que la mortaja le estaba adherida como con hierro, y no encontraron extremos en el lienzo. Luego lo llevaron a una caverna. Y abrieron la puerta, para depositar su cuerpo junto al de sus padres. Y yo recordé el día en que partió conmigo para Egipto, y los muchos trabajos que soportó por mi causa. Y lloré sobre él largo tiempo e, inclinándome sobre su cuerpo, dije:

Misión de la muerte

XXVIII. ¡Oh muerte, que aniquilas toda inteligencia, y que siembras tantas lágrimas y tantos lamentos! ¡Es, no obstante, Dios, mi Padre, quien te ha dado ese poder! Por su transgresión, murieron Adán y Eva. Y la muerte no ha sido suprimida o eludida por nadie. Y, sin embargo, no hace nada sin la orden del Padre. Hombres hubo que vivieron novecientos años y murieron. Otros vivieron más, y murieron. Ni uno solo de ellos ha dicho: Yo no he gustado la muerte. Porque el Señor no prepara a cada instante el castigo de cada uno, sino una vez solamente. En esta hora, mi Padre la envía hacia el hombre. Y, cuando se le acerca, considera la orden que le viene del cielo, diciendo: La he acometido con ímpetu, y su alma será pronto arrastrada. Y se apodera de esa alma y hace lo que quiere de ella. Y porque Adán transgredió el mandato de mi Padre, mi Padre se irritó contra él, y lo condenó a muerte, y la muerte entró en el mundo. Si Adán hubiese obedecido a mi Padre, la muerte no hubiera nunca sido su destino. ¿Pensáis que no hubiera yo podido pedir a mi Padre, y que él no me enviaría un carro de fuego que llevase el cuerpo de mi padre José al lugar de reposo, donde habitaría con los seres espirituales? Mas, por la transgresión de Adán, el trabajo y el dolor de la muerte han sido decretados contra todo el género humano. Y por esta razón, preciso es que también yo muera corporalmente, para que esos seres creados por mí alcancen misericordia.

Adiós de Jesús a José

XXIX. Cuando hube dicho esto, abracé el cuerpo de mi padre José, y lloré sobre él. Y abrieron la puerta del sepulcro y depositaron su cuerpo junto al de su padre, Jacobo. Y entró en el reposo cuando acababa de cumplir su año ciento once. Ni un solo diente de su boca había sufrido, su mirada no se alteró, su talle no se encorvó, su fuerza no amenguó, sino que practicó su oficio hasta el día de su muerte, que fue el 26 de abib.

Duda de los apóstoles

XXX. Y nosotros, los apóstoles, después de haber oído a nuestro Salvador, nos regocijamos, y lo adoramos, diciendo: ¡Oh Salvador nuestro, concédenos tu gracia! Acabamos de oír la palabra de vida, pero nos sorprende que, habiéndose dado a Enoch y a Elías el don de no morir, y de habitar hasta ahora en la mansión de los justos, sin que sus cuerpos sufran corrupción, al anciano José, el carpintero, tu padre carnal, de quien nos has dicho que refiramos su tránsito al otro mundo, cuando prediquemos el Evangelio a los pueblos; que le dediquemos cada año un día de fiesta santificada; que incurriremos en falta, si ponemos o quitamos la menor tilde a tu narración; y que, el día de tu nacimiento en Bethlehem, te llamó hijo suyo: nos sorprende, repetimos, que a tan sublime varón no lo hayas hecho inmortal como a aquellos otros dos, afirmando, como afirmas, que era un justo y un elegido, al mismo tenor que ellos.

Ley universal de la muerte

XXXI. Mas nuestro Señor repuso: La profecía de mi Padre se cumplió en Adán por su desobediencia. Y la voluntad de mi Padre se realiza en cuanto le place. Ahora bien: cuando el hombre desatiende el mandato de Dios y sigue las obras de Satanás, cometiendo pecado, si su vida se prolonga, es con la esperanza de que se arrepienta, y aprenda que debe caer en las garras de la muerte. Y, si se prolonga la vida de un hombre bueno, los hechos de su vejez se hacen notorios y los demás hombres buenos los imitan. Si veis un hombre irascible, sabed que sus días serán abreviados. Con relación a aquellos que son llevados en lo mejor de sus días, todas las profecías de mi Padre dominan a los hijos de los hombres hasta que se cumplen puntualmente. Y, en lo que concierne a Enoch y a Elías, como viven hasta ahora en el cuerpo en que nacieron, y como, por otra parte, mi padre José no ha quedado como ellos conservando cuerpo, yo os contesto que el hombre, aunque viva miríadas de años, debe morir. Y yo os digo, hermanos míos, que aquéllos, al fin de los tiempos, al llegar el día de la conmoción, la turbación y la angustia, vendrán al mundo y morirán. Porque el Anticristo matará a los cuatro hombres y verterá su sangre como un vaso de agua, a causa de la vergüenza que le causaron, cubriéndolos públicamente de confusión.

Anuncio de los tiempos últimos

XXXII. Y dijimos: ¡Oh Señor, nuestro Salvador y nuestro Dios! ¿Y quiénes son esos cuatro que habéis dicho que el Anticristo matará por sus reproches? Y dijo el Salvador: Son Enoch, Elías, Sila y Tabitha. Y, cuando hubimos oído este discurso del Salvador, nos regocijamos, nos exaltamos, y dirigimos todas nuestras alabanzas y todas nuestras acciones de gracias a nuestro Señor, a nuestro Dios y a nuestro Salvador Jesucristo, aquel a quien convienen la gloria, el honor, la dominación, la potencia y la alabanza, y con él a su Padre supremamente bueno y al Espíritu Santo vivificador, ahora y en todos los tiempos y por los siglos de los siglos. Amén.

Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco

EL EVANGELIO ÁRABE DE LA INFANCIA

Palabras pronunciadas por Jesús en la cuna

I 1. Hemos encontrado estas palabras en el libro de Josefo, el Gran Sacerdote que existía en tiempo del Cristo, y que algunos han dicho que era Caifás.

2. El cual afirma que Jesús habló, estando en la cuna, y que dijo a su madre: Yo soy el Verbo, hijo de Dios, que tú has parido, como te lo había anunciado el ángel Gabriel, y mi Padre me ha enviado para salvar al mundo.

Viaje de María y de José a Bethlehem

II 1. El año 309 de Alejandro, ordenó Augusto que cada individuo fuese empadronado en su país. Y José se aprestó a ello, y, llevando consigo a María, su esposa, partió para Bethlehem, su aldea natal.

2. Y, mientras caminaban, José advirtió que el semblante de su esposa se ensombrecía por momentos, y que por momentos se iluminaba. E, intrigado, tomó la palabra, y preguntó: ¿Qué tienes, María? Y ella respondió: Veo, oh José, alternar dos espectáculos sorprendentes. Veo al pueblo de Israel, que llora y se lamenta, y que, estando en la luz, semeja a un ciego, que no percibe el sol. Y veo al pueblo de los incircuncisos, que habitan en las tinieblas, y que una nueva claridad se levanta para ellos y sobre ellos, y que ellos se regocijan llenos de alegría, como el ciego cuyos ojos se abren para ver la luz.

3. Y José llegó a Bethlehem para instalarse en su aldea natal, con toda su familia. Y, cuando llegaron a una gruta próxima a Bethlehem, María dijo a José: He aquí que el tiempo de mi alumbramiento ha llegado, y que me es imposible ir hasta la aldea. Entremos, pues, en esta gruta. Y, en aquel momento, el sol se ponía. Y José partió de allí presuroso para traer a María una mujer que la asistiese. Y halló por acaso a una anciana de raza hebraica y originaria de Jerusalén, a quien dijo: Ven aquí, bendita mujer, y entra en esta gruta, donde hay una joven que está a punto de parir.

La partera de Jerusalén

III 1. Y la anciana, acompañada de José, llegó a la caverna, cuando el sol se había puesto ya. Y penetraron en la caverna, y vieron que todo faltaba allí, pero que el recinto estaba alumbrado por luces más bellas que las de todos los candelabros y las de todas las lámparas, y más intensas que la claridad del sol. Y el niño, a quien María había envuelto en pañales, mamaba la leche de su madre. Y, cuando ésta acabó de darle le pecho, lo depositó en el pesebre que en la caverna había.

2. Y la anciana dijo a Santa María: ¿Eres la madre de este recién nacido? Y Santa María dijo: Sí. Y la anciana dijo: No te pareces a (las demás) hijas de Eva. Y Santa María dijo: Como mi hijo es incomparable entre los niños, así su madre es incomparable entre las mujeres... Y la anciana respondió en estos términos: Oh, señora, yo vine sin segunda intención, para obtener una recompensa. Nuestra Señora Santa María le dijo: Pon tu mano sobre el niño. Y ella la puso, y al punto quedó curada. Y salió diciendo: Seré la esclava y la sierva de este niño durante todos los días de mi vida.

Adoración de los pastores

IV 1. Y, en aquel momento, llegaron unos pastores, y encendieron una gran hoguera, y se entregaron a ruidosas manifestaciones de alegría. Y aparecieron unas legiones angélicas, que empezaron a alabar a Dios. Y los pastores también lo glorificaron.

2. Y, en aquel momento, la gruta parecía un templo sublime, porque las voces celestes y terrestres a coro celebraban y magnificaban el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Cuanto a la anciana israelita, al ver tamaños milagros, dio gracias a Dios, diciendo: Yo te agradezco, oh Dios de Israel, que mis ojos hayan visto el nacimiento del Salvador del mundo.

Circuncisión

V 1. Y, cuando fueron cumplidos los días de la circuncisión, es decir, al octavo día, la ley obligaba c circuncidar al niño. Se lo circuncidó en la caverna, y la anciana israelita tomó el trozo de piel (otros dicen que tomó el cordón umbilical), y lo puso en una redomita de aceite de nardo viejo. Y tenía un hijo perfumista, a quien se la entregó, diciéndole: Guárdate de vender esta redomita de nardo perfumado, aunque te ofrecieran trescientos denarios por ella. Y aquella redomita fue la que María la pecadora compró y con cuyo nardo espique ungió la cabeza de Nuestro Señor Jesucristo y sus pies, que enjugó en seguida con los cabellos de su propia cabeza.

2. Y, habiendo transcurrido diez días, llevaron al niño a Jerusalén. Y, cuarenta días después de su nacimiento, un sábado, lo condujeron al templo a presencia del Señor, y ofrecieron, para rescatarlo, los sacrificios previstos por la ley de Moisés, a quien Dios dijo: Todo primogénito varón me será consagrado.

Presentación de Jesús en el templo

VI 1. Y, cuando María franqueó la puerta del atrio del templo, el viejo Simeón vio, con ojos del Espíritu Santo, que aquella mujer parecía una columna de luz, y que llevaba en brazos un niño prodigioso. Y, semejantes a la guardia de honor que rodea a un rey, los ángeles rodearon en círculo al niño, y lo glorificaron. Y Simeón se dirigió, presuroso, hacia Santa María, y, extendiendo los brazos hacia ella, le dijo: Dame el niño. Y tomándolo en sus brazos, exclamó: Ahora, Señor, despide a tu siervo en paz, conforme a tu palabra. Porque mis ojos han visto la obra de tu clemencia, que has preparado para la salvación de todas las razas, para servir de luz a todas las naciones, y para la gloria de tu pueblo, Israel.

2. Y Ana la profetisa fue testigo de este espectáculo, y se acercó para dar gracias a Dios, y para proclamar bienaventurada a Santa María.

Llegada de los magos

VII 1. Y la noche misma en que el Señor Jesús nació en Bethlehem de Judea, en la época del rey Herodes, un ángel guardián fue enviado a Persia. Y apareció a las gentes del país bajo la forma de una estrella muy brillante, que iluminaba toda la tierra de los persas. Y, como el 25 dcl primer kanun (fiesta de la Natividad del Cristo) había gran fiesta entre todos los persas, adoradores del fuego y de las estrellas, todos los magos, en pomposo aparato, celebraban magníficamente su solemnidad, cuando de súbito una luz vivísima brilló sobre sus cabezas. Y, dejando sus reyes, sus festines, todas sus diversiones y abandonando sus moradas, salieron a gozar del espectáculo insólito. Y vieron que una estrella ardiente se había levantado sobre Persia, y que, por su claridad, se parecía a un gran sol. Y los reyes dijeron a los sacerdotes en su lengua: ¿Qué es este signo que observamos? Y, como por adivinación, contestaron, sin quererlo: Ha nacido el rey de los reyes, el dios de los dioses, la luz emanada de la luz. Y he aquí que uno de los dioses ha venido a anunciarnos su nacimiento, para que vayamos a ofrecerle presentes, y a adorarlo. Ante cuya revelación, todos, jefes, magistrados, capitanes, se levantaron, y preguntaron a sus sacerdotes: ¿Qué presentes conviene que le llevemos? Y los sacerdotes contestaron: Oro, incienso y mirra. Entonces tres reyes, hijos de los reyes de Persia, tomaron, como por una disposición misteriosa, uno tres libras de oro, otro tres libras de incienso y el tercero tres libras de mirra. Y se revistieron de sus ornamentos preciosos, poniéndose la tiara en la cabeza, y portando su tesoro en las manos. Y, al primer canto del gallo, abandonaron su país, con nueve hombres que los acompañaban, y se pusieron en marcha, guiados por la estrella que les había aparecido. Y el ángel que había arrebatado de Jerusalén al profeta Habacuc, y que había suministrado alimento a Daniel, recluido en la cueva de los leones, en Babilonia, aquel mismo ángel, por la virtud del Espíritu Santo, condujo a los reyes de Persia a Jerusalén, según que Zoroastro lo había predicho. Partidos de Persia al primer canto del gallo, llegaron a Jerusalén al rayar el día, e interrogaron a las gentes de la ciudad, diciendo: ¿Dónde ha nacido el rey que venimos a visitar? Y, a esta pregunta, los habitantes de Jerusalén se agitaron, temerosos, y respondieron que el rey de Judea era Herodes.

2. Sabedor del caso, Herodes mandé a buscar a los reyes de Persia, y, habiéndolos hecho comparecer ante él, les preguntó: ¿Quiénes sois? ¿De dónde venís? ¿Qué buscáis? Y ellos respondieron: Somos hijos de los reyes de Persia, venimos de nuestra nación, y buscamos al rey que ha nacido en Judea, en el país de Jerusalén. Uno de los dioses nos ha informado del nacimiento de ese rey, para que acudiésemos a presentarle nuestras ofrendas y nuestra adoración. Y se apoderó el miedo de Herodes y de su corte, al ver a aquellos hijos de los reyes de Persia, con la tiara en la cabeza y con su tesoro en las manos, en busca del rey nacido en Judea. Muy particularmente se alarmó Herodes, porque los persas no reconocían su autoridad. Y se dijo: El que, al nacer, ha sometido a los persas a la ley del tributo, con mayor razón nos someterá a nosotros. Y, dirigiéndose a los reyes, expuso: Grande es, sin duda, el poder del rey que os ha obligado a llegar hasta aquí a rendirle homenaje. En verdad, es un rey, el rey de los reyes. Id, enteraos de dónde se halla, y, cuando lo hayáis encontrado, venid a hacérmelo saber, para que yo también vaya a adorarlo. Pero Herodes, habiendo formado en su corazón el perverso designio de matar al niño, todavía de poca edad, y a los reyes con él, se dijo: Después de eso, me quedará sometida toda la creación.

3. Y los magos abandonaron la audiencia de Herodes, y vieron la estrella, que iba delante de ellos, y que se detuvo por encima de la caverna en que naciera el niño Jesús. En seguida cambiando de forma, la estrella se torné semejante a una columna de fuego y de luz, que iba de la tierra al cielo. Y penetraron en la caverna, donde encontraron a María, a José y al niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre. Y, ofreciéndole sus presentes, lo adoraron. Luego saludaron a sus padres, los cuales estaban estupefactos, contemplando a aquellos tres hijos de reyes, con la tiara en la cabeza y arrodillados en adoración ante el recién nacido, sin plantear ninguna cuestión a su respecto. Y María y José les preguntaron: ¿De dónde sois? Y ellos les contestaron: Somos de Persia. Y María y José insistieron: ¿Cuándo habéis salido de allí? Y ellos dijeron:

Ayer tarde había fiesta en nuestra nación. Y, después del festín, uno de nuestros dioses nos advirtió: Levantaos, e id a presentar vuestras ofrendas al rey que ha nacido en Judea. Y, partidos de Persia al primer canto del gallo, hemos llegado hoy a vosotros, a la hora tercera del día.

4. Y María, agarrando uno de los pañales de Jesús, se lo dio a manera de eulogio. Y ellos lo recibieron de sus manos de muy buen grado, aceptándolo, con fe, como un presente valiosísimo. Y, cuando llegó la noche del quinto día de la semana posterior a la natividad, el ángel que les había servido antes de guía, se les presenté de nuevo bajo forma de estrella. Y lo siguieron, conducidos por su luz, hasta su llegada a su país.

Vuelta de los magos a su tierra

VIII 1. Los magos llegaron a su país a la hora de comer. Y Persia entera se regocijó, y se maravilló de su vuelta.

2. Y, al crepúsculo matutino del día siguiente, los reyes y los jefes se reunieron alrededor de los magos, y les dijeron: ¿Cómo os ha ido en vuestro viaje y en vuestro retorno? ¿Qué habéis visto, qué habéis hecho, qué nuevas nos traéis? ¿Y a quién habéis rendido homenaje? Y ellos les mostraron el pañal que les había dado María. A cuyo propósito celebraron una fiesta, a uso de los magos, encendiendo un gran fuego, y adorándolo. Y arrojaron a él el pañal, que se tomé en apariencia fuego. Pero, cuando éste se hubo extinguido, sacaron de él el pañal, y vieron que se conservaba intacto, blanco como la nieve y más sólido que antes, como si el fuego no lo hubiera tocado. Y, tomándolo, lo miraron bien, lo besaron, y dijeron: He aquí un gran prodigio, sin duda alguna. Este pañal es el vestido del dios de los dioses, puesto que el fuego de los dioses no ha podido consumirlo, ni deteriorarlo siquiera. Y lo guardaron preciosamente consigo, con fe ardiente y con veneración profunda.

Cólera de Herodes. La huida a Egipto

IX 1. Cuando Herodes vio que había sido burlado por los magos, y que éstos no volvían, convocó a los sacerdotes y a los sabios, y les pregunté: ¿Dónde nacerá el Mesías? Ellos le respondieron: En Bethlehem de Judá. Y él se puso a pensar en el medio de matar a Nuestro Señor Jesucristo.

2. Entonces el ángel de Dios apareció en sueños a José, y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, y parte para la tierra de Egipto. Se levantó, pues, al canto del gallo, y se puso en camino.

Llegada de la Sagrada Familia a Egipto.

Caída de los ídolos

X 1. Y, mientras pensaba entre sí cómo realizaría su viaje, sobrevino la aurora, y se encontró haber recorrido la mitad del camino. Y, al despuntar el día, estaba próximo a una gran aldea, donde, entre los demás ídolos y divinidades de los egipcios, había un ídolo en el cual residía un espíritu rebelde, y los egipcios le hacían sacrificios, le presentaban ofrendas, y le consagraban libaciones. Y había también un sacerdote, que habitaba cerca del ídolo, para servirlo, y a quien el demonio hablaba desde dentro de la estatua. Y, cada vez que los egipcios querían interrogar a sus dioses por ministerio de aquel ídolo, se dirigían al sacerdote., quien daba la respuesta, y transmitía el oráculo divino al pueblo de Egipto y a sus diferentes provincias. Este sacerdote tenía un bijo de treinta años, que estaba poseido por varios demonios, y que peroraba sobre todo género de cosas. Cuando los demonios se apoderaban de él, rasgaba sus vestiduras, se mostraba desnudo a todos, y acometía a la gente a pedradas. Y, en la aldea, había un asilo, puesto bajo la advocación de dicho ídolo.

2. Y, cuando Santa María y José llegaron a la aldea, y se acercaron al asilo, se apoderó de los habitantes del país un terror extremo. Y se produjo un temblor en el asilo y una sacudida en toda la tierra de Egipto, y todos los ídolos cayeron de sus pedestales, y se rompieron. Todos los grandes de Egipto y todos los sacerdotes de los ídolos se congregaron junto al sacerdote del ídolo en cuestidn, y le preguntaron: ¿Qué significan este trastorno y este terremoto que se han producido en nuestro país? Y el sacerdote les respondió, diciendo: Presente está aquí un dios invisible y misterioso, que posee, oculto en él, un hijo semejante a sí mismo, y el paso de este hijo ha estremecido nuestro suelo. A su llegada, la tierra ha temblado ante su poder y ante el aparato terrible de su majestad gloriosa. Temamos, pues, en extremo, la violencia de u ataque. En este momento, el ídolo de la aldea se abatió también al suelo, hecho añicos, y su desplome hizo reunirse a lodos los egipcios cerca del célebre sacerdote, el cual les dijo: Debemos adoptar el culto de este dios invisible y misterioso. Él es el Dios verdadero, y no hay otro a quien servir, porque es realmente el hijo del Altísimo.

Curación del hijo del sacerdote idólatra

XI 1. Y el hijo del sacerdote fue acometido de su accidente habitual. Y entró en el asilo en que Santa María y José se encontraban, y a quienes todo el mundo había abandonado, huyendo. Y nuestra Señora Santa María acababa de lavar los pañales de Nuestro Señor Jesucristo, y los había puesto sobre la pared del muro. Y el joven poseído sobrevino, y agarró uno de los pañales, y lo puso sobre su cabeza. Y, en el mismo instante, los demonios, bajo forma de cuervos y de serpientes, comenzaron a salir y a escapar de su boca. Y el poseído quedó curado por orden de Nuestro Señor Jesucristo. Y empezó a alabar y a dar gracias a Dios, que le había devuelto la salud.

2. Y, como su padre lo hubo encontrado libre de su enfermedad, le pregunté: ¿Qué te ha ocurrido, hijo mío, y cómo es que has sanado? Y él le contestó: Cuando el demonio se apoderé por enésima vez de mi persona, fui al asilo. Y allí encontré a una noble mujer, con un niño. Acababa ésta de lavar los pañales de su hijo, y de depositarlos en la pared del muro. Tomé uno de ellos, lo puse sobre mi cabeza, y los demonios me abandonaron, y huyeron despavoridos. Y su padre, transportado de júbilo, le advirtió: Hijo mío, es posible que ese pequeñuelo sea el hijo del Dios vivo, que ha creado los cielos y la tierra. Porque, en el momento en que ese hijo de Dios se introdujo en Egipto, todas nuestras divinidades han sido desplomadas y aniquiladas por la fuerza de su poder.

Temores de María y de José

XII 1. Y se cumplió la profecía que decía: De Egipto llamé a mi hijo.

2. Y, como María y José supiesen la caída y el aniquilamiento del ídolo, fueron presa de temor y de espanto, y se dijeron: Cuando estábamos en tierra de Israel, Herodes proyectaba matar a Jesús, y, por su causa, mató a todos los niños pequeños de Bethlehem y de sus alrededores. No hay duda sino que los egipcios, al enterarse de por qué accidente se rompió ese ídolo, nos entregarán a las llamas.

3. Y, en efecto, el rumor llegó hasta el Faraón, el cual mandó buscar al niño, pero no lo encontró. Y ordenó que todos los habitantes de su ciudad, cada uno de por sí, se pusiesen en campaña para proceder a la búsqueda, hallazgo y captura del niño. Y, cuando Nuestro Señor se acercó a la puerta de la ciudad, dos autómatas, que estaban fijados a cada lado de la puerta, se pusieron a gritar: ¡He aquí el rey de los reyes, el hijo del Dios invisible y misterioso! Y el Faraón procuró matarlo. Pero Lázaro salió fiador por él, y María y José se escaparon, y partieron de allí.

Liberación de viajeros capturados por bandidos

XIII 1. Y, después que de allí partieron, llegaron a un paraje, donde se hallaban unos bandidos, que habían robado a una caravana de viajeros, los habían despojado de sus vestiduras, y los habían atado. Y aquellos bandidos oyeron un tumulto inmenso, semejante al causado por un rey poderoso, que saliese de su capital, acompañado de caballeros, de soldados, de tambores y de clarines. Y los bandidos, acometidos de miedo y de pavor, abandonaron todo aquello de que se habían apoderado.

2. Entonces los secuestrados se levantaron, se desataron mutuamente las ligaduras, recobraron su caudal, y se marcharon. Y, viendo aproximarse a María y a José, les dijeron: ¿Dónde está el rey y señor, cuyo tren brillante y tumultuoso oyeron acercarse los bandidos, y a consecuencia de lo cual nos abandonaron, y nos dejaron libres? Y José repuso: El va a llegar sobre nuestros pasos.

Curación de una poseída

XIV 1. Y alcanzaron otra aldea, donde había una pobre mujer poseída, la cual, habiendo salido de su casa por la noche en busca de agua, vio al Maligno bajo la figura de un joven. Y puso la mano sobre él, para agarrarlo, no pudo ni aun tocarlo. Y el rebelde maldito había entrado en el cuerpo de la mujer, estableciéndose así, y manteniéndola en el estado de naturaleza, como en el día de su nacimiento.

2. Y la poseída no podía soportar sobre sí vestido alguno, ni residir en los lugares habitados. Cuantas veces se la sujetaba con cadenas o con trabas, otras tantas las rompía, y se escapaba desnuda al desierto. Y se colocaba en las encrucijadas de los caminos y en las tumbas, y tiraba piedras sobre cuantos pasaban, causando mucho enojo a las gentes de la localidad, las cuales deseaban su muerte, y su familia estaba también muy afligida.

3. Cuando María y José entraron en aquella aldea, vieron a la infeliz, sentada, desnuda y ocupada en reunir piedras. Y María tuvo piedad de su estado, y, tomando uno de los pañales de Jesús, lo echó sobre ella. Y, en el mismo instante, el demonio la abandonó precipitadamente bajo la figura de un joven, maldiciendo y gritando: ¡Malhaya yo, a causa tuya, María, y de tu hijo! Y aquella mujer quedó libre de su azote. Vuelta en sí, confusa de su desnudez, y evitando las gentes, se cubrió con el pañal de Jesús, corrió a su casa, se vistió, e hizo a los suyos un relato detallado del hecho. Y los suyos, que eran los personajes más importantes de la aldea, dieron hospitalidad a María y a José, con magnificencia generosa.

Curación de una joven muda

XV 1. Al día siguiente, María y José se despidieron de sus huéspedes, bien provistos por éstos de vituallas para el camino. Y, por la tarde de aquel día, al ponerse el sol, entraron en otra aldea, donde se celebraban unas nupcias. Y vieron una multitud de gentes reunidas, y, en medio de ellas, una desposada herida de mutismo por la astucia del demonio y la acción de encantadores perversos. Paralizados sus oídos y su lengua, la desposada no habla vuelto a recobrar el uso de la palabra.

2. Cuando María entró en la aldea, llevando en sus brazos a su hijo, la joven muda, que la vio, tomó a Jesús, lo besó, y lo apretó contra su pecho. Y un efluvio del cuerpo del niño se exhaló sobre ella, cuyos oídos se abrieron, y cuya lengua se movió, para agradecer a Dios, con alabanzas, la recuperación de su salud. Y aquella noche hubo gran alegría entre los habitantes de la aldea, que creyeron que Dios y sus ángeles hablan descendido hasta ellos.

Curación de otra poseída

XVI 1. Tres días permanecieron alli María y José, rodeados de honores y suntuosamente tratados por los novios y por las familias de éstos. Y se separaron de sus huéspedes, bien provistos por ellos de cosas útiles para el viaje, y llegaron a otra aldea, donde contaban pasar la noche, por hallarse poblada por numerosos y distinguidos habitantes. En aquella aldea, vivía una mujer de fama muy honrosa. Un día, había ido al río a lavar sus vestidos. Y, en tanto que hacía su colada, vio que no comparecía nadie por los alrededores, se despojó de su traje, y empezó a bañarse. Y el Maligno, bajo forma de serpiente, la asaltó, enlazó su cintura, se enroscó alrededor de su vientre, y todos los días, a la caída de la noche, se extendía sobre ella.

2. Cuando María se le acercó, al ver el niño que ésta llevaba en sus brazos, corrió a su encuentro, y le dijo: Oh, señora, dame a este niño, para que lo alce, y lo abrace. María se lo dio. Y, tan pronto el niño estuvo en sus brazos, el demonio respiré los espíritus de Jesús, y, bajo las miradas de todos, la serpiente huyó, y la poseía no la vio más. Y todos los asistentes alabaron al Altísimo, y aquella mujer trató espléndidamente a María y a José.

Curación de una leprosa

XVII 1. Cuando la mañana vino, la mujer vertió agua perfumada, para bañar en ella al niño Jesús. Y, después de haberlo lavado, conservé el agua del baño. Y había allí una joven, cuyo cuerpo estaba blanco de lepra. Y, como hubiese sido testigo de la curación de aquella mujer, quiso, con fe, tomar el agua que había servido para lavar a Jesús. Y, vertiendo sobre su cuerpo un poco de aquel agua, quedó purificada de su lepra. Y todos los habitantes de la aldea exclamaron: Indudablemente, María, José y el niño son dioses, y no hombres.

2. Y, en el momento en que María y José se disponían a abandonar la casa, la joven que había sido leprosa, se arrodilló ante ellos, y les dijo: Os mego, padres y señores míos, que me otorguéis ser vuestra hija y vuestra sierva, y acompañaros, porque no tengo padre, ni madre.

Curación de un niño leproso

XVIII 1. Y ellos consintieron, y la joven partió en su compañía. Y llegaron a una aldea, en cuyos contérminos estaba enclavado un castillo perteneciente a un jefe ilustre, y que tenía un pabellón exterior, destinado a recibir a los huéspedes. En él entraron María y José, y la joven pasó a ver a la esposa del señor. Y, como la encontrase lacrimosa y entristecida, le preguntó: ¿Por qué lloras? Y ella repuso: No te extrañen mis lágrimas, porque sufro un gran dolor, que a nadie puedo revelar. Mas la joven le dijo: Si me lo indicas, y me lo descubres, quizá le encuentre yo un remedio.

2. La mujer del jefe le dijo: Guarda bien este secreto, y no lo manifiestes a nadie. Estoy casada con este jefe, cuyo poder se extiende sobre un vasto territorio. Con él he vivido mucho tiempo, sin darle hijos, y, cuando, al fin, tuve uno, éste nació leproso. Y, así que él lo vio, se negó a reconocerlo, y me dijo: O lo matas, o lo entregas a una nodriza de un país lejano, para que nunca más sepa de él. Donde no, rompo toda relación contigo, y en la vida volveré a verte. No sé qué partido tomar, y mi disgusto es infinito. ¡Ah, hijo mío! ¡Ah, esposo mío! Mas la joven repuso: He encontrado a tu mal un remedio, que voy a exponerte. Porque yo también soy leprosa, y me vi purificada por Dios, que no es otro que Jesús, el hijo de Maria. La mujer le dijo: ¿Dónde está ese Dios, de que acabas de hablarme? La joven dijo: Está aquí, en tu casa. Ella dijo: ¿Cómo? ¿Aquí se encuentra? La joven dijo: Aquí se hallan María y su esposo José, y ese niño que viaja con ellos, es el que se llama Jesús, y el que me ha curado de mi mal y de mi tormento. La otra le dijo: ¿Puedo saber cómo te ha curado de tu lepra? Ella le dijo: Con mucho gusto te complaceré. La madre del niño me dio el agua que había servido para bañarlo, agua que eché sobre mi cuerpo, y que purificó mi lepra.

3. Entonces la esposa del jefe se levantó, y rogó a María y a José, con todo encarecimiento, que fuesen huéspedes suyos. E invitó a José a un gran festín, al cual fueron convidados buen golpe de hombres. Y, al día siguiente, a punto de amanecer, se levantó, y tomó agua perfumada, para bañar en ella a Jesús. Y, tomando a su hijo, lo bañó en el agua que acababa de emplear, e, instantáneamente, el niño quedó purificado de su lepra. Y ella glorificó a Dios, diciéndole: ¡Dichosa tu madre, oh Jesús! ¿Cómo, con el agua en que te has bañado, purificas de la lepra a los hombres, que son de la misma raza que tú? E hizo a María presentes magníficos, y la despidió con los mayores honores.

El joven esposo librado de un sortilegio

XIX 1. De allí se dirigieron a otra aldea, en la que quisieron pasar la noche. Y entraron en el hogar de un recién casado, a quien un maleficio tenía alejado de su espcsa. Y, apenas se hubieron albergado en la casa aquella noche, cesó el maleficio.

2. Y, llegada la mañana, decidieron partir. Pero el recién casado los detuvo, y les ofreció un festín espléndido.

El joven convertido en mulo

XX 1. Al día siguiente, se pusieron en camino. Y, al acercarse a otra aldea, vieron a tres mujeres que volvían a pie del cementerio, llorando. Y María dijo a la joven que los acompañaba: Pregúntales qué les ha ocurrido, y qué mal aflige su alma. La joven les transmitió la pregunta, y ellas, sin responderle, dijeron: ¿De dónde sois, y adónde vais? Porque el día ha transcurrido, y la noche ha llegado. La joven repuso: Somos viajeros, y buscamos un asilo donde pasar la noche. Y las mujeres le dijeron: Venid con nosotras, y pasaréis la noche en nuestra casa.

2. Y, habiéndolas acompañado, vieron que poseían una casa nueva, bien adornada y ricamente amueblada, en la cual los introdujeron. Y era invierno, y entonces la joven entró también, y vio a las mujeres gimiendo y llorando. Cerca de ellas había un mulo abierto de una funda de brocado, y ante el que se había colocado sésamo. Y lo abrazaron, y le dieron de comer. La joven les preguntó: Mis señoras, ¿qué hace aquí este mulo?. Y ellas, deshechas en lágrimas, le respondieron: Este mulo que ves ha sido nuestro hermano, hijo de nuestra madre, que está presente. Nuestro padre nos ha dejado una gran fortuna. No teníamos más hermano que éste, y pensábamos encontrarle una mujer, y casarlo según las leyes de la humanidad. Empero algunas perversas mujeres dadas a la hechiceda, lanzaron sobre él un sortilegio.

3. Y ello ocurrió una noche, poco antes de amanecer, mientras dormíamos, y mientras las puertas de nuestro corazón y de nuestra casa estaban cerradas. Cuando la mañana vino, miramos y reconocimos que nuestro hermano no estaba cerca de nosotras. Se había metamorfoseado en este mulo, que sabemos es él. Y, como no tenemos ya padre que nos consuele en tan acerbo disgusto, nos hallamos en la aflicción de que eres testigo. No hay sabio, mago o encantador, que no hayamos consultado. Pero esto de nada nos ha servido. Y, cuantas veces el corazón nos oprime con más fuerza que otras, vamos con nuestra madre a florar sobre la tumba de nuestro padre, y después volvemos.

El mulo transformado en hombre

XXI 1. Al oír el relato de aquellas mujeres, la joven les dijo: Consolaos, y no lloréis. El remedio a vuestro mal está próximo, puesto que está bien cerca de vuestra misma casa. Porque yo misma en persona he sido leprosa. Pero, habiendo visto a una mujer llamada María con su pequeñuelo, llamado Jesús, un día que su madre acababa de bañarlo, tomé agua de su baño, la derramé sobre mi cuerpo, y quedé curada. Sé, por consiguiente, que posee el poder de remediar vuestro mal. Levantaos, pues, id al encuentro de Nuestra Señora Santa María, traedla a vuestra casa, descubridle vuestro secreto, y suplicadle que tenga piedad de vosotras.

2. Cuando las mujeres hubieron escuchado el discurso de la joven, salieron presurosas al encuentro de Nuestra Señora Santa María, la llevaron a su casa, y, arrodilladas en su presencia, le dijeron, llorando: ¡Oh Nuestra Señora Santa María, compadécete de tus siervas! No tenemos ningún pariente de edad, ni jefe de familia, ni padre, ni hermano, que nos proteja. Este mulo que ves, es nuestro hermano, y no un animal. Malvadas brujas lo han reducido con sus maleficios al estado en que hoy se encuentra. Te rogamos que tengas compasión de nosotras. Y Nuestra Señora Santa María, conmovida ante su desgracia, tomó a Jesús, y lo puso sobre el lomo del mulo. Ella lloraba, y las mujeres también. Y María dijo: Jesús, hijo mío, haz que la poderosa virtud oculta en ti obre sobre este mulo, y le devuelva la naturaleza humana que tenía otrora.

3. Y, en el mismo instante, el mulo cambió de forma, recobró su figura prístina, y se convirtió en el joven exento de toda enfermedad, que antes era. Entonces él, su madre y sus hermanas, se prosternaron ante María, pusieron el niño sobre sus cabezas, y lo abrazaron, diciendo: ¡Dichosa tu madre, oh Jesús, salvador del mundo! ¡Bienaventurados los ojos que han alcanzado el favor de mirarte!

Unión de dos jóvenes curados por Jesús

XXII 1. Y las dos hermanas dijeron a su madre: He aquí que nuestro hermano ha vuelto al estado normal, por el socorro de Jesús, y gracias a esta joven que nos ha hecho conocer a María y a su hijo. Ahora bien: nuestro hermano no está casado, y el mejor partido que podemos tomar con él es unirlo a esta joven, que está al servicio de esta familia. E interrogaron a María sobre el asunto, y ella accedió a su demanda. Y celebráronse con magnificencia las bodas de la joven, y la alegría de las tres mujeres ocupó el lugar de su anterior angustia. Y convirtieron sus lamentaciones en cánticos de fiesta. Y dijeron, gozosas: Jesús, el hijo de María, ha transformado el duelo en júbilo.

2. María y José permanecieron allí diez días. Y después se alejaron, colmados de testimonios de respeto y de veneración por aquellas personas, que los despidieron con pesar, y que, tras los adioses, volvieron a su casa deshechas en lágrimas, sobre todo la joven.

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